Una oposición eficaz a las políticas comerciales del presidente Donald Trump todavía no ha salido a la palestra. Los partidarios del comercio de la vieja escuela se mantienen al margen, consolándose tal vez con que el giro proteccionista se revertirá una vez que los costos sean más evidentes. Seamos pacientes, nos decimos: esto también pasará.
¿Pasará? No dudo de que las políticas fracasarán. Sin embargo, por sí solo, eso no restaurará la era anterior a Trump.
El motivo no es, o no solo es, nuestra decreciente capacidad de buen gobierno. Tampoco estoy asumiendo que la economía MAGA perdurará porque los demócratas sigan perdiendo elecciones. Según lo que suceda en las elecciones de mitad de mandato, y en 2028, el nuevo orden económico podría modificarse, pero es poco probable que se abandonará.
Una vez que los republicanos se han adherido a la causa, el centro del posneoliberalismo de la economía MAGA, usar los aranceles para remodelar la economía, está ampliamente consensuado en EE.UU.
La Casa Blanca se ha enfrentado a reveses en los tribunales, y los detractores señalan con razón que la ejecución ha sido un caos, pero tiene muchas alternativas a las que recurrir en materia arancelaria, y dicho propósito cuenta con un amplio respaldo.
Una vez que los republicanos se han adherido a la causa, el centro del posneoliberalismo de la economía MAGA, usar los aranceles para remodelar la economía, está ampliamente consensuado en EE.UU.
La Casa Blanca se ha enfrentado a reveses en los tribunales, y los detractores señalan con razón que la ejecución ha sido un caos, pero tiene muchas alternativas a las que recurrir en materia arancelaria, y dicho propósito cuenta con un amplio respaldo.
El respaldo al orden comercial liberal instaurado a partir de 1945 se ha desvanecido. A medida que los costes de este nuevo proteccionismo se vuelvan más visibles, la pugna se concentrará entre los guerreros del comercio del estilo de Trump y los opositores deseosos en hacer lo mismo, pero con mayor destreza.
El presidente ha redefinido la política comercial habitual. Hablar de TACO (Por sus silgas en inglés, Trump siempre se acobarda) es engañoso.
Es cierto que la administración ha oscilado en cuanto a los aranceles: un día amenaza con barreras extraordinariamente altas y al siguiente, tras la reacción negativa del mercado financiero, las reduce o las suspende mientras negocia.
Sí, comparado con sus amenazas más audaces, el arancel efectivo promedio actual, de aproximadamente el 15%, parece tímido. Pero comparado con la era pre-Trump, sigue siendo transformador, al igual que el pensamiento que lo sustenta. La presunción a favor de aranceles bajos o nulos ha desaparecido.
También lo ha sido la idea de que el comercio es de suma positiva y de que un sistema multilateral basado en normas es la mejor manera de obtener beneficios.
Cuando la administración duplicó la semana pasada los aranceles estadounidenses al acero y al aluminio del 25% al 50%, la reacción no fue “¿En qué demonios están pensando?”, sino “Bueno, eso no cambia mucho el promedio general”. En sí mismo, el llamado arancel “de base [es decir, universal] recíproco” del 10% renuncia al orden comercial de la posguerra, y ya se considera insignificante.
Este nuevo Consenso de Washington no es el único factor.
Muchas empresas se oponen a los nuevos aranceles, argumentando que las barreras aumentarán los costos, interrumpirán las cadenas de suministro y convertirán las inversiones anteriores en pérdidas. Pero una vez que se hayan adaptado al nuevo régimen, los mismos cálculos presionarán en sentido contrario: por favor, no vuelvan a cambiar las reglas.
Además, los productores nacionales, al enfrentarse a una menor competencia externa, podrán subir sus precios. Una vez que empiecen a percibir las rentas generadas por las barreras comerciales, preferirán mantenerlas, o quizás aumentarlas aún más.
Quizás el factor más importante que consolide la vigencia de los aranceles sean sus consecuencias fiscales. Esto se hizo más evidente la semana pasada cuando la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) realizó una evaluación oficial de los ingresos que generarán los nuevos impuestos.
Según las cifras de la CBO, si se mantienen los nuevos aranceles impuestos entre el 6 de enero y el 13 de mayo (30% a las importaciones de China y Hong Kong, 25% a automóviles y autopartes, el arancel base del 10%, el arancel del 25% al acero y el aluminio, y aranceles parciales del 25% a los productos de Canadá y México), se reducirían los déficits presupuestarios en US$2,8 billones en los próximos 10 años.
Esto considera menores pagos de intereses de la deuda, un crecimiento económico ligeramente más lento y una inflación 0,4 puntos porcentuales más alta este año y el próximo.
Casi US$3 billones es una suma enorme, incluso para los estándares presupuestarios estadounidenses, y a medida que la deuda pública sigue creciendo, el gobierno necesitará ese dinero. En las discusiones sobre el proyecto de ley de presupuesto ante el Congreso, los ingresos arancelarios proyectados no se consideran directamente.
Los evaluadores oficiales y no oficiales se centran en los efectos del proyecto de ley sobre los déficits y la deuda proyectados, dejando de lado los aranceles: no se incluyen en la medición, son el resultado de medidas ejecutivas, no de legislación, y en el pasado los ingresos han sido modestos y estables, por lo que apenas vale la pena discutirlos.
Eso va a cambiar.
Los ingresos son ingresos, como señala el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Si los aranceles recaudan US$3 billones en los próximos 10 años, eso importa mucho. Sumado al presupuesto, incluso simulan responsabilidad fiscal.
Para ser claros, ni siquiera US$3 billones alcanzarían para estabilizar la deuda pública proyectada. Pero bastarían para cubrir la mayoría de las nuevas pérdidas fiscales en el próximo proyecto de ley de presupuestos. (No las cubriría todas, como afirma Bessent, porque una gran parte del proyecto de ley ignora la carga inicial, las medidas “temporales” y otros trucos contables que ocultan su probable coste total).
Más concretamente, una vez que se vuelva rutinario integrar los aranceles en los debates sobre sostenibilidad fiscal, será difícil volver a derribar las barreras.
Cuando llegue la crisis fiscal y la deuda pública exija atención inmediata, como debe ser, los responsables políticos tendrán que elegir entre, por ejemplo, impuestos sobre la renta más altos, subsidios más bajos a los seguros médicos y límites a los pagos de la Seguridad Social. Como alternativa, aranceles más altos.
Si se consideran los aranceles como un impuesto a los extranjeros, no a los estadounidenses, otro error fomentado por la nueva ortodoxia, la respuesta es obvia.
Los regímenes de política económica pueden cambiar, como acabamos de presenciar. Así que hay esperanza: restaurar el antiguo orden comercial no es imposible.
La pregunta es cuánto daño, a lo largo de cuántos años, será necesario para forzar otro gran replanteamiento. En este momento, veo pocos motivos para el optimismo.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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