Bloomberg — La otra noche, en una gala de etiqueta en Mar-a-Lago, el presidente argentino Javier Milei no pudo contenerse. La reunión se había organizado para celebrar la elección de Donald Trump y nadie iba a superar a Milei. Giró, pivotó, se balanceó, se abrazó, mostró el signo del pulgar hacia arriba -a veces uno, a veces, para enfatizar, dos- y esbozó la más amplia de las sonrisas ante el flash de las cámaras.
A la mañana siguiente, temprano, cuando le pidieron que pronunciara un discurso, subió al escenario agitando los puños y zapateando al ritmo palpitante de Village People’s . Durante 15 minutos, se deleitó con la derrota de la clase dirigente socialista despertada antes de bajar la voz un par de octavas para cerrar con su grito característico: “Viva la libertad, maldita sea”.
Casi un año después de asumir el cargo, Javier Milei está, para asombro de los expertos argentinos, viviendo un momento. No solo tiene de nuevo un aliado en la Casa Blanca, un acontecimiento crucial para un líder cuyo país necesita desesperadamente ayuda exterior, sino que en el frente económico ha ido acumulando victorias.
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La inflación está cayendo, tal y como prometió, desde un pico de casi el 300%; un déficit presupuestario de larga duración se ha convertido en un superávit; los bonos del Estado, que antes se consideraban casi seguros de hundirse de nuevo en el impago, se están recuperando; y la economía, moribunda desde hace mucho tiempo, está empezando por fin a repuntar. Nada mal para un outsider con una agenda tan radical que la gente especulaba abiertamente hace un año sobre cuántos meses duraría antes de tener que abandonar el poder.
“En aquel entonces”, dice Miguel Kiguel, economista y exsubsecretario de Finanzas de Argentina, “éste era un escenario de ensueño. Era impensable”.
La cuestión ahora es si Milei puede convertir estas victorias en las dos cosas que más necesita para ofrecer ganancias económicas verdaderas y duraderas a su pueblo: un nuevo programa de préstamos del Fondo Monetario Internacional y una oleada de inversiones en todo tipo de sectores, desde fábricas de automóviles hasta plataformas petrolíferas de esquisto. Los argentinos han sido pacientes hasta ahora con Milei, aunque las últimas encuestas indican que empieza a cundir la fatiga con su impulso de austeridad fiscal y el dolor financiero que ha conllevado.
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Dentro del equipo de Milei, la esperanza es que el regreso de Trump allane el camino para un acuerdo con el FMI que renueve, y quizá incluso amplíe, el actual programa de US$44.000 millones. Sin él, Milei se verá en apuros para levantar las rígidas restricciones sobre el mercado de divisas, el peso es más estable este año, pero sigue siendo frágil, que actúan como elemento disuasorio clave para las multinacionales que se plantean invertir en el país.
La economía podría estar registrando “un ligero rebote”, dijo Eduardo Levy Yeyati, asesor económico jefe de Adcap Grupo Financiero y miembro senior de Brookings, “pero el crecimiento real no se producirá hasta que los inversores decidan poner su dinero en Argentina y todavía no estamos ahí”.
Milei encontró más margen para recortar el gasto del que nadie creía posible en Argentina, que ahora va camino de registrar su primer superávit presupuestario anual desde 2008. Ha paralizado las obras públicas, ha recortado drásticamente el presupuesto de educación superior, ha reducido la nómina pública y ha dejado que los salarios y las pensiones del sector público queden por detrás de la inflación. Tras eliminar la mitad de los ministerios del país, Milei creó uno dedicado a reducir la burocracia, que según él ha inspirado a Trump para crear su Departamento de Eficiencia Gubernamental, que dirigirá Elon Musk.
Sin embargo, la misma campaña de austeridad ha sumido a Argentina en la recesión y a más de la mitad de su población en la pobreza. Y aunque han aparecido los primeros signos de recuperación, la actividad económica ha vuelto en agosto a los niveles previos a las elecciones, el gasto de los consumidores y la producción industrial siguen siendo inferiores a los de hace un año.
“Milei se ganó, sobre todo, la paciencia de la gente”, dijo Mariel Fornoni, directora de la empresa de sondeos Management and Fit, que sitúa su índice de aprobación justo por debajo del 50%. “Hoy, su gobierno depende fundamentalmente de la opinión pública”.
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Lo que dice Bloomberg Economics
“Milei se ha convertido en el chico de los carteles de un modelo económico de Estado pequeño, libre comercio y precios libres del que varias economías se han apartado en las últimas décadas, aunque todavía no ha puesto en práctica en su totalidad las ideas que defiende. La cara más brillante de su programa es el exitoso esfuerzo por reequilibrar un presupuesto público que llevaba décadas en números rojos, lo que ha contribuido a evitar una hiperinflación. Pero su plan de desinflación también se basa en un peso sobrevalorado y administrado y en controles de divisas, una estrategia a la que se han entregado a menudo los anteriores gobiernos argentinos de izquierda y derecha. Solo cuando se levanten esos controles - y lo que siga en términos de flujos, endeudamiento e inflación - podrá valorarse el modelo de Milei como un ejemplo a seguir - o a evitar - para otros mercados emergentes”.
- Adriana Dupita, economista de Brasil y Argentina
Gran parte de la popularidad de Milei se apoya en el éxito inicial de su campaña contra la inflación: los precios al consumo subieron un 2,7% en octubre respecto a septiembre, el ritmo mensual más lento en casi tres años. Eso sigue significando una inflación anual de casi el 200% que Milei necesita derrotar desesperadamente antes de que a los argentinos se les acabe la paciencia con sus políticas.
Y ésa es la razón por la que el economista libertario reconvertido en presidente ha estado posponiendo algunas de sus promesas clave de campaña, a saber, la eliminación de los controles de capital y de divisas que permitirían la libre flotación del peso, desatando potencialmente un nuevo shock inflacionista que podría dañar su popularidad de cara a las cruciales elecciones de mitad de mandato del año que viene. En lugar de ello, Milei ha adoptado una paridad monetaria que limita la devaluación del peso a solo un 2% mensual, y ha estado hablando de ralentizarla aún más hasta solo un 1% mensual.
Mantener la espesura de los controles ha costado a Argentina sus preciadas reservas de divisas y también ha impedido las inversiones a largo plazo que el país tanto necesita para una recuperación económica sostenible. La política monetaria de Milei es también el punto de fricción en las negociaciones con el FMI, que no quiere que sus recursos vuelvan a utilizarse para apuntalar el peso.
“La prueba de fuego es si esto es sostenible sin controles monetarios, y eso aún no lo sabemos”, dijo Kiguel.
A Milei le gusta presumir de que el tiempo está de su lado, incluso cuando la mayoría de los economistas y encuestadores le advierten de que se está quedando sin él. Habiendo demostrado hasta ahora que sus detractores estaban equivocados, llega con una renovada confianza en sí mismo a la cumbre del G-20 organizada por su homólogo y archirrival brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Antes incluso de aterrizar en Río de Janeiro, ya estaba intentando bloquear el consenso en torno al comunicado final del grupo, actuando como saboteador para algunos, o como líder de lo que considera un nuevo orden mundial que derrotará a los socialistas y sus agendas “woke”.
El principal ayudante económico de Milei, Luis Caputo, quizá fue quien mejor captó el estado de ánimo vertiginoso dentro de los pasillos del gobierno cuando hizo una aparición en la bolsa de Buenos Aires la semana pasada. El presidente, dijo Caputo a la pequeña multitud de economistas y empresarios reunidos en el parque de la bolsa, es una de las dos o tres personas más respetadas del mundo en la actualidad. Luego se corrigió a sí mismo. En realidad, Milei es el nº 1 “pero me da un poco de vergüenza” decirlo.
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