Bloomberg — Se avecina una reorganización del orden económico y estratégico global.
El poder es crecientemente multipolar, al tiempo que los votantes de EE.UU. escogen entre un Donald Trump aislacionista y una Kamala Harris, tradicionalmente internacionalista, para la Casa Blanca.
La historia ofrece numerosos ejemplos de amigos que se transforman en enemigos y de enemigos que se vuelven amigos (o, al menos, ami-enemigo) cuando se modifican los intereses nacionales. Recordemos la visita del anticomunista Richard Nixon a Pekín en el año 1972.
En este contexto, a continuación una guía especulativa sobre las futuras líneas de ruptura de la geopolítica.
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El G-7 liderado por Estados Unidos se enfrenta a el BRICS
En el Grupo de los Siete, formado por Alemania, Canadá, EE.UU., Francia, Italia, Japón y Gran Bretaña, se ha profundizado la unidad de objetivos desde la invasión rusa de Ucrania en 2022.
Esta agrupación de economías desarrolladas ha fijado un tope al precio del petróleo de Rusia, ha impuesto sanciones a sus empresas y a las que ayudan a Rusia a eludir dichas restricciones, ha congelado activos rusos y ha concedido miles de millones de dólares en ayudas y préstamos a Ucrania para financiar su esfuerzo militar.
Los ministros de Finanzas del grupo han condenado en una declaración conjunta el “uso generalizado por parte de China de prácticas contrarias al mercado que perjudican a nuestros trabajadores, a nuestra industria y a la capacidad de recuperación de nuestra economía”.
No obstante, si el G-7 pensó que el resto del mundo se alinearía, es mejor que se lo replantee. El grupo de economías emergentes BRICS ha encontrado un nuevo aliciente.
Lo que empezó como un acrónimo de Brasil, Rusia, India y China, concebido por un economista de Goldman Sachs Group Inc. en 2001, se ha transformado en un club del mundo real, ya que estas naciones desean tener más influencia en la escena internacional y tal vez protegerse contra la clase de músculo que el G-7 ha ejercido contra Rusia.
Sudáfrica , la “S” del acrónimo, se unió en el año 2010. Duratne la cumbre de el BRICS del año pasado, se unieron Irán, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía y Egipto, y la expansión no terminará ahí.
Arabia Saudí está estudiando una invitación para adherirse, y Nigeria, Malasia, Tailandia y Túnez se encuentran entre los países que han manifestado su interés en hacerlo. Bajo el paraguas de el BRICS persisten las tensiones bilaterales, como las disputas fronterizas entre India y China.
Esto no ha frenado el impulso a la cooperación económica: El último estudio económico anual de la India pregona las ventajas de atraer inversiones chinas para impulsar las capacidades de fabricación.
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Un triunfo de Harris probablemente vería a EE.UU. continuar con sus esfuerzos para dar forma a la agenda global a través del G-7 mientras busca lazos más cálidos con algunos miembros de los BRICS, como India, para contrarrestar la influencia china.
Una segunda presidencia de Trump podría señalar el regreso a un enfoque más transaccional de la política exterior, algo que se alinea con la visión de los BRICS que promueve la multipolaridad y la cooperación basada en temas concretos, al tiempo que resta importancia a las alianzas, afirma Mihaela Papa, directora de investigación y principal investigadora científica del Centro de Estudios Internacionales del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Los logros más tangibles del grupo han sido financieros. Los países acordaron poner en común US$100.000 millones de reservas de divisas, que pueden prestarse unos a otros en caso de emergencia. La integración podría ser mayor si el grupo logra desarrollar un mecanismo internacional de pagos y una bolsa de cereales.
Pero incluso sin esos pasos, las tasas de crecimiento económico más rápidas de los BRICS impulsarán a sus actores, en general menos democráticos y menos orientados al mercado, a constituir una parte cada vez mayor de la economía mundial.
Japón y Corea del Sur reconsideran su postura respecto a China
En un raro caso de bipartidismo estadounidense, China está firmemente en el punto de mira proteccionista tanto de republicanos como de demócratas. Esto deja a algunas empresas tecnológicas japonesas y surcoreanas con mucho que perder en el camino de las ventas a China si se ven obligadas a cumplir los controles cada vez más estrictos que impone EE.UU. sobre las exportaciones relacionadas con los chips.
Los dirigentes japoneses recuerdan que su propia industria de chips se vio perjudicada en los años ochenta por las exigencias estadounidenses de limitar sus exportaciones de semiconductores. En aquellos días, Trump despotricaba contra las políticas industriales de Japón más que contra las de China.
La coreana Samsung Electronics Co. y la japonesa Toyota Motor Corp. han aumentado sus inversiones en la fabricación estadounidense en respuesta a las políticas industriales del presidente Joe Biden. Pero también hay indicios de que Japón y Corea están cubriendo sus apuestas.
Sus líderes se reunieron con el primer ministro Li Qiang, número dos de China, en mayo en la primera cumbre formal a tres bandas desde 2019, en la que detallaron planes para mantener el comercio y la inversión en marcha, reforzar la cooperación en las cadenas de suministro y acelerar las conversaciones sobre un acuerdo de libre comercio.
Trump, como presidente en 2019, criticó la alianza de EE.UU. con Japón y sigue denunciando lo que considera una carga de seguridad desigual. También ha denunciado el coste de la alianza de Estados Unidos con Corea del Sur. Si Trump vuelve a ocupar la Casa Blanca, los líderes de Seúl y Tokio se encontrarán directamente entre un vecino continental cada vez más poderoso al que ambos cuentan como su principal mercado de exportación y un aliado distante e impredecible.
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Japón y Corea del Sur seguirán estando cerca de EE.UU. y se mostrarán escépticos ante el poderío de China. Pero la economía será “fundamental para la dirección de la marcha”, afirma Richard McGregor, investigador principal para Asia Oriental del grupo de reflexión Lowy Institute de Sydney. Si la economía china se recupera de su actual caída y la estadounidense flaquea, los dos países “se enfrentarán a un montón de decisiones incómodas”.
Lula resucitado enfrenta al modelo Milei
Cuando Luiz Inácio Lula da Silva derrotó al “Trump de los trópicos” Jair Bolsonaro a finales de 2022, su regreso a la presidencia de Brasil coronó una racha de victorias electorales de candidatos de izquierda en América Latina.
Dos años después, está intercambiando golpes con un recién llegado libertario en la vecina Argentina, Javier Milei. Quien salga vencedor podría reclamar el liderazgo ideológico de la región, marcando potencialmente el tono de las votaciones en, Bolivia, Chile y Ecuador.
Lula ha luchado por recuperar los años dorados de sus dos mandatos anteriores, de 2003 a 2011. Se ha peleado con el jefe del banco central y con la petrolera estatal, Petrobras, mientras que el auge de las materias primas que una vez llevó al éxito económico se ha desvanecido.
Con la rivalidad entre Estados Unidos y China barriendo el resto del mundo, Lula ha estado sentado incómodamente en algún lugar en el medio. La polarización política es moneda corriente. Con Lula apenas una semana en el cargo, los partidarios de Bolsonaro arrasaron Brasilia. Pero Lula recibió un impulso inesperado cuando la economía de Brasil registró un sólido segundo trimestre en 2024.
Esto aliviará la presión sobre su gobierno para que introduzca medidas fiscales que impulsen el crecimiento, afirma Adriana Dupita, que cubre Brasil y Argentina para Bloomberg Economics.
Milei, tras irrumpir en la presidencia en octubre del año pasado sobre una plataforma de recortes al Estado para domar una inflación de casi el 300%, ha promulgado un programa de austeridad castigador. El gasto de los consumidores se desplomó y el desempleo aumentó, ya que se han recortado las pensiones reales y los salarios públicos.
Más de la mitad de los argentinos viven ahora por debajo del umbral de la pobreza. Sin embargo, ha seguido cosechando buenas encuestas entre los votantes indignados por décadas de mala gestión económica. La inflación mensual, que alcanzó un máximo de tres décadas del 25,5% en diciembre, cuando Milei asumió el cargo, cayó al 4% en julio.
Si Argentina consiguiera repuntar y Brasil ralentizarse, podría impulsar el perfil internacional de Milei. “Pero no veo a Milei aprovechando eso para aumentar los lazos comerciales o económicos”, dice Dupita, señalando que desechó los planes de unirse a los BRICS, cuya conferencia Lula acogerá en Brasil en 2025, y desairó una cumbre del pacto comercial Mercosur. “En ese sentido, también, es lo contrario de Lula, que sin duda aprovecharía cualquier protagonismo internacional para ampliar su influencia dentro del sur global”.
Scott y Crawford son editores de economía internacional y empresas gubernamentales de Bloomberg News.
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