Opinión - Bloomberg

El problema no es la desigualdad, es el crecimiento desigual

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Por Allison Schrager
18 de septiembre, 2024 | 07:00 AM
Tiempo de lectura: 5 minutos

Bloomberg — La cada vez mayor desigualdad económica es “un importante desafío de nuestra época” o “un reto determinante de nuestro tiempo”, según se prefiera la hipérbole.

No obstante, teniendo en cuenta la experiencia reciente de EE.UU., me gustaría pedir un paréntesis. Lo verdaderamente importante no es tanto el nivel de desigualdad como el modo en que reducimos la diferencia: lo que importa es establecer las condiciones para un crecimiento más generalizado.

Después de años de una brecha cada vez mayor entre los ricos y los pobres en EE.UU., por fin se está reduciendo la desigualdad de ingresos y, a pesar de ello, pocos estadounidenses están satisfechos con el estado de la situación económica.

La desigualdad únicamente se redujo porque los trabajadores con ingresos medios y altos sufrieron descensos salariales reales, al tiempo que los trabajadores con ingresos bajos obtuvieron mejores beneficios.

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En los cuatro años recientes, los ciudadanos de Estados Unidos con rentas más bajas han obtenido importantes incrementos salariales. Los sueldos del 10% con menos ingresos crecieron un 8% si tenemos en cuenta la inflación.

En cambio, a casi todos los demás les fue peor: los salarios de las rentas medias descendieron y ahora se encuentran en el mismo nivel que en 2020, al tiempo que las rentas más altas vieron recortado su salario real en un 6%. Como consecuencia, ha descendido la desigualdad salarial.

Así, en 2019, el 10% más rico ganaba unas ocho veces más que el 10% más pobre. En 2024, eso había disminuido a siete veces más. El 10% superior ganó 2,6 veces más que la media en 2020, pero 2,5 veces más en 2024.

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Gráfico de la bracha de la desigualdad
Gráfico de lngresos de clases medias y altas

Además, esta caída de la desigualdad no fue resultado de una política deliberada, sino que se debió principalmente al regreso de la inflación, que en parte fue causada por errores de política y un alto nivel de deuda. La inflación resultante eliminó las ganancias salariales nominales de la mayoría de los estadounidenses, pero no de los trabajadores menos calificados, para los cuales había escasez de mano de obra.

Los trabajadores con salarios más bajos tienden a tener trabajos que deben realizarse en persona, y la demanda de servicios (restaurantes y hoteles, por ejemplo) se disparó cuando Estados Unidos salió de la pandemia. De modo que los salarios de los trabajadores con salarios más bajos aumentaron lo suficiente como para superar la inflación, pero los de los demás no lo hicieron.

El último lustro muestra lo que ha faltado en el debate sobre la desigualdad en Estados Unidos. La desigualdad económica parece injusta, pero nunca ha quedado claro qué problemas económicos causa.

Los economistas han sostenido tradicionalmente que existe una disyuntiva entre equidad y crecimiento. Si se redistribuye de modo que todos sean iguales, se reducirán los incentivos para innovar, trabajar duro y asumir riesgos, lo que se traduce en una economía menos eficiente y de crecimiento más lento. Eso hace que todos sean más pobres, aunque también los haga más iguales.

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Sin embargo, cuando el debate se centra en la reducción de la desigualdad, estas preocupaciones reciben poca atención.

La experiencia de Europa también es ilustrativa. El continente está empezando a abordar su insostenible combinación de crecimiento lento, innovación estancada y envejecimiento de la población.

Un informe reciente insta a los gobiernos europeos a coordinarse mejor y a relajar la regulación, mientras que otro análisis plantea la cuestión de si el alto crecimiento es simplemente incompatible con las políticas económicas y de bienestar social de muchos gobiernos europeos.

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Vale la pena señalar que en los últimos años la economía estadounidense disfrutó de un crecimiento robusto y de un mercado de valores en auge, pero ninguna de estas cosas se tradujo en mejores niveles de vida para la mayoría de los estadounidenses.

Sin embargo, la experiencia europea y la reciente reducción de la desigualdad en Estados Unidos ofrecen algunas lecciones valiosas.

La primera es que la economía no es de suma cero. Los ricos no necesariamente llegan a serlo quitándoles algo a los pobres. En los últimos años, los estadounidenses más ricos perdieron terreno en parte porque sus habilidades tenían relativamente menos valor y optaron por trabajar menos horas y en casa.

Los que ganan en la clase media se vieron abrumados por la inflación, mientras que los que ganan en la clase baja encontraron que su trabajo tenía una gran demanda. El punto es que nadie obtuvo más o menos a expensas de nadie.

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La segunda lección es que reducir la desigualdad tiene costos y hay que sopesar las ventajas y desventajas, pero eso no significa necesariamente que Estados Unidos tenga que elegir entre más igualdad o más prosperidad.

Puede tener lo mejor de ambas siempre que los estadounidenses acepten la economía como un sistema dinámico que tiene el potencial de mejorar la situación de todos, aunque no siempre al mismo ritmo.

Si bien las últimas décadas han favorecido a quienes tienen mayores ingresos, por ejemplo, eso puede cambiar si la IA reemplaza a los trabajadores del conocimiento y continúa la tendencia pospandémica de alta demanda de trabajadores del sector servicios. En ese caso, las fuerzas del mercado comprimirán los salarios, reduciendo la desigualdad sin intervención de las políticas.

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El objetivo de las políticas debería ser el crecimiento inclusivo, pero, por desgracia, no es una tendencia política de moda en la actualidad. Los aranceles elevados y los intentos de reactivar la industria que requiere poca cualificación pueden crear algunos puestos de trabajo, pero sólo empeorarán la inflación, que afecta con mayor dureza a toda la clase media.

Gravar las ganancias de capital no realizadas puede reducir la desigualdad, pero también quitará dinero a las inversiones productivas, lo que obstaculizará el crecimiento y la innovación (y también aumentará la inflación).

Toda política destinada a reducir la desigualdad también debe facilitar la innovación y el desarrollo del capital humano. El objetivo es hacer crecer el pastel, en lugar de simplemente dividirla de manera más equitativa.

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Hay muchas políticas que alientan el crecimiento inclusivo: mejorar la calidad de la educación, por ejemplo, o facilitar que las personas se trasladen y cambien de trabajo. Las personas pueden discrepar sobre cómo alcanzar estos objetivos, por supuesto, y debatir su importancia relativa, pero hablar solo de la desigualdad no nos llevará muy lejos.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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