Por más de un motivo, la presidencia de Claudia Sheinbaum en México no empezó de verdad hasta ayer.
El arrollador triunfo de Donald Trump y del Partido Republicano del 5 de noviembre plantea un camino nuevo y peligroso para el gobierno de México.
Eso se debe a que varias de las propuestas de Trump, como la imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas o la deportación de millones de inmigrantes, encierran el gran riesgo de trastornar la segunda economía más grande de Latinoamérica.
Según las previsiones de mis colegas de Bloomberg Economics, si EE.UU. elevara los aranceles al 60% para las importaciones provenientes de China y al 20% para los envíos desde el resto del mundo, el crecimiento del PIB de México se situaría entre un 0,6% y un 2% por debajo de lo previsto para 2028, en función de las eventuales represalias.
Esto supondría un duro golpe para una economía ya frágil, con un crecimiento estimado del 1,5% para el 2024 y de solo el 1% en el 2025, el mayor déficit fiscal en décadas y con una inflación que se resiste a descender por debajo del 5%.
El Gobierno mexicano, nada propenso por definición a concentrarse en los asuntos de política exterior, tendrá que hacer de sus relaciones con esta nueva administración estadounidense un asunto de vida o muerte.
A la vez, no estoy conforme con las perspectivas apocalípticas que colocan a México como la gran víctima de Trump.
Con una diplomacia inteligente, una política cautelosa y un enfoque fresco, Sheinbaum puede sortear estos vientos impetuosos de cambio que llegan desde Washington DC, e inclusive hacer que jueguen a su favor.
He aquí cuatro ideas para que la presidenta mexicana logre este objetivo:
Abrazar las negociaciones comerciales
Con el regreso de Trump, la revisión del tratado comercial de América del Norte prevista para 2026, esencialmente una formalidad, probablemente se convierta en una renegociación a gran escala. Eso no es lo que México (y Canadá) hubieran preferido, pero cuanto más rápido estos países acepten la nueva realidad, más preparados estarán para lo que amenazan con ser discusiones titánicas.
Trump también podría querer vincular el comercio con la migración y el tráfico de drogas, y nuevamente, a primera vista, eso no es lo mejor para México. Pero dada su importancia en la agenda de Trump, México bien podría aprovecharlos: reforzar la seguridad en la frontera para prevenir el tráfico ilegal de drogas, armas y migrantes, tener un sistema aduanero del siglo XXI y usar tecnología para acelerar el movimiento de carga son objetivos que el gobierno mexicano debería perseguir en cualquier caso.
A pesar de su agenda izquierdista y estatista, Sheinbaum tiene una postura inquebrantable a favor de Norteamérica: “no competimos entre nosotros, sino, por el contrario, nos complementamos”, dijo la presidenta en sus primeros comentarios tras la victoria de Trump.
Por supuesto, México tendría que ofrecer concesiones, como medidas para reducir su superávit comercial y mejorar las condiciones laborales y ambientales en el país. Pero para un líder transaccional como Trump, siempre hay un acuerdo que alcanzar, y hay que recordar que ambos presidentes y sus movimientos se conectan en su desprecio compartido por la economía globalizada y de libre comercio.
Al final, las exportaciones de México a Estados Unidos crecieron alrededor de un 4% con Trump 1.0, incluso con la pandemia y su retórica anti-México.
Después de largas negociaciones, Trump terminó elogiando al T-MEC (el sucesor del TLCAN) como “el mejor acuerdo que hemos hecho jamás”. No será fácil, pero no veo por qué México no podría lograr lo mismo nuevamente, porque Estados Unidos no tiene nada que ganar con un México desestabilizado.
Considerando la rapidez con la que las acciones mexicanas y el peso revirtieron sus pérdidas iniciales el miércoles, los inversores probablemente sientan lo mismo.
Geopolítica
En la competencia entre Estados Unidos y China, México no tiene muchas opciones: con casi 3.200 kilómetros de frontera compartida, más del 80% de sus productos destinados a su vecino y una historia común, Estados Unidos es la nación indispensable para México.
Para responder a las preocupaciones de Washington sobre el uso que hace China de México como plataforma para entrar en el mercado estadounidense, Sheinbaum haría bien en aceptar restricciones a las inversiones chinas, especialmente en sectores que Estados Unidos considera riesgos para la seguridad.
“Yo diría que las inversiones en áreas sensibles como 5G, energía y tecnología de la nube no se pueden hacer en América del Norte en solidaridad con nuestro aliado estratégico”, me dijo Ildefonso Guajardo, quien negoció el T-MEC para México. “Somos parte de la solución a su conflicto con China”.
El antecesor de Sheinbaum, Andrés Manuel López Obrador, dio algunos pasos en esa dirección al lanzar el llamado Plan México para reducir las importaciones porque América del Norte “depende demasiado de los productos básicos de China”.
La presidenta, por su parte, no renovó un decreto de López Obrador que condonaba entre un 15% y un 20% en aranceles a los vehículos eléctricos importados, una exención que en los últimos años benefició mucho a las marcas chinas.
No sugiero escaramuzas retóricas con Pekín, que amenazan el suministro de insumos estratégicos para las manufacturas mexicanas y la cooperación bilateral en materia de precursores del fentanil, pero cuanta más distancia política pueda poner Sheinbaum entre ella y China, mejor. Esas plantas automotrices chinas para México deberían esperar a un mejor momento geopolítico, o requerir mucho más contenido local para seguir adelante.
Al mismo tiempo, México debería ratificar su acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que ha estado en suspenso después del “acuerdo de principio” alcanzado en 2018. Aunque a Sheinbaum probablemente no le gusten sus disposiciones energéticas pro-empresariales y los europeos pueden tener nuevas objeciones, sería un seguro contra Trump para ambas partes.
Apuesta por la diplomacia
Es difícil encontrar dos políticos con trayectorias más disímiles que Sheinbaum y Trump.
El próximo presidente de Estados Unidos es una de las pocas cosas que separan a Sheinbaum de su mentor López Obrador, ya que esta última se lleva bien con Trump y el primero parece preferir una administración demócrata.
Eso ya es historia. Sheinbaum necesita reforzar rápidamente su equipo diplomático y comercial, que sufrió recortes presupuestarios y desmantelamiento en los últimos años.
Dos de los miembros de su gabinete tienen experiencia en el trato con la administración Trump, el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, y el canciller, Juan Ramón de la Fuente, pero ninguno de ellos tiene la confianza del presidente electo de Estados Unidos, a quien Sheinbaum tampoco conoce.
En el primer gobierno de Trump el entonces canciller Luis Videgaray construyó una relación personal con el yerno de Trump, Jared Kushner, que se activaba cada vez que sonaban las alarmas.
Todavía es pronto para saber cómo quedará el gabinete de Trump. Además de los contactos extraoficiales que probablemente se hayan producido, Sheinbaum debería invertir mucho en atraer a los mejores expertos comerciales y legales de México para reforzar el cuerpo diplomático del país.
El plan de deportación de Trump puede animar a los estados fronterizos de Estados Unidos a tomar el asunto en sus propias manos. La red consular de México, además de los amplios vínculos políticos que ya tiene en Estados Unidos, pueden ser más necesarios que nunca.
Apóyese en los vínculos corporativos
Al mismo tiempo, México debería aprovechar las estrechas conexiones comerciales bilaterales que tiene con Estados Unidos. Millones de empleos y proyectos dependen de las relaciones comerciales transfronterizas; una perturbación de la economía mexicana sería igualmente perjudicial para los productores estadounidenses, que exportan más de US$300.000 millones en bienes al sur de la frontera cada año.
Que el mundo empresarial estadounidense argumente a favor de México en Washington es clave para cualquier estrategia de supervivencia. Eso es algo que Sheinbaum entiende bien: unas horas después de la victoria de Trump, estaba saludando al CEO de BlackRock Inc., Larry Fink, en el Palacio Nacional.
No hay que subestimar los riesgos concretos que se avecinan en ambos lados de la frontera.
Por un lado, Trump parece cada vez más convencido de que los aranceles en todos los ámbitos son la única manera de revertir las pérdidas de empleos en el sector manufacturero y recuperar los salarios, como escribió recientemente en el Financial Times Robert Lighthizer, asesor de Trump y negociador del T-MEC.
Por otro lado, el nacionalismo mexicano y su antiamericanismo histórico están muy presentes estos días en el partido de Sheinbaum, que alberga a algunos de los grupos más izquierdistas del país. A muchos de ellos les encantaría una buena pelea con los imperialistas del norte.
Sheinbaum no puede perder de vista a su base política, pero debe prevalecer la serenidad.
Debe apegarse al mensaje conciliador de que un México próspero es lo mejor para América del Norte y ser pragmática en sus interacciones con la Casa Blanca. Lo que promete ser una batalla larga y agotadora apenas está comenzando.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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