El caos futbolístico de Miami fue un choque de civilizaciones

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Bloomberg — Después de dos horas de tratar de entrar en el Hard Rock Stadium de Miami para presenciar la ansiada final de la Copa América entre Argentina y Colombia, era evidente que no iba a ninguna parte.

La irritación entre los aficionados iba in crescendo, se agotaba la paciencia de las fuerzas del orden y la hora de comienzo del partido se acercaba a pasos agigantados.

En cada breve apertura de las puertas, una estampida de hinchas, con o sin entradas, forzaba su paso a través de los sistemas de escaneo sin supervisión. La escena de la escalera era caótica.

Con dos niños pequeños a cuestas, no me podía arriesgar a hacer algo peligroso, así que mi esposa y yo decidimos aguardar hasta que fuese viable una entrada segura.

Aquel momento nunca llegó: las autoridades tuvieron que mantener las puertas cerradas poco antes del comienzo del partido, dejándonos a nosotros y a muchos otros afuera con nuestros sobrevalorados boletos sin usar... y con el corazón destrozado.

Que quede claro: nada de esto habría sucedido este domingo sin los miles de vándalos sin entradas que llegaron a extremos insospechados para formar parte del partido de fútbol más importante del continente. Este vandalismo condenable y concertado habría desafiado incluso a los promotores más avezados.

Desafortunadamente, los responsables de la organización de la final no se mostraron a la altura.

El resultado es una advertencia que los estadios y ciudades de Estados Unidos deberían considerar seriamente mientras el país se prepara para albergar la Copa Mundial junto con México y Canadá en 2026.

Además, es un recordatorio de lo mucho que deberá mejorar el fútbol sudamericano si pretende jugar en las grandes ligas del mundo del espectáculo deportivo global.

Resulta fácil comprender por qué las autoridades estadounidenses subestimaron los riesgos potenciales en torno a este juego: en el calor del momento, un funcionario nos gritaba desde el otro lado de la valla: “esto nunca había pasado aquí”, aduciendo que el caos era producto del salvaje comportamiento de los fanáticos sudamericanos.

Olvidemos por un instante su racismo desenfadado: el funcionario ignoró, como probablemente también lo hicieron sus jefes, lo que los grandes partidos de fútbol representan para muchos mortales, sin importar sus nacionalidades o su condición de clase.

El que no me crea, que vea la serie de Netflix La final: Ataque a Wembley, de Netflix, que relata los dramáticos sucesos que rodearon la final de la Eurocopa de 2020 en la ciudad de Londres.

Pero a diferencia de aquel caso horrendo, el desastre de la Copa América era evitable.

Para empezar, las autoridades deberían haber establecido distintos perímetros de seguridad para identificar a los alborotadores mucho antes de que se acercaran al estadio, como es habitual en estos partidos.

Hay razones para creer que se trató de una petición de la Conmebol, el organismo rector del fútbol sudamericano, que las autoridades por alguna razón ignoraron (sólo obligaron a los aficionados a mostrar sus entradas si entraban a los estacionamientos, lo que provocó que los malhechores simplemente aparcaran sus coches fuera y caminaran libremente hasta las puertas).

El número de agentes de seguridad movilizados tampoco fue suficiente: apenas más de 800 para un partido al que asistieron 65.000 personas.

En comparación, cuando asistí a un partido de clasificación para el Mundial Argentina-Uruguay en Buenos Aires en noviembre, pasé dos puestos de control antes de llegar a la entrada del estadio y el evento fue custodiado por 1.100 oficiales más personal de apoyo para una multitud de aproximadamente 55.000 personas (y aún así algunos con boletos se quedaron afuera esa noche).

A pesar de sus elogios, la policía de Miami tampoco pareció muy efectiva: durante la final, arrestó a 27 personas y expulsó a otras 55. Si asumimos conservadoramente que mil personas ingresaron ilegalmente, eso significa que 9 de cada 10 no fueron atrapadas, probabilidades tentadoras para que estos delincuentes intenten repetir la hazaña.

En cierto modo, los acontecimientos del domingo son consecuencia de la colisión de dos culturas muy diferentes: el estilo transgresor, centrado en los ingresos y siempre opaco de toma de decisiones de la Conmebol, combinado con la actitud arrogante y de “todos sabemos más” del estadio y las autoridades locales.

Esa combinación disfuncional refleja las dificultades que a veces tienen los responsables políticos latinoamericanos y sus homólogos estadounidenses para entenderse entre sí. Garantiza que no habrá otra Copa América en Estados Unidos en el futuro previsible.

Como propietario y organizador diario del torneo, la Conmebol sin duda tiene la mayor parte de la responsabilidad. Desde el principio, intentó desviar la culpa hacia otros y todavía no se ha disculpado con los fanáticos que no pudieron usar sus entradas, ni ha mostrado intención alguna de compensarlos.

La detención del presidente de la Federación Colombiana de Fútbol y de un funcionario de la Conmebol por presuntamente agredir al personal del estadio fue la cereza del pastel.

Pero las ciudades y los estadios estadounidenses se engañan a sí mismos si creen que pueden prepararse para el fútbol perdón, “soccer”, como cualquier otro gran evento, como hizo Miami.

De hecho, la violencia entre hinchas es una tendencia que lamentablemente ocurre en todo el mundo, incluido Estados Unidos. Y la Copa América fue testigo de otros fallos de seguridad, como peleas a puñetazos entre jugadores uruguayos y aficionados colombianos en las gradas durante una semifinal.

Es cierto que la FIFA supervisará las cosas en 2026. Eso significa una seguridad mucho más estricta, como vimos en las últimas dos ediciones en Catar y Rusia. Si hay un aspecto positivo en todo esto, es la oportunidad que tienen ahora las autoridades de aprender de los errores y prepararse para la Copa Mundial más grande y compleja de la historia.

Por mi parte, todavía me molesta que el colombiano que estaba a mi lado se jacte de no tener boleto cuando intentaba colarse en una puerta. Habiendo pagado ingenuamente casi US$4,400 por las cuatro entradas de mi familia, tal vez se me pueda perdonar que piense que toda la experiencia fue injusta.

Pero lo peor de todo fue perdernos nuestro viejo sueño de ver a Lionel Messi levantar otra copa para Argentina. Ningún reembolso compensará eso.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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