Los militares venezolanos tienen la llave para la salida de Maduro

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Finalmente, ha llegado el momento de la verdad en Venezuela: la votación de este domingo revelará una nueva conformación política para este país.

Según los resultados, podría llevar a una muy ansiada restauración democrática o, en el peor de los casos, a otro giro autoritario del régimen de Nicolás Maduro que acabaría con cualquier esperanza de una normalización.

La oposición precisa una victoria aplastante que le permita neutralizar el cúmulo de artimañas y juego sucio que Maduro y sus secuaces están preparando para tratar de robarse el voto.

Rezagados en las encuestas, con los electores claramente a favor del cambio y sin ninguna buena alternativa política a su alcance, los herederos de Hugo Chávez están apostando por un resultado lo más ajustado posible que les permitiera mantener el poder y suprimir unas eventuales protestas.

Ahora bien, para ello será necesario el apoyo decisivo de los militares de Venezuela, lo que hace la historia bastante más compleja.

Después de años de adoctrinamiento y cada vez mayor influencia política y económica, los militares venezolanos y otras fuerzas de orden público constituyen una parte consolidada del chavismo, el movimiento socialista que ha estado en el poder durante más de 25 años.

Algunos generales gestionan varios ministerios y la petrolera nacional PDVSA; no existe ningún gran negocio legal o ilegal donde el aparato represivo formal e informal no ejerza una determinada influencia.

Las fuerzas armadas han apoyado la salvaje represión del régimen en años recientes. De entrada, eso hace de la institución un obstáculo para el cambio de régimen. Sin embargo, ahora los militares también se arriesgan a proteger el statu quo, en particular si el gobierno pierde los comicios por un abultado margen pese a sus intentos de manipularlos.

La reacción de los altos mandos militares y de los rangos inferiores será decisiva para determinar los próximos pasos políticos que dará Venezuela.

Tanto Maduro como la oposición han apelado al Ejército con mensajes tranquilizadores.

En uno de sus últimos actos, Maduro indicó que las Fuerzas Armadas “revolucionarias” lo apoyan porque “somos la unión cívico-militar-policial perfecta”.

Por su parte, María Corina Machado, la líder opositora que fue inhabilitada tras su aplastante victoria en las primarias de octubre, se comprometió a profesionalizar la institución, equiparla mejor y pagarle adecuadamente. “Somos aliados para reencauzar la institucionalidad... No nos falles. No les fallaremos”, aseguró en un largo video dirigido específicamente a las Fuerzas Armadas.

Es un mensaje inteligente para intentar seducir a los oficiales que se enfrentan a la incertidumbre, la caída de la moral y la extrema utilización política de la fuerza.

También representa un giro radical respecto a posiciones anteriores: si Machado y su candidato presidencial Edmundo González quieren consolidar un proceso de transición, necesitan atraer a las Fuerzas Armadas a su lado, independientemente de su historial.

En ese sentido, los comentarios realizados esta semana por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, ofrecen un atisbo de esperanza: “el que gane, a montarse en su proyecto de gobierno y el que no, que se vaya a descansar”, afirmó el general, entre medio de comentarios más radicales.

Ahora bien, por supuesto puede que solo esté jugando pour la galerie (lo hace para agradar), al fin y al cabo, la Constitución prohíbe formalmente a los militares la actividad política.

Tampoco hay que olvidar que una derrota de Maduro significaría una pérdida para los gobiernos internacionales que lo han apoyado durante años, principalmente los adversarios de Estados Unidos Cuba, Rusia, Irán y China. Estos países han estado trabajando para evitar un cambio de régimen.

Podemos especular sobre diferentes escenarios, pero nadie sabe exactamente cómo se desarrollarán las cosas el domingo y después. Lo que está claro es que las fuerzas de seguridad tendrán que tomar decisiones importantes, hasta el punto de que esto podría parecerse a un ejercicio de teoría de juegos.

Es probable que ambas partes canten victoria desde el primer momento, por lo que cualquier señal del Ejército sobre los resultados tendrá un peso extra.

Si Maduro intenta forzar una victoria ilegítima, y especialmente si esto desencadena protestas masivas o violencia, el aparato de seguridad tendrá que decidir si lo sigue. Hoy, su lealtad al chavismo es incuestionable. Pero el costo de apostar por un barco que se hunde aumentará por momentos.

Antes de las elecciones, Maduro habló de un “baño de sangre” y una “guerra civil” si el gobierno no gana. ¿Se embarcarán los militares en una aventura tan peligrosa?

Por otro lado, si la victoria de la oposición es tan categórica que ni siquiera el gobierno puede impugnarla, tendrán un incentivo para correr rápidamente hacia el lado ganador para estar en los mejores términos posibles con el nuevo centro de poder.

Hay incentivos operando en diferentes direcciones, tanto que, como han destacado otros expertos, esto podría incluso forzar una potencial fractura de la organización dadas sus diferencias jerárquicas.

El ex ministro de Defensa de Colombia Gabriel Silva recorrió recientemente la zona fronteriza entre ambos países y encontró una situación preocupante en términos de orden público y anarquía.

“Vi a un ejército venezolano totalmente desmoralizado, sin gasolina, recursos ni salarios, pero al mismo tiempo muy alineados con Maduro y el discurso chavista”, me comentó. “Es una zona muy penetrada por el crimen organizado, el narcotráfico y el contrabando de oro”.

En ese sentido, puede apostar a que el Ejército mantiene canales informales de comunicación con otras fuerzas de la región, en particular con camaradas de Brasil y Colombia e incluso de EE.UU. Durante años, el régimen solo ha mostrado una receptividad limitada a la presión externa. Pero no se equivoquen: la región tiene un papel clave que desempeñar en esta partida de ajedrez, en particular los gobiernos de izquierda de América Latina.

Con EE.UU. absorto en su caos político interno, América Latina enfrenta una oportunidad de oro para ponerse finalmente a la altura de las circunstancias y ayudar a Venezuela a encontrar un camino hacia la redención. L

as advertencias que hizo esta semana el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (“Maduro necesita aprender que cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas y te preparas para disputar otras elecciones”) y el retiro de los observadores del país pusieron de manifiesto la creciente impaciencia de gobiernos que históricamente han sido aliados o cómplices silenciosos del chavismo. El colombiano Gustavo Petro y el mexicano Andrés Manuel López Obrador deberían tomar nota.

El compromiso de América Latina con el lado correcto de la historia no es solo un imperativo moral, sino que se basa en un innegable interés propio: Venezuela lleva demasiado tiempo desestabilizando la región. Un giro aún más autoritario à-la-Nicaragua desatará muy probablemente una nueva ola migratoria de millones de personas, además de más violencia y nuevas sanciones. Eso por no mencionar la novedosa afición del régimen de perseguir enemigos en el extranjero.

Nada de eso beneficia a una región que, a pesar de sus graves problemas, sigue siendo uno de las más pacíficas del mundo. Y no hay más que pensar en el potencial económico, social y cultural del que fuera uno de los países más ricos del continente y la recuperación de algún tipo de estabilidad democrática.

Los venezolanos han sufrido una tragedia de proporciones épicas. Actualmente buscan sin duda alugna un cambio. Aunque son los principales protagonistas de esta historia y escribirán su propio destino, necesitan el apoyo de todos aquellos amigos y vecinos que desean ver al país de nuevo en pie.

El domingo se hará historia. Esperemos que cuando amanezca el lunes todos podamos gritar: ¡Viva Venezuela!

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