El 79º cumpleaños de Lula debe ser un llamado de atención para la política brasileña

Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, podría encontrar en su edad su mayor enemigo para otro mandato.
Por Juan Pablo Spinetto
06 de noviembre, 2024 | 10:33 AM

Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil, cumplió 79 años el 27 de octubre, un merecido motivo para festejarlo, así como para comenzar a pensar con detenimiento en sus planes de sucesión.

Cuando se celebren las próximas elecciones presidenciales en octubre de 2026, en las que Lula ha indicado su posible participación, el antiguo líder sindical, que ya habrá gobernado Brasil en tres ocasiones, estará próximo a cumplir 81 años. En caso de ganar, Lula tendría 85 años cuando concluyera ese nuevo mandato de 4 años, en el último día de 2030, lo que le convertiría en el Matusalén de la historia de los presidentes brasileños.

Lula parece sano y evidentemente al mando en estos momentos, a pese a un reciente accidente doméstico que le significó varios puntos de sutura en la cabeza, (además de la oportuna cancelación de un incómodo viaje a Rusia).

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Aquellos que han viajado con el presidente durante varias de sus recientes giras por el mundo destacan con admiración su resistencia y empuje.

Con un nivel de popularidad que roza el 50% y con buenas noticias en el frente económico, es lógico que quiera optar a otro mandato. Pero quizá debería llamar a otro estadista de edad avanzada. Como ya comprobó el presidente Joe Biden, de 81 años, el factor edad puede resultar complicado en la política moderna.

Durante un reciente viaje a Brasilia, capté rastros de ansiedad en el bando de Lula por el incierto horizonte político que se vislumbra mientras el presidente se embarca en la segunda parte de su mandato.

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Consideremos las tres áreas en las que es más probable que el factor edad influya.

En primer lugar, está la selección del compañero de fórmula de Lula.

Si Lula efectivamente se presenta a la que sería su séptima carrera presidencial, la elección de su vicepresidente sería trascendental debido a la probabilidad no nula de que esta persona tenga un papel más importante en el gobierno.

El actual vicepresidente Geraldo Alckmin, de 71 años, proviene de un partido más centrista (resultado de la amplia coalición construida en 2022 para derrotar al titular Jair Bolsonaro), pero me cuesta imaginar que el Partido de los Trabajadores de Lula, el PT, no intente conseguir ese puesto para uno de los suyos, por si acaso.

Al mismo tiempo, Lula 3.0 se ha mostrado reacio a hacer cambios drásticos de personal, por lo que bien podría repetir la fórmula. Esta decisión promete agitar las aguas políticas dentro de un año.

En segundo lugar, la gestión cotidiana del gobierno.

El actual gobierno de Lula es mucho más reacio a asumir riesgos que en los años 2003-2010. Lo que hizo que Lula tuviera éxito en sus dos primeros mandatos, su infinita capacidad para negociar con el poderoso Congreso y los partidos de Brasil, normalmente en grandes cenas y encuentros sociales, gloriosamente definidos en portugués como “articulação”, ahora se ha desinflado.

Este Lula tiene menos paciencia para esa política clientelista, al mismo tiempo que es menos resuelto en sus decisiones. El resultado es un gobierno sin impulso reformista, cómodo con el status quo si no fuera por las severas restricciones fiscales que enfrenta.

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Por último, las necesidades del electorado brasileño.

Hay una creciente desconexión entre lo que los brasileños exigen en términos políticos y lo que Lula y su partido están ofreciendo. Lula insiste en tocar los grandes éxitos que lo convirtieron en una estrella mundial, desde la fuerte intervención gubernamental hasta la lucha contra la pobreza, pero el público exige canciones nuevas, más derechistas.

Esa discrepancia quedó clara después de las elecciones municipales de Brasil el mes pasado, donde el PT quedó en noveno lugar por número de municipios ganados, lo que llevó a recriminaciones entre las alas radicales y moderadas del partido (un presagio de las batallas internas por la sucesión que se avecinan).

No estoy haciendo predicciones, sólo trazando escenarios: dos años en la política brasileña son una eternidad. Lula bien podría decidir no presentarse como candidato. Pero en junio, el presidente dio una clara señal de que probablemente lo hará: “Si es necesario ser candidato para impedir que los trogloditas que gobernaron vuelvan a gobernar, pueden estar seguros de que mis 80 años se convertirán en 40 y podré ser candidato”, dijo .

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Mucho dependerá de la forma de la coalición de gobierno y de quiénes presente la oposición en esta contienda. Si la derecha se divide, Lula lo tendrá más fácil, en particular contra un rival radical como el extraño Pablo Marçal, el influyente agresivo y propenso a la vulgaridad que perturbó la carrera por la ciudad de São Paulo a pesar de no llegar a la segunda vuelta .

Si la oposición se une detrás de una voz más moderada, como el favorito de los empresarios, el gobernador de São Paulo, Tarcisio de Freitas, entonces Lula se enfrenta a una batalla cuesta arriba, en particular debido a los problemas fiscales del país. En cualquier caso, como vimos en Estados Unidos, es probable que la oposición use la carta de la edad para desacreditar a Lula. Una forma inteligente de esquivar esta cuestión sería ampliar su coalición como lo hizo en 2022.

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Aceptar que puede ser el momento de retirarse debe ser una de las cosas más difíciles para quienes llegan a la cima de sus carreras, ya sea en la política, los negocios o incluso el deporte.

La tentación de seguir adelante cuando no hay nada ni nadie que te detenga puede ser irresistible. Lula también puede ser reacio a señalar un sucesor debido al impacto que eso tendría en su propia autoridad, en particular después de su gran error en 2010, cuando ungió a Dilma Rousseff como su sucesora, solo para verla ser destituida después de que presidiera la peor contracción económica del país.

Sin embargo, retrasar ese paso no lo librará de ello. Con todas sus diferencias, el caso de Biden en EE.UU. demuestra una vez más que dejar pasar el tiempo solo amplifica las consecuencias.

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Independientemente de si se presenta a las elecciones de 2026, Lula debería empezar a señalar cuál es su camino de sucesión preferido. La historia está llena de ejemplos de líderes carismáticos cuyo mandato terminó en traumas y luchas internas debido a que no planificaron su salida.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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