Bloomberg — Tanto les gusta a An Nÿs y a sus hijos bañarse en el canal de las afueras de Gante en Bélgica que están dispuestos a aguantar un desagradable inconveniente: la eventualidad de que les duela el estómago si por accidente tragan un poco de agua.
“Son conscientes de que tienen que mantener sus bocas cerradas”, explica Nÿs. “Naturalmente, sería fantástico que pudiesen venir a nadar con sus hijos sin que les diera diarrea”.
Los triatletas de los Juegos Olímpicos debieron enfrentarse a ese mismo peligro este verano en París, donde se compitió en el Sena tras un esfuerzo de €1.400 millones (US$1.500 millones) para convertir el río en apto para el nado por primera vez en más de cien años.
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Sin embargo, la mala calidad del agua forzó a los organizadores a aplazar el gran día y, según se informa, varios atletas enfermaron después de sus carreras.
Lo ocurrido puso en primera plana una problemática política emergente en este continente.
Numerosas ciudades como Gante tienen un origen medieval e infraestructuras de siglos de antigüedad que no han sido actualizadas para afrontar el gran incremento de los vertidos residuales procedentes de hogares y fábricas.
En Gran Bretaña, el vertido de aguas residuales a los ríos y al océano ha despertado la indignación de la población. Entretanto, el cambio climático está produciendo un clima más húmedo que puede provocar inundaciones repentinas y sobrecargar los sistemas de alcantarillado.
La UE actualizó este año unas normas de hace tres décadas sobre cómo los países deben recoger y tratar sus aguas residuales, pero muchos siguen incumpliendo las leyes más antiguas. La Comisión Europea ha emprendido acciones legales contra Italia, Grecia y España por no cumplir unas normas sobre aguas limpias que deberían haberse cumplido hace años.
Las naciones europeas también se enfrentan a otro plazo, 2027, para mejorar la salud de sus ríos, lagos y mares. La actualización más reciente, de 2021, reveló que dos tercios de las aguas superficiales del continente no han mejorado lo suficiente.
“Es un problema que acecha a muchas ciudades y comunidades fluviales de todo el mundo”, afirma Mina Guli, una empresaria que emprendió una carrera de larga distancia por el Sena antes de los Juegos Olímpicos para concienciar sobre la contaminación de los ríos. “Lo que estamos viendo ahora con el Sena y lo que estamos viendo en el Reino Unido es un poco como un canario en la mina de carbón”.
Las aguas residuales deben ser tratadas en varias etapas antes de poder devolverlas al medio ambiente de forma segura. La primera filtra los sólidos, la segunda elimina las sustancias químicas nocivas y reduce nutrientes como el fósforo y el nitrógeno que provocan el crecimiento de algas nocivas, y las etapas posteriores desinfectan las aguas residuales y eliminan más nutrientes.
Alrededor del 20% de la población de la UE vive en lugares donde sólo se realiza el primer paso. Una cantidad desconocida de aguas residuales no se trata nunca en absoluto, o sólo se tamiza muy superficialmente, porque se desborda de las alcantarillas antes de llegar a una planta de tratamiento.
Esto se debe a que los países europeos dependen en gran medida de los sistemas de alcantarillado conocidos como desbordamientos combinados de alcantarillas (CSO, por sus siglas en inglés), que actúan como válvula de alivio durante las lluvias torrenciales.
Las tuberías canalizan el exceso de agua de lluvia, mezclada con las aguas residuales, hacia masas de agua abiertas para evitar inundaciones o incluso que el agua se acumule en las casas. La mayoría de estos sistemas se construyeron en los siglos XIX y XX.
Las regiones con sistemas de alcantarillado más modernos, como Australia y el oeste de EE.UU., tienden a recoger el agua de lluvia y las aguas residuales por separado, sobre todo fuera de las ciudades.
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“Era más barato construir una sola tubería que construir sistemas de tuberías completamente separados”, afirma Alastair Chisholm, director de política de la Chartered Institution of Water and Environmental Management del Reino Unido (Institución Colegiada de Gestión del Agua y Medio Ambiente ), un grupo del sector. “Si las pusiéramos ahora, las pondríamos separadas”.
La cantidad de residuos que acaban en aguas abiertas procedentes de las CSO (pos sus siglas en inglés, desbordamiento del alcantarillado combinado) depende del tamaño de los depósitos de recogida y almacenamiento, así como de la rapidez con la que el agua de lluvia llena las alcantarillas.
Hoy en día, las válvulas de Europa suelen utilizarse mucho más de lo previsto originalmente, en parte porque los espacios verdes que habrían absorbido el agua de lluvia se han pavimentado a medida que se desarrollaban las ciudades.
Un mantenimiento deficiente también puede dar lugar a una acumulación de grasas y aceites, lo que hace que las aguas residuales se derramen antes de que la lluvia tenga la oportunidad de diluirlas lo suficiente. En los peores casos, las aguas residuales sin diluir se vierten cuando no llueve, lo que se conoce como “vertido en días secos”.
La falta de seguimiento en toda Europa hace difícil saber con qué frecuencia se producen estos vertidos en seco. Pero los datos del Reino Unido, que ahora supervisa todas sus CSO tras la reacción pública por los vertidos, muestran que se producen con más frecuencia de lo que se pensaba.
El efecto de esto es perjudicial tanto para los seres humanos como para el medio ambiente. Las aguas residuales sin tratar favorecen el crecimiento de algas, que asfixian a otros tipos de vegetación, privando a los animales del alimento que necesitan y matando a los moluscos, que actúan como filtros naturales del agua.
Las aguas de escorrentía pueden contener sustancias químicas y microplásticos procedentes de las carreteras. También existe el riesgo de bacterias, como la E. coli y los enterococos, que pueden enfermar a la gente. (El comité organizador de los Juegos Olímpicos dijo que “no tiene conocimiento de ninguna relación establecida” entre las enfermedades de los atletas y la calidad del agua del Sena).
Incluso las aguas residuales tratadas pueden variar de calidad. En el mar Báltico, los datos de Dinamarca, Finlandia, Alemania, Polonia y Suecia muestran que los vertidos de aguas residuales sin tratar son responsables de sólo el 6% del nitrógeno y el 16% del fósforo de las aguas residuales; la mayor parte del resto procede de plantas de tratamiento que no hacen un trabajo suficientemente bueno de depuración de esos nutrientes.
Pero el envejecimiento de los sistemas de alcantarillado y tratamiento de aguas se ha pasado por alto durante mucho tiempo como un problema. “Algunos países ni siquiera saben dónde están sus CSO”, afirma David Butler, profesor de ingeniería hidráulica en la Universidad de Exeter (Reino Unido).
La nueva normativa de la UE pretende cambiar esta situación, con el requisito de que las empresas controlen la frecuencia con la que se derraman sus sistemas. “Creo que en el futuro veremos grandes sorpresas por parte de nuestros compatriotas europeos”, afirma Butler.
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El primer ministro polaco, Donald Tusk, es un político poco común que ha puesto la contaminación del agua en primer plano, al menos en su retórica.
En su primer discurso oficial en diciembre, Tusk se comprometió a limpiar el río Oder, la segunda vía fluvial más larga del país, que ha sido mancillada por la salina nociva de las minas de carbón, las aguas residuales sin tratar y los residuos agrícolas. Hasta el 90% de las alcantarillas de Polonia son CSO, uno de los niveles más altos de Europa.
La situación llegó a un punto crítico en 2022 cuando “varios cientos de kilogramos de peces muertos salían del canal” cada día, dice Ewa Sternal, propietaria de un puerto deportivo a lo largo del canal de Gliwice que conecta con el río Oder. “Parecían electrocutados”.
Los titulares fueron malos para el negocio, dice Sternal, que pasó más de una década ayudando a convertir el antiguo emplazamiento industrial en una atracción turística.
A pesar de sus promesas, Tusk se ha enfrentado a críticas por no hacer lo suficiente. Siguen apareciendo peces muertos en el Oder y los niveles de salinidad son a menudo elevados.
El gobierno ha creado un grupo de trabajo para la limpieza y el control del río, formado por varios ministros, dijo el ministerio del clima en respuesta a unas preguntas. El ministerio de infraestructuras también está tratando de endurecer el control sobre los permisos que necesitan las minas para verter aguas residuales a los ríos.
Los países de toda la región tendrán que adoptar ese enfoque de todos los gobiernos si quieren arreglar sus vías fluviales sucias. Muchas ciudades están cada vez más a favor de utilizar la planificación urbana para frenar el flujo de agua de lluvia hacia las alcantarillas. En Copenhague, los funcionarios han creado "jardines de lluvia" para absorber las precipitaciones y frenar las inundaciones repentinas.
Es un planteamiento mucho más barato, y menos perturbador, que la única solución infalible: separar las CSO existentes. Las estimaciones de costes para hacerlo en el Reino Unido, por ejemplo, oscilan entre £350.000 millones (US$459.400 millones) y £600.000 millones (US$771.780 millones), lo que Chisholm, de la Chartered Institution of Water and Environmental Management, calificó de “claramente poco realista”.
Pero hacer que los espacios públicos sean más resistentes a las inundaciones requiere la implicación de múltiples organismos, desde los departamentos de vivienda hasta las agencias de carreteras y ferrocarriles, lo que no es fácil de conseguir cuando hay poca presión pública para hacer esos cambios.
Concienciar a la población es un reto enorme, afirma Pieter Elsen, fundador del grupo ecologista City to Ocean de Bruselas. Según Moody’s, la red de alcantarillado belga es la más contaminada de Europa y, sin embargo, Elsen ha luchado para que la gente se preocupe por el riesgo que eso supone para los canales de su ciudad.
“Quiero estar orgulloso de mi propia ciudad”, dice Elsen, que quiere que Bruselas introduzca más espacios verdes y construya más cuencas para almacenar el agua de lluvia.
Su grupo organiza excursiones en kayak para que la gente pueda ver la contaminación de cerca, y hace campaña a favor de medidas como barreras de basura para que sea más fácil sacar los residuos plásticos del agua. “Si ves que tu canal y tu río están todos los meses, varias veces, contaminados por tus propias aguas residuales, no es algo de lo que sentirse orgulloso”.
En un día húmedo y gris de junio, Nÿs, residente en Gante, se unió a cientos de personas que pilotaban botes inflables, tablas de paddle surf e incluso una casa flotante de madera en una protesta flotante. Un DJ puso música disco mientras los activistas de Waterland, el grupo que organizó el acto, hablaban con la gente sobre las causas de la contaminación en los canales de la ciudad.
El objetivo de Waterland es cambiar la visión que la gente tiene del agua, convirtiéndola en algo que disfruten, valoren y de lo que se sientan orgullosos. Además de realizar análisis del agua y presionar al gobierno para que cree más espacios verdes, organiza recorridos poéticos e históricos a pie por los canales.
“Es una especie de cambio cultural que tenemos que hacer”, afirma Lieven Symons, coordinador de Waterland.
En Gante, las casas solían expulsar sus aguas residuales directamente a los canales; aún es posible ver las tuberías salpicadas a lo largo de las paredes. Algunos hogares, sobre todo fuera de la ciudad, siguen haciéndolo. Hay 8.000 CSO en la región de Flandes que rodea Gante. El año pasado, menos del 10% estaban controladas.
Katrijn Van den Broeck, que trabaja en los sistemas de alcantarillado de Flandes en la empresa pública de aguas Aquafin y también es voluntaria de Waterland, afirma que hay demasiadas otras prioridades como para actuar con rapidez.
Aquafin obtiene alrededor de €150 millones (US$164,1 millones) al año para gastar en nuevos proyectos en Flandes, entre ellos la separación de las CSO y la conexión de las casas a la red de alcantarillado. “Es un coste muy elevado, y hay muchos lugares”, dice. “No es tan fácil como parece”.
Pero para los residentes que viven junto a estos cursos de agua, es una pena verlos contaminados por las aguas residuales.
Freya Peeters, de 43 años, regenta un bar junto al canal en Gante. Ha sido cautelosa a la hora de nadar y navegar en kayak en el río cercano a su casa después de contagiarse de E. coli en un río de España. Y ha visto cómo el agua sucia de las casas de sus vecinos vertía directamente al río donde vive. Una colega contrajo una vez una grave enfermedad por bañarse en el canal de Gante.
Un agua más limpia la ayudaría a atraer a más clientes. "Donde se puede nadar, es un lugar de encuentro", dice. Pero, lo que es más importante, la situación actual es insostenible, dice. "No es seguro".
-- Con la colaboración de Hayley Warren.
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