La nueva película The Apprentice traza el ascenso de Trump desde sus orígenes

La diseñadora de vestuario de la película opina sobre cómo los trajes cuenta la historia de dos personajes que van en direcciones opuestas

Por

Bloomberg — Uno de los momentos más importantes de The Apprentice (El aprendiz) se desarrolla en una sastrería.

El filme, que llega a los cines este viernes 11 de octubre, es fundamentalmente una historia sobre el origen de Donald Trump. En ella se narra la mentoría y el dudoso apoyo legal que el entonces futuro presidente de EE.UU., interpretado por Sebastian Stan, obtuvo del controvertido y carismático abogado Roy Cohn (Jeremy Strong, de Succession) al comienzo de su carrera inmobiliaria.

Comienza a finales de los años setenta, cuando el joven Trump está trabajando para su padre, Fred, cobrando los alquileres atrasados de las viviendas sociales.

Lea más: El Kremlin dice que Trump envió a Putin pruebas de Covid mientras era presidente

Aprenderá de su padre sobre los negocios y la vida, al tiempo que empieza a levantar su imperio inmobiliario en Manhattan, contrae matrimonio con la llamativa modelo Ivana y se abre paso a codazos en la despiadada escena social neoyorquina.

Se desarrolla en un Nueva York que está abandonando una época de decadencia para transformarse en una ciudad que se embriaga de poder, dinero y excesos.

El final de la película se sitúa en 1983, cuando Trump comienza a trabajar en su libro The Art of the Deal (El arte de la negociación), que consolidaría su reputación (por apócrifa que sea) de sagaz multimillonario que se hizo a sí mismo.

En esa habitación con paneles de madera, Cohn, que por aquel entonces era una figura pugnaz y amoral en los pasillos del sistema judicial neoyorquino, le enseña a su joven protegido cómo debe vestir si quiere formar parte de la educada sociedad de la ciudad.

La escena tiene lugar al principio de la película, cuando Cohn ayuda a conseguir a Trump una desgravación fiscal para un edificio. A continuación, empieza a dar clases al ambicioso y ávido de poder Trump, repartiendo consejos y enseñándole una de sus lecciones más arraigadas: que el estilo a menudo puede eclipsar a la sustancia.

“Parece caro”, dice Cohn cuando el sastre le pone el traje. “Lo aceptaremos”. Cuando Trump dice que no puede permitirse el traje, Cohn le devuelve los honorarios de su abogado, cimentando su lealtad. “Si tú te ves como US$1 millón, entonces yo me veo como US$1 millón”.

Luego miran a Trump, ahora con su traje azul marino bien ajustado, y dice: "¿Parece un tipo de Flushing o un tipo de la Quinta Avenida?".

Lea más: Magnates del petróleo surgen como importante fuente de financiamiento para Trump en recta final de la campaña

Laura Montgomery, la diseñadora de vestuario de la película, dice que aquella época tenía muchas reglas tácitas sobre cómo debían vestir los hombres. “No había mucha latitud en términos de estilo”, dice la diseñadora, que ha trabajado y ganado un Emmy por su trabajo en . “Era de J. Crew a Brooks Brothers, de Canali a Brioni. Simplemente subes esa escalera, y todo el mundo se ajusta a ella”.

Brioni se menciona por su nombre en esa escena, y sigue siendo un favorito de Trump. La línea de sastrería romana, propiedad de Kering, es conocida no sólo por sus cortes de alta calidad, sino también por ser la primera marca en organizar un desfile de moda masculina y, durante un tiempo, por su atrevido uso de los colores.

Fundada en 1945, sigue siendo una de las marcas masculinas más veneradas y clásicas, y sus trajes a medida en particular se anuncian como el non plus ultra de la sastrería masculina.

El traje de la película no era, sin embargo, un Brioni. "En realidad era un traje a medida que hicimos nosotros", dice Montgomery. "Pero representa esta subida de nivel. Es una marca que la gente lleva cuando ha alcanzado cierto éxito, y lo señala".

Para Montgomery, la autenticidad de época era una de sus principales preocupaciones, sobre todo teniendo en cuenta que estaba evocando el mundo de la riqueza y el rango social de Manhattan, y su obsesión por las apariencias, todo ello mientras trabajaba con el presupuesto de una película independiente.

También quería evitar cualquier estereotipo de la época, lo que significaba nada de tropos de banqueros poderosos: nada de rayas, cuellos de contraste, hombreras dignas de un futbolista o pliegues fanfarrones de Armani que se representaban en películas como Wall Street (1987) y American Psycho (Psicópata americano) (realizada en 2000 pero ambientada en 1987).

Todo eso empezó a imponerse después de 1983. “Intenté que pareciera más naturalista, porque se trata de gente real”, dice Montgomery.

“No quería que pareciera demasiado cómica”. Así que recurrió a imágenes cotidianas, como fotos familiares, para hacerse una idea más precisa de lo que vestían los hombres, para inspirarse en los veitne trajes de Trump y los aproximadamente diez de Cohn, algunos de los cuales fueron confeccionados y otros conseguidos o alquilados. Al final, dice, “se trata mucho de los cuellos y la estructura de los trajes”.

La ropa, sin embargo, comunica sutilmente las cambiantes fortunas de cada uno de los dos personajes principales. “Tienen su propio arco de carácter”, dice Montgomery. “En el caso de Donald, cuando la película comienza en los años 70, no tiene un buen sentido del estilo. La gente comenta sus trajes baratos”.

Lea más: Trump se reúne con Elon Musk en el lugar de un intento de asesinato en Pensilvania

En las primeras escenas, los trajes de Trump tienen a menudo un aspecto algo desaliñado y vienen en colores extraños. “Pero a medida que consigue más dinero y es tutelado por Roy, su estilo se vuelve más elevado.”

Cohn, en cambio, tiene una trayectoria descendente.

Cuando le conocemos, está en la cúspide de su vida profesional y social, vistiendo ostentosos trajes a medida, la mayoría en tonos claros. “Nunca va de negro. Siempre va en una paleta muy clara y neutra: beige, azul claro, un increíble verde pistacho. Recuerdo que Jeremy trajo esta foto de una bata de Dries [Van Noten] que era así de increíble, como de color salvia plateado, y encontramos una tela parecida y le hicimos un esmoquin con ella”.

Cohn era una figura pintoresca, un agente de poder conservador cuya sexualidad era una especie de secreto a voces. Por eso también se permitía momentos teatrales, como cuando dirigía reuniones desde su casa con excéntricas (y ligeramente femeninas) túnicas estampadas o se ponía abrigos de piel.

“Era, para mí, el personaje más interesante, por todas sus contradicciones”, dice Montgomery. “Era alguien que en cierto modo estaba muy encerrado en sí mismo, que negaba ser gay, que negaba tener el VIH y sida, pero que también llevaba un estilo de vida muy extravagante y no parecía ocultarlo a su círculo cercano. Hay fotos de él dirigiendo reuniones de negocios con estas batas de seda que simplemente gritaban sexo”.

Y sin embargo, hacia el final de la película, es una figura disminuida, tanto en términos de su físico como de su estatus. Así que Montgomery tuvo que crear la sensación de que se encogía con más ropa de gran tamaño. (También hay que señalar que Strong tiene un bronceado que casi distrae, que era otra firma de Cohn).

Pero quizá el momento más revelador llega al final, cuando Trump, cuya presencia en los mundos inmobiliario y mediático está iniciando su vertiginoso ascenso.

En la escena, está mirando desde su oficina de Midtown hacia los rascacielos de la ciudad. Después de rebuscar entre muchas corbatas estampadas y de colores, Montgomery despliega un color icónico como presagio visual.

"La corbata roja", dice. "Esa la dejamos para el final".

Lea más en Bloomberg.com