En una época en la que se aceleran los avances en el campo de la IA, todo el mundo está debatiendo sus implicaciones sobre el mercado de trabajo o la seguridad nacional. Sin embargo, se habla bastante menos de lo que la inteligencia artificial podría o debería suponer para la filantropía.
Numerosos expertos (no todos) opinan que la Inteligencia Artificial General (AGI, por sus siglas en inglés) tiene muchas posibilidades de hacerse realidad en los próximos años. La AGI consiste en un modelo de IA generativa que, en pruebas de orientación intelectual, podría aventajar a los expertos humanos en el 90% de las preguntas.
Esto no quiere decir que la IA sea capaz de controlar una pelota de baloncesto, conseguir que el PIB se incremente un 40% al año o, de hecho, destruirnos. No obstante, la IA podría ser un logro extraordinario y, con el paso del tiempo, y aunque sea lentamente, transformará nuestro mundo.
En aras de la objetividad, pondré a un lado las universidades, donde trabajo, y examinaré otros ámbitos en los que el rendimiento filantrópico será superior o inferior.
Un importante cambio es que la inteligencia artificial hará posible qué individuos, o grupos muy pequeños, gestionen proyectos de gran envergadura. Si dirigen la IA, crearán grupos de expertos, centros de investigación o empresas completas. La productividad de los pequeños grupos de personas capaces de dirigir la inteligencia artificial se incrementará en un orden de magnitud.
Los filántropos deberían considerar la posibilidad de brindar más apoyo a esas personas. Por supuesto, es difícil, porque en este momento no hay formas simples ni obvias de medir esas habilidades. Pero es precisamente por eso que la filantropía podría desempeñar un papel útil.
Las empresas con una orientación más comercial pueden abstenerse de realizar esas inversiones, tanto por el riesgo como porque los retornos son inciertos. Los filántropos no tienen esos requisitos financieros.
Por extraño que suene, otra posible nueva vía para la filantropía en un mundo de IA es la creación de una marca intelectual. A medida que se abarate la producción de contenido de calidad, cobrará mayor importancia la forma en que se presente y se organice (con la ayuda de la IA, por supuesto).
Algunas empresas de medios de comunicación y personas influyentes en las redes sociales ya tienen una reputación de ser confiables y querrán protegerla y mantenerla. Pero si alguien quisiera crear una nueva marca de confianza y tuviera un plan lo suficientemente bueno para hacerlo, debería recibir una consideración filantrópica seria.
Luego está la cuestión de los propios sistemas de IA. La filantropía debería comprar sistemas de IA buenos o mejores para las personas, las escuelas y otras instituciones de los países muy pobres. Una IA decente en una escuela o en una oficina municipal de, por ejemplo, Kenia, puede servir como traductor, respondedor de preguntas, abogado y, a veces, como médico diagnosticador.
Todavía no está claro exactamente cuánto podrían costar esos servicios, pero en la mayoría de los países muy pobres habrá retrasos significativos en su adopción, debido en parte a la asequibilidad.
Una buena regla general podría ser que los países que no siempre pueden permitirse el lujo de tener agua potable también tendrán problemas para costear sistemas avanzados de IA. Una diferencia es que la casi ubicuidad de los teléfonos inteligentes podría hacer que la inteligencia artificial sea más fácil de proporcionar.
Las capacidades de la IA también significan que el mundo podría ser mucho mejor en un horizonte temporal muy largo, digamos dentro de 40 años. Tal vez aparezcan nuevos medicamentos sorprendentes que de otro modo no habrían surgido y, como resultado, la gente podría vivir 10 años más.
Eso aumenta el rendimiento (hoy) de solucionar enfermedades infantiles que son difíciles de revertir. Un ejemplo sería el envenenamiento por plomo en los niños, que puede provocar déficits intelectuales permanentes. Otro sería la desnutrición.
Abordar esos problemas ya era una muy buena inversión, pero cuanto más brillante parezca el futuro del mundo y mejores sean las perspectivas para nuestra salud, mayores serán esos rendimientos.
La otra cara de la moneda es que los problemas reversibles probablemente deberían perder importancia. Si podemos solucionar un problema particular hoy por US$10.000 millones, tal vez dentro de 10 años, gracias a la IA, podamos solucionarlo por apenas por US$5.000 millones.
Por lo tanto, será más importante determinar qué problemas son verdaderamente irreversibles. Los filántropos deberían centrarse en horizontes temporales largos de todos modos, por lo que no deben preocuparse demasiado por cuánto tiempo le llevará a la IA hacer de nuestro mundo un lugar fundamentalmente diferente.
Por si sirve de algo, le pregunté a una IA cuál era la mejor respuesta a la pregunta de cómo debería cambiar el enfoque de la filantropía. Sugirió, entre otras ideas, más apoyo a la salud mental, más trabajo en materia de sostenibilidad ambiental y mejoras en los procesos democráticos. Más pronto que tarde, tal vez nos encontremos siguiendo su consejo.
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