Uno de los logros emblemáticos del primer mandato de Donald Trump fue la OWS (por sus siglas en inglés, Operación Warp Speed), el esfuerzo de US$18.000 millones para acelerar el desarrollo de la vacuna Covid-19.
Se merece un crédito perdurable por apoyar el mayúsculo esfuerzo que supuso, los millones de vidas que permitió salvar y los enormes beneficios económicos que generó. Entonces, ¿por qué nombraría ahora a alguien que desharía su propio éxito?
Durante su discurso de victoria la noche de las elecciones, Trump apuntó que Robert F. Kennedy (RFK) Jr., un conocido luchador antivacunas y vendedor ambulante de ciencia basura, desempeñaría un importante papel en su administración.
Se trataría de un error catastrófico que provocaría la muerte y la enfermedad de innumerables ciudadanos estadounidenses, además de dañar la posición política de Trump y mancillar el legado de su primer mandato.
Trump debería acordarse de que Kennedy divulgó mentiras sobre la vacuna Covid-19, denominándola falazmente la “vacuna más mortífera jamás fabricada”. Desde cualquier posición de influencia, Kennedy perjudicaría décadas de avances en salud pública obtenidos con grandes esfuerzos y arriesgaría innecesariamente vidas estadounidenses.
RFK Jr., el sobrino del 35º presidente de EE.UU., no posee ninguna experiencia en salud pública. Es un abogado medioambientalista que durante décadas realizó un buen trabajo contra las empresas contaminadoras.
No obstante, a inicios de la década del 2000, comenzó a explorar los oscuros recovecos de la pseudociencia, incluyendo la infundada y desacreditada teoría de la conspiración según la cual las vacunas infantiles comunes estaban relacionadas con el autismo.
Últimamente, su lista de rencillas en materia de salud pública se extiende a la fluoración del agua potable. Pero entre todas sus ideas disparatadas, su negacionismo de las vacunas es la más peligrosa.
Las vacunas son uno de los mayores logros de salud pública del siglo XX, ya que han salvado millones de vidas en Estados Unidos y en todo el mundo.
Un estudio concluyó que los bebés representaban dos tercios de los 154 millones de vidas salvadas gracias a las campañas mundiales de vacunación durante el último medio siglo. Gracias a las vacunas, enfermedades como la polio son ahora poco frecuentes y la viruela ha sido erradicada.
Kennedy pondría en riesgo todo ese progreso.
¿Quieren que vuelvan a aparecer casos de sarampión, paperas y rubéola en las escuelas de todo el país? Designen a Kennedy. ¿Quieren que más personas mueran por Covid? Designen a Kennedy. ¿Quieren ver picos de difteria? Designen a Kennedy.
El hecho de que la mayoría de los estadounidenses no sepa qué provocan enfermedades como la difteria y la rubéola es un testimonio del éxito de las vacunas. La pérdida del apoyo público a ellas, y a los futuros desarrollos de vacunas, tendría consecuencias devastadoras.
Crecí en una época en la que uno de los mayores temores de los padres era que sus hijos contrajeran polio, enfermedad que paralizó y mató a miles de personas antes de que se introdujera la vacuna en 1955.
En aquel entonces, si alguien nos hubiera dicho que alguien que se opone a las vacunas contra enfermedades mortales podría ser considerado para un alto cargo presidencial, habríamos pensado que esa persona estaba delirante o trastornada.
Los padres que siguen enojados, y con razón, por el cierre de escuelas y la obligación de usar mascarillas, no esperan que vuelvan la polio y el sarampión. Lamentablemente, eso es precisamente lo que traería consigo la agenda de Kennedy.
Kennedy intenta ahora afirmar que no está en contra de las vacunas, pero sus propias palabras demuestran lo contrario. “No existe ninguna vacuna que sea segura y eficaz”, dijo en julio. No podría estar más equivocado. No hay ninguna base científica para sus ataques a la seguridad de las vacunas, y las falsas dudas que siembra ya han infligido un daño terrible a las familias.
El movimiento antivacunas que ha encabezado ha reducido la aceptación de las vacunas y ha aumentado las muertes por enfermedades que sí las tienen.
El sarampión, un virus altamente contagioso y potencialmente mortal, fue declarado eliminado en Estados Unidos en 2000. En 2024, se han declarado más de 270 casos en 30 estados.
No está claro qué papel podría desempeñar Kennedy en una segunda administración de Trump. Para desempeñarse como secretario de Salud y Servicios Humanos o como comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos, se necesitaría la confirmación del Senado.
Los senadores republicanos, especialmente los centristas que deseen desempeñar un papel influyente en los próximos cuatro años, deberían enviarle un mensaje claro, en voz baja, pero contundente, al presidente electo: no nos envíe a RFK Jr.
Trump aún podría nombrarlo para un rol asesor dentro de la Casa Blanca, pero debería reconocer lo dañino que eso sería, no solo para la salud de los estadounidenses, sino también para su propio legado.
Con su apoyo a la Operación Warp Speed, Trump ayudó a supervisar uno de los grandes avances científicos del siglo XXI. Debería celebrar ese logro, no menospreciarlo. La mejor decisión de su segundo mandato podría ser eliminar a Kennedy de su lista de candidatos a la administración.
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