Masayoshi Son hace crecer aún más la burbuja de la inteligencia artificial

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Masayoshi Son es un hombre de extremos. Los US$20 millones que invirtió en Alibaba Group Holding Ltd. se transformaron en el mayor éxito de todos los tiempos, al aumentar a más de US$70.000 millones al cabo de diez años.

Además, perdió US$ 70.000 millones de su patrimonio neto en la quiebra de las puntocom, aunque después consiguió levantar uno de los más grandes fondos de inversión de todos los tiempos, el Vision Fund, de US$100.000 millones, en 2017.

Este hombre de 67 años se ha subido a una montaña rusa que haría ir a terapia de por vida a la mayoría de los mortales.

Es una persona dramática, que en una ocasión amenazó con inmolarse si no se le otorgaba una licencia de telecomunicaciones en Japón.

Asegura que apostó por Alibaba por los “ojos intensos, ojos brillantes” de su fundador, Jack Ma, y que convenció al príncipe heredero de Arabia Saludita para que invirtiera US$45.000 millones en su Vision Fund en una simple conversación de 45 minutos, ofreciéndole «un regalo Masa, un regalo de un billón de dólares», de acuerdo con la entrevista que Son concedió a David Rubinstein, de Bloomberg, en 2017.

Tan peculiar es Son, conocido como “Masa”, que actualmente es el objeto de dos libros, uno del ex editor del Financial Times Lionel Barber y otro de Alok Sama, ex presidente del gigante de telecomunicaciones y tecnología Softbank Group International, propiedad de Son.

Los dos retratan a un inconformista global que no parece dormir jamás, pero es el libro de Sama The Money Trap (La trampa del dinero) el que analiza de más cerca el impacto potencial de Son en el floreciente mercado de la IA. “La ambición de Masa Son es ser el sumo sacerdote [de la IA]”, escribe Sama.

“No es un jugador”, me dice Sama, y agrega que Son ha obtenido diez veces más de lo perdido en WeWork por su inversión en Arm Holdings Plc, la empresa de diseño de chips que ahora ocupa un lugar central en sus ambiciones de inteligencia artificial. “Él vive en el futuro”.

Son fundó el Vision Fund para sacar provecho de la llamada singularidad, un umbral hipotético que a veces se define como el momento en que la IA supera al cerebro humano. Cuando habló en la junta general anual de Softbank el verano pasado, Son dijo que se había obsesionado con hacer realidad la “superinteligencia artificial” y que había nacido para hacerlo realidad. Sus inversiones anteriores fueron solo un calentamiento.

No es de extrañar, entonces, que Son haya estado en una racha de IA.

El mes pasado, invirtió US$500 millones en OpenAI a través de su Vision Fund, tras haber perdido las rondas de financiación anteriores de la empresa de IA. A principios de este año, lideró una inversión de US$1.000 millones en el fabricante británico de coches autónomos Wayve e invirtió hasta US$20 millones en Perplexity AI, que se enfrenta directamente con Google Search de Alphabet Inc (GOOGL).

Recientemente, Son dijo a los inversores que seguirá pescando en áreas como la conducción autónoma, los centros de datos y la robótica de IA. Tendrá mucho que ganar, con docenas de nuevas empresas de IA generativa más que luchan por cubrir los costes de la potencia informática y están ansiosas por conseguir financiación en un negocio dominado por los gigantes tecnológicos.

Pero Son plantea un cierto riesgo para todos los demás en el estanque. La clave está en el título del libro de Barber: Gambling Man (El hombre del juego). Aunque tiene un patrimonio de unos US$16.000 millones de dólares, según el Índice de multimillonarios de Bloomberg, la carrera de Son ha sido nada menos que volátil.

Su apuesta por WeWork (otro acuerdo improvisado que surgió de una reunión de 12 minutos y un viaje en autmóvil con el fundador Adam Neumann) provocó una pérdida de US$32.000 millones para el Vision Fund cuando la startup se declaró en quiebra. Más tarde, Son calificó la apuesta de “tonta”, pero su enfoque de la inversión no parece haber cambiado.

Eso no es precisamente lo que necesita el mercado de la IA actual.

Ya ha mostrado una dinámica efervescente, con valoraciones en alza (hola, Nvidia Corp.(NVDA) ) y una intensa publicidad. Son amenaza con alimentar aún más esa dinámica, empujando al mercado hacia un crecimiento inestable.

En los dos años transcurridos desde el lanzamiento de ChatGPT, los inversores han añadido US$8,2 billones a las valoraciones de mercado de las seis mayores empresas tecnológicas, pero el mercado de la IA generativa todavía está en sus primeras etapas y no necesita el tipo de volatilidad que podrían introducir las grandes apuestas de un excéntrico multimillonario.

La consecuencia obvia de inyectar enormes cantidades de capital en nuevos mercados es un entorno de presión, en el que las empresas queman efectivo para crecer exponencialmente. Cuando muchas de esas empresas fracasan, pueden implosionar espectacularmente, como le ocurrió a WeWork, con dolorosas repercusiones.

El auge actual de la IA ha estado marcado por personas con objetivos nobles.

Sus principales visionarios, el fundador de OpenAI, Sam Altman, y el fundador de Google DeepMind, Demis Hassabis, se propusieron crear sus propias versiones de “super IA” con la esperanza de que elevasen los niveles de vida globales, curasen el cáncer y resolviesen el cambio climático. En cambio, han actuado como brazos de productos de facto de Microsoft Corp. (MSFT) y Google, ampliando el dominio de esas empresas.

El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Como mínimo, cabe esperar que la intervención de Son haga que ese camino sea mucho más accidentado.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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