El impulso latinoamericano para trabajar menos resuelve el problema equivocado

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Latinoamérica se plantea reducir la jornada laboral. No obstante, por muy loable que sea la meta de una mejora de las condiciones laborales, los gobiernos de la región se exponen asimismo a profundizar su grave informalidad laboral y su baja productividad.

Tanto Colombia como Chile han aprobado ya leyes que disminuyen la jornada laboral legal a 42 y 40 horas semanales, respectivamente.

En la actualidad, los legisladores brasileños, mexicanos y argentinos, las tres principales economías de la región, están debatiendo diversas propuestas para reducir la jornada laboral legal (44 horas semanales en Brasil y 48 horas semanales en los otros dos países).

De forma colectiva, están buscando un alivio en una región caracterizada por una pesada, pero relativamente improductiva, carga de trabajo.

Si es usted un trabajador del sector formal, dichas políticas adquieren sentido: la sociedad está dedicando menos tiempo al trabajo y más al ocio y a la familia; el objetivo de ciertas propuestas, como la enmienda constitucional propuesta en el Congreso de Brasil para la eliminación de la jornada laboral de seis días (conocida como escala 6x1), es modernizar legislaciones anticuadas.

La tecnología ha incorporado más flexibilidad al mercado de trabajo, y se ha comprobado que una semana laboral más corta favorece la concentración y la salud de los trabajadores, a la vez que favorece la conciliación de la vida laboral y familiar.

Es más, en la práctica, los empleados ya tienden a dedicar menos tiempo a su trabajo, de 37 a 44 horas semanales, de media en las principales economías de la región, que el límite legal, por lo que las nuevas legislaciones no hacen, sino, adaptarse al mundo real.

Sin embargo, a pesar de todas estas buenas razones, las leyes que se centran en el número legal de horas de trabajo apuntan al problema equivocado: el pobre desempeño económico de la región está intrínsecamente vinculado a sus problemas de productividad e informalidad de larga data.

Si los gobiernos quieren aumentar los ingresos, esos obstáculos son lo que los responsables de las políticas deberían tratar obsesivamente de reducir.

Para empezar, las propuestas que obligan a los empleadores a pagar el mismo salario por menos horas de trabajo están destinadas a aumentar los costos laborales, lo que afectará especialmente a las empresas familiares y a las pequeñas empresas.

Tomemos el caso de Brasil: la enmienda que avanza en la Cámara Baja reduce la semana laboral a 36 horas distribuidas en cuatro días (con tres días de descanso).

En igualdad de condiciones, eso significará un aumento de los costos laborales por hora de alrededor de una quinta parte, lo que resultará en una inflación más rápida, en particular dada la estrechez del mercado laboral. Peor aún, podría empujar a más trabajadores al mercado informal, o impedir que nuevos empleados ingresen al mundo formal.

Por importante que sea el marco legal de trabajo, los legisladores deben prestar más atención a las realidades de sus economías: aproximadamente la mitad de los empleos de la región son de mala calidad y se encuentran en el mercado informal, una proporción que no ha mejorado en la última década.

Las reducciones de la carga de trabajo no ayudarán al enorme universo de empleados que no estarán protegidos por estas leyes; en cambio, probablemente aumentarán la brecha entre trabajadores formales e informales.

Llámenme cínico, pero se podría argumentar que estas iniciativas están diseñadas para obtener ganancias políticas porque su impacto es más inmediato y visible. Implementar políticas sostenibles que realmente reduzcan la informalidad y amplíen el número de trabajadores protegidos por disposiciones legales es un proceso complejo que podría llevar años o décadas.

Lo mismo puede decirse del problema de productividad de larga data que enfrenta la región: América Latina y el Caribe aparecen cerca del final tanto en el nivel de productividad laboral por persona empleada como en la evolución reciente de esta métrica, que según el Banco Mundial ha crecido apenas alrededor de un 1% anual en promedio desde 1990 (y se ha estancado en la última década).

Visto así, la búsqueda de producir más mientras se trabaja menos bien puede ser el mayor de los muchos desafíos económicos de América Latina. Y su solución es aún más urgente si se considera el inminente problema de fertilidad de la región .

Contrariamente a algunos de los estereotipos despreciables que circulan por ahí, los trabajadores locales en América Latina no son los culpables de los malos niveles de productividad agregada de la región. La mayoría de los latinoamericanos que conozco son trabajadores esforzados que quieren progresar; además, no son directamente responsables de los servicios inadecuados de educación, salud o transporte que reciben.

Depende de los gobiernos y las empresas invertir más en la capacitación de su personal y adoptar nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial. Simplificar la burocracia, promover la competencia, reducir la inseguridad y la corrupción y diversificar la base de producción haría maravillas para que los trabajadores y la economía en general sean más productivos.

América Latina es la región más urbanizada del mundo en desarrollo, por lo que hacer que las ciudades sean más habitables también es crucial para impulsar estas cifras.

Al final del día, mejorar la productividad es como ponerse en forma: parece difícil de alcanzar, pero todos sabemos lo que se necesita. La verdadera dificultad es poner todo en su lugar y hacer el gran esfuerzo necesario para tener éxito. Lo que no se puede hacer es tratar de crear prosperidad por ley, como pretenden algunas de estas iniciativas de horario laboral.

Los lectores de esta columna saben que soy un optimista acérrimo sobre el potencial de América Latina, pero permítanme ofrecerles este sombrío pronóstico: si la región no soluciona su perenne problema de baja productividad, dentro de 20 años estaremos enfrentando las mismas consecuencias y discutiendo las mismas soluciones obvias. Eso sería, y no me cabe duda de que se trata de una broma sobre productividad, una enorme pérdida de tiempo.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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