El fondo de inversión activista Elliott Management, que había acumulado una participación del 3% en Softbank, exigió en 2019 una reunión con el fundador y CEO de la empresa, Masayoshi Son.
Se quejó de que la gobernanza de la empresa era tan desastrosa que las acciones se cotizaban al menos un 50% menos que el valor neto o «justo» de los activos: el consejo estaba dócil, la estructura corporativa era exageradamente complicada y la «transparencia» no existía siquiera como concepto.
Hubo otros titanes de los negocios, como Bill Gates y Mark Zuckerberg, que se inclinaron ante el dios del buen gobierno corporativo. ¿Por qué no Masa Son?
La contestación de Son fue una sorpresa.
“Estos son hombres de negocios. Bill Gates acaba de fundar Microsoft (MSFT) y Mark Zuckerberg fundó Facebook (META). Yo estoy involucrado en 100 empresas y controlo todo el ecosistema [tecnológico]. No son mis iguales. En mi caso, la comparación adecuada es Napoleón, Gengis Kan o el emperador Qin, constructor de la Gran Muralla China. No soy un CEO. Estoy edificando un imperio”.
El emperador Son se destaca como un personaje extraño, sobre todo en un mundo plagado de bichos raros multimillonarios.
Ha ganado y perdido más dinero que cualquier otro hombre vivo, encabezó la lista de las personas más adineradas del mundo en febrero del año 2000 y luego perdió el 97% de su fortuna en la quiebra de las puntocom.
Ha sido el principal inversor extranjero tanto en los Estados Unidos capitalistas como en la China comunista, el mayor financista de startups del planeta y el dueño del 70% de la economía de internet japonesa. Firma sus emails como “Big Boss” (El gran jefe) y su avión privado tiene el número de cola N25TID, T de trillones y D de dólares.
Reside en la casa más grande de la ciudad de Tokio. Pero también cuenta con otras megapropiedades: un “castillo no tan grande” en Woodside, cerca de la Universidad de Stanford, que adquirió por US$117,5 millones y, lo que es más extraño, otro en Kansas. El escritorio de su despacho tiene el tamaño Putin.
Cuando se abren las dos puertas de madera se entra en un mundo de fábula: un vasto espacio abierto con tres árboles, que representan la primavera, el verano y el otoño respectivamente, cuyas hojas están delicadamente pintadas a mano para reflejar el cambio de las estaciones, y tres estanques rocosos.
Viaja 9.600 kilómetros para ir a almorzar con alguien sobre quien ha leído, y llevará consigo su vino favorito, el DRC (Domaine de la Romanée-Conti). Y en una sola reunión, cierra acuerdos que valen muchos millones.
Su pasión por el golf es tan intensa que el campo de golf artificial que mandó construir en su casa puede imitar las condiciones de juego de cualquiera de los mejores campos del mundo. Una vez sorprendió a Henry Kravis, el jefe de KKR, con lo bien que jugó en el famoso campo de golf de Augusta. Cuando Kravis se quejó de que debía haber jugado allí antes, Son respondió, en un supremo acto de superioridad, que “sólo he jugado en elAugusta de mi sótano”.
¿Cómo llegó Son a las cimas de la riqueza y el poder mundiales? ¿Y cómo adquirió la confianza en sí mismo necesaria para recuperarse de las reiteradas crisis?
Lionel Barber responde a estas preguntas en Gambling Man: The Wild Ride of Japan’s Masayoshi Son (El apostador: el alocado viaje del japonés Masayoshi Son). No es sólo una biografía de primera categoría de un esquivo multimillonario; es también, y de manera igualmente intrigante, un análisis de la reciente era de globalización impulsada por la tecnología desde la inusual perspectiva de Japón.
El arma secreta de Son era que era un outsider (alguien que no pertenece) que se había infiltrado en la sociedad: lo bastante japonés para encajar en ella, pero lo bastante extranjero para no dejarse atrapar por ella. Sus padres eran japoneses coreanos que al principio se ganaban la vida criando cerdos y recogiendo chatarra, pero cuyas fortunas cambiaron cuando su padre entró en el negocio del pachinko (máquina de juego).
Consciente de que lo menospreciarían por ser un japonés coreano, Son tomó la extraordinaria decisión de terminar sus estudios secundarios en California en lugar de en Japón. Se enamoró de la cultura desenfadada de la zona de la Bahía, consiguió una plaza en Berkeley, se familiarizó con la cultura tecnológica que se estaba desarrollando en aquel momento e incluso se le ocurrió una idea revolucionaria propia: un traductor de voz de bolsillo.
Si embargo, nunca dudó de que su futuro a largo plazo estaba en Japón y no en Estados Unidos.
Son hizo su fortuna no desarrollando un producto tecnológico, el traductor fue un fracaso, ni un sistema operativo, nunca fue muy bueno con las computadoras, sino convirtiéndose en un puente entre la cultura tecnológica de California y Japón.
Reconoció que el sistema de distribución de Japón era demasiado complicado para que lo entendiera cualquier occidental, así que se dedicó a adquirir activos tecnológicos occidentales y a introducirlos en Japón, empezando con revistas informáticas, para luego expandirse a las computadoras y los disquetes y, finalmente, a los servicios en línea.
Barber sostiene que el objetivo de Son era crear una versión moderna de un Zaibatsu japonés tradicional, un grupo extendido de empresas que se mantenían unidas por una empresa central, en este caso Softbank; y que su método fue adoptar una nueva personalidad japonesa, no la del “asalariado” que había impulsado al Japón de posguerra, sino la del ninja japonés, dinámico, decisivo e impredecible.
Esta visión de un “ecosistema” impulsó su manía por hacer negocios: siempre estaba buscando otra pieza para agregar al rompecabezas en constante evolución. Y se quedaba con las cosas de inmediato, a menudo prescindiendo de la debida diligencia, y pasaba al siguiente negocio. Tanto los ecosistemas como las decisiones instantáneas tienen una cosa en común: requieren una manguera de dinero.
Son tenía un don para detectar talento tecnológico: fue el primer outsider que apostó por Jack Ma y Alibaba, y durante un tiempo las ganancias de Alibaba mantuvieron a flote a Softbank.
También tenía un don para sacarle dinero a los hombres de dinero. Convenció a los bancos japoneses de que la única manera de evitar que Japón se quedara atrás de Occidente era invertir en él; luego, cuando fracasó demasiadas veces, recurrió a las enormes reservas de dinero de los fondos soberanos de riqueza de Oriente Medio.
Cautivó tanto a Mohammed bin Salman con su visión del futuro basado en la tecnología que Bin Salman y su séquito llegaron a Japón en no menos de 13 aviones, dos de ellos jumbos A380.
El ojo de Son para el talento tenía algunos puntos ciegos. Era vulnerable a otros soñadores que compartían su creencia de que si uno cree lo suficiente en algo, se hará realidad.
Firmó un cheque por US$4.000 millones a Adam Neumann después de escuchar su discurso de presentación de una empresa de alquiler de oficinas en la parte trasera de su auto, camino de una reunión con Donald Trump.
Pero su talento para recaudar dinero no se correspondía con el de su habilidad para administrarlo: casi destruyó el sistema de capital de riesgo de California al inundarlo con demasiado dinero, en este momento, como señala mi colega Parmy Olson, está invirtiendo dinero en IA. En consecuencia, perdió varias fortunas en el equivalente tecnológico de la marcha de Napoleón sobre Moscú.
¿Hemos visto el último acto de Son? ¿O el jugador japonés tiene más que ofrecer?
La división política y las crecientes tasas de interés están destruyendo el mundo de la globalización desordenada y el dinero ultrabarato que lo creó. Los rivales estadounidenses como Gates y Zuckerberg, a quienes Son menospreciaba, han construido imperios comerciales inexpugnables a través de la concentración y la disciplina.
El trabajo inicial de incorporar a Japón a la economía tecnológica ya está terminado. De hecho, los investigadores japoneses acaban de batir el récord de velocidad de Internet.
Sin embargo, Barber no puede evitar admirar a Son por todas sus excentricidades y fracasos. Son sigue siendo un optimista tecnológico en un mundo que está sucumbiendo al pesimismo.
La división del mundo en bloques rivales podría brindar oportunidades para un negociador y un apostador natos, tanto que Barber podría verse obligado algún día a publicar una edición revisada de esta excelente biografía.
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