Bloomberg — Decir que la vida no ha sido fácil en Argentina desde que Javier Milei se convirtió en presidente sería bajarle el perfil a la realidad cotidiana de una nación sometida al equivalente de una cirugía económica.
En los ocho meses transcurridos desde su llegada al poder, los precios se han disparado más de un 100%, el gasto de los consumidores se ha derrumbado y el desempleo ha aumentado, mientras los argentinos se enfrentan al shock de austeridad más brutal de la historia reciente.
Sin embargo, durante la presidencia de Milei ha ocurrido algo inesperado: A pesar de toda la miseria, Milei sigue siendo tan popular como cuando fue elegido prometiendo utilizar una motosierra contra el Estado. Incluso los más afectados siguen confiando en su amarga medicina económica.
Una de ellas es Mónica Pérez, una carnicera de 57 años cuya sonrisa oculta el hecho de que la otrora capital mundial de la carne roja ha visto caer su consumo al nivel más bajo en más de un siglo. Los obreros de la construcción, que constituyen la mayor parte de su clientela, antes pedían carne por kilos; ahora le dicen cuánto dinero tienen para gastar y compran lo que les alcanza.
Esto es señal de una espiral descendente a largo plazo: el poder adquisitivo se derrumbó bajo el gobierno de izquierda anterior y con Milei la tendencia se ha acelerado. Pero, pese a todo, Pérez aún no pierde la fe.
“Obvio que tengo esperanza”, asegura en su carnicería de la localidad de La Unión, a una hora al sur de la ciudad de Buenos Aires. “Tiene que cambiar. Va a cambiar, para bien”.
Argentina se encuentra en las etapas iniciales de un experimento económico y monetario que determinará si puede salir de décadas de declive y recuperar parte de su anterior arrogancia como superpotencia de las materias primas. Dondequiera que se mire hay signos de decadencia y las consiguientes tensiones en su población.
Más de la mitad de los argentinos actualmente viven por debajo de la línea de la pobreza, ya que la “terapia de shock” de Milei exacerba los ya alarmantes niveles de indigencia que heredó.
Desde que asumió el cargo en diciembre, el presidente libertario redujo las pensiones y los sueldos públicos reales, suspendió casi todos los proyectos de obras públicas, devaluó el peso más de un 50% y eliminó los controles de precios de todo tipo de productos, desde la leche hasta los servicios de telefonía móvil.
Con el mayor recorte del gasto en 30 años, el número de personas en situación de calle ha aumentado. Familias enteras mendigando una bolsa de arroz o de fideos se han vuelto una imagen habitual afuera de los supermercados, o recorriendo las calles de la capital tocando timbres para pedir ropa usada.
Los votantes que buscan en la basura siguen otorgando al presidente un alto grado de lealtad.
La popularidad de Milei se sitúa en un 52%, un punto porcentual más que en febrero, según la consultora Management & Fit. El predecesor de Milei, Alberto Fernández, tenía un índice de desaprobación del 79% al final de su mandato.
El enfriamiento de la inflación —el principal grito de guerra de Milei— es uno de los puntales de su apoyo. El aumento mensual de los precios disminuyó de un máximo de tres décadas del 25,5% en diciembre a un 4% en julio.
El enojo acumulado hacia el peronismo, el movimiento estatista que gobernó Argentina durante 16 de los últimos 20 años, el más recientemente bajo Fernández, ayuda a explicar el resto.
Pérez, cuya carnicería se encuentra en la esquina de un camino sin asfaltar que no tiene acceso a un sistema público de alcantarillado, lamenta las décadas de generosidad del Estado con poco que mostrar más allá de una letanía de estadísticas desalentadoras, como la pobreza que se disparó el año pasado. “La mayoría nos cansamos”, afirma.
“Es por eso que lo votamos y que ganó”, señala refiriéndose a Milei.
Los políticos argentinos llevan mucho tiempo caminando por la cuerda floja entre el imperativo económico y la conveniencia política.
Según Camila Perochena, historiadora de la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, se trata tradicionalmente de encontrar un equilibrio entre la solución de los numerosos problemas de la economía que exigen dolor a corto plazo, la limitación de los costos políticos y el mantenimiento de la calma en las calles. Milei tiró ese modelo por la ventana con un estilo de “cueste lo que cueste” que trastornó la política y protege sus índices de aprobación, por ahora, de las huelgas laborales y otros contratiempos habituales.
El resultado es “un momento sin precedentes” para el primer presidente economista del país. Según Perochena, Milei “tiene la convicción de que debe priorizar el equilibrio macroeconómico sin considerar el costo social o incluso el costo político que tendrán las medidas de austeridad”.
Sin duda, Milei ha frenado la “terapia de shock” en los últimos meses para mantener a raya la inflación y proteger a la clase media, ya que considera que constituye la columna vertebral de su administración, según uno de sus principales asesores, que pidió no ser identificado comentando la estrategia del presidente. En julio, Milei suspendió la eliminación de los subsidios a la energía, gracias a los cuales la mayoría de los hogares pagaban solo el 5% del costo de la electricidad; con la inflación bajo control, el Ministerio de Economía reanudó las alzas de precios en agosto.
Desde la devaluación del 54% en diciembre, el gobierno ha rechazado los llamados a acelerar la depreciación del 2% mensual del tipo de cambio oficial del peso —o de eliminar por completo los controles de capital— por temor a que ello exprima aún más los precios. Para mantener el tipo de cambio paralelo más cerca del oficial, el gobierno está interviniendo en el mercado de divisas, consumiendo las reservas internacionales acumuladas durante los primeros meses de austeridad, y haciendo temblar a Wall Street en el proceso. La mayoría de los analistas estiman que mantener la camisa de fuerza monetaria no hace sino aplazar aún más la recuperación, avivando una recesión ya profunda que, según las proyecciones, contraerá la economía un 3,7% este año.
Hasta ahora, el autodenominado antipolítico ha demostrado ser más hábil políticamente de lo que muchos esperaban. En junio, Milei consiguió que el Congreso, controlado por la oposición, aprobara una serie de reformas económicas que modifican la legislación laboral, incentivan las grandes inversiones extranjeras e incluso aumentan el impuesto sobre la renta. Lo logró mediante incesantes negociaciones y cambios de gabinete, a pesar de calificar en reiteradas ocasiones al órgano legislativo de “nido de ratas”. Sus planes más radicales, como la dolarización de la economía, han quedado relegados a un segundo plano.
Para deshacer la maraña de controles de capital implementados por sus predecesores, reactivar la actividad y volver a los mercados internacionales, Milei tiene puestas sus esperanzas en un cuantioso préstamo del Fondo Monetario Internacional, al que Argentina ya debe US$44.000 millones. Sin embargo, la intervención cambiaria del gobierno para mantener baja la inflación va en contra de las políticas ortodoxas prescritas por el organismo multilateral con sede en Washington, y el directorio necesita convencer a su mayor acreedor que merece su vigésima tercera oportunidad. Milei sigue creyendo que el país podría obtener un nuevo programa este año.
En última instancia, será su capacidad para estabilizar y reactivar la economía por lo que será juzgado, según la historiadora Camila Perochena.
Juan Pablo Rudoni es un buen ejemplo. Su empresa de construcción modular EcoSan, que cuenta con 300 empleados, sufrió un desplome de las ventas del 40% en el primer semestre del año, provocado por la decisión de Milei de recortar el gasto en obras públicas, que ha repercutido en todo el sector de la construcción de Argentina, uno de los mayores por empleo. EcoSan vivió un boom durante los años de la pandemia gracias a la construcción de hospitales modulares y sigue construyendo viviendas u oficinas para industrias como la minería, el petróleo y el gas.
Pero Rudoni no puede entregar el último proyecto que contrataron los predecesores de Milei: departamentos de dos pisos y oficinas de capacitación laboral destinados a los barrios marginales de la ciudad. Están prácticamente terminados, esperando en la fábrica de EcoSan a las afueras de la ciudad de Buenos Aires. Pero Milei ni siquiera ha nombrado a un funcionario que firme los certificados que Rudoni necesita para cobrar y entregar. Mientras tanto, las facturas de servicios de su empresa se han disparado entre un 500% y un 600% este año, a medida que Milei retira gradualmente los subsidios que mantenían los precios en niveles absurdamente bajos.
A pesar de todo, Rudoni respalda la ambición de Milei de hacer de Argentina un paraíso favorable a las empresas, y está dispuesto a aguantar el golpe de las facturas de servicios públicos. Pero cree que la austeridad ha ido demasiado lejos, y demasiado rápido. Además, Rudoni abrirá una nueva fábrica a fines de este año que financió hace años, sin prever la histórica recesión.
Se da otros seis meses, hasta fin de año, para que la economía se recupere. De lo contrario, afirma, “será insostenible que podamos mantener nuestro personal y estructura”.
“Tenemos que ver una luz al final del túnel”, indica Rudoni. “El tema es que esa luz no sea alcanzable”.
Ciertamente, los argentinos no eligieron a Milei a ciegas. El país ha pasado más tiempo en recesión desde la década de 1950 que cualquier otra nación, según un informe del Banco Mundial publicado este año. Un argentino nacido cuando el país volvió a la democracia en 1983 ya ha vivido hiperinflación, desempleo récord, defaults soberanos, múltiples devaluaciones del peso y varias monedas inventadas que ya no existen. Y gran parte de ese tiempo lo ha pasado en recesión.
El ingreso medio de los empleados en nómina cayó de US$1.500 en 2017 a menos de US$500 el año pasado, antes de aumentar ligeramente durante la presidencia de Milei, según datos compilados por la consultora bonaerense EconViews.
El presidente reconoce el dolor y sostiene que el “enorme esfuerzo” que están haciendo los argentinos dará frutos.
En cualquier caso, no ofrece una alternativa.
“Todo lo que se pueda cortar, lo vamos a cortar”, aseguró en una entrevista de radio el 19 de julio. “La motosierra no para nunca”.
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