Científicos recurren a superyates para impulsar la investigación oceánica

La demanda de buques de investigación marítima supera a la oferta, un vacío que algunos propietarios de yates “de aventura” están donando tiempo de navegación

Por

Bloomberg — Durante casi dos años, Robert Brewin recopiló datos desde la proa de un superyate mientras navegaba por aguas vírgenes desde el mar Caribe hasta el océano Antártico.

El Arquímedes, un yate de “aventura” de 222 pies (68 metros) que entonces era propiedad del difunto inversionista de alto riesgo James Simons, cuenta con un gimnasio, un jacuzzi y un ascensor. Pero entre 2018 y 2020, Brewin sólo se ocupó del sistema de seguimiento solar Sea-Bird Scientific del barco, instalado para medir la luz que se refleja en el agua. Profesor titular de la Universidad británica de Exeter, Brewin y sus colegas analizaban el microplancton —organismos microscópicos en la base de la cadena alimentaria marina— estudiando el color del océano. Las lecturas del Sea-Bird les ayudaron a verificar las imágenes de satélite.

El de Brewin no fue el típico itinerario abordo de un superyate, pero es uno de los cientos de científicos que han utilizado un yate de aventura —también conocidos como yates de expedición o de exploración— para realizar investigaciones sobre el océano. En un artículo publicado en enero, Brewin y sus coautores pregonaban el potencial de “aprovechar los superyates” para la ciencia, concluyendo que “recurrir a científicos ciudadanos adinerados puede ayudar a colmar las brechas [de capacidad de investigación]”.

Se trata de una opinión compartida —y que está siendo impulsada— por el Yacht Club de Mónaco y el Explorers Club, una organización con sede en Nueva York centrada en la exploración y la ciencia (de la que, divulgación plena, soy miembro). En marzo, los grupos coorganizaron un simposio medioambiental que incluyó una ceremonia de entrega de premios a los propietarios de yates que “destacan por su compromiso con la protección del medio marino”. Ganaron el premio “Ciencia y descubrimiento”.

"Si un yate está operativo los 365 días del año, en lugar de tenerlo parado sería mucho mejor que aportara un rendimiento positivo a través de la ciencia y la conservación", afirma Rob McCallum, miembro del Explorers Club y fundador de la empresa estadounidense EYOS Expeditions, que organiza viajes de aventura en yate.

EYOS fleta yates de propietarios privados para sus excursiones y es miembro fundador de Yachts for Science, una organización con cuatro años de existencia que pone en contacto yates de propiedad privada con científicos que necesitan tiempo en el mar —otros miembros son el constructor de yates Arksen, la empresa de medios de comunicación BOAT International y las organizaciones sin ánimo de lucro Nekton Foundation y Ocean Family Foundation—. Yachts for Science hará posible este año la donación de tiempo en yate por valor de un millón de dólares, afirma McCallum, una cifra que espera que alcance los 15 millones de dólares en 2029.

"Hay una satisfacción personal de estar contribuyendo a algo que es más grande que nosotros", dice Tom Peterson, copropietario de una compañía de suscripción de seguros en California y que tiene lo que él llama en broma un "mini superyate". Cada año durante la última década, Peterson ha donado entre 15 y 20 días de tiempo y combustible en el 24 metros a científicos, a los que saca él mismo como capitán con licencia y antiguo operador de submarinismo. A menudo colabora con el Laboratorio de Tiburones de la Universidad Estatal de California en Long Beach, y permite a los investigadores permanecer a bordo durante varios días seguidos en lugar de tener que hacer constantemente el viaje de ida y vuelta de una hora y media a la costa.

Para enlazar con los científicos, Peterson trabaja con la International SeaKeepers Society, una organización sin ánimo de lucro con sede en Florida que involucra a la comunidad de navegantes para apoyar la conservación y la investigación de los océanos. "Cuanto más entendamos las cosas sobre el océano en general, mejor estaremos todos a largo plazo", afirma.

Cuando “superyate” y “medio ambiente” aparecen en la misma frase, suele ser en un contexto diferente. En 2019, un estudio estimó que un solo superyate de 71 metros tiene la misma huella de carbono anual que unos 200 coches. En 2021, otro trabajo de investigación descubrió que los superyates eran el mayor contribuyente individual a la huella de carbono de 20 de los multimillonarios más prominentes del mundo, representando el 64% de sus emisiones combinadas.

“Si de verdad se quiere respetar el medio ambiente, basta con hacer surf”, afirma Grégory Salle, investigador principal del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia y autor del libro. Salle está abierto a la idea de que los superyates puedan utilizarse para avanzar en la investigación científica, pero dice que es contradictorio que alguien compre un superyate y afirme estar realmente preocupado por el medio ambiente.

McCallum afirma que las personas que poseen yates de aventura suelen ser más jóvenes que el propietario de un superyate estándar y tienen un interés especial por los lugares remotos y vírgenes. "No son el tipo de gente que se contenta con pasar el rato en el Mediterráneo o el Caribe", afirma. "La Antártida, el Ártico, el remoto Océano Índico, el remoto Océano Pacífico, las islas subantárticas... ahí es donde nos encontrará prestando nuestros servicios".

Los yates de exploración no son la única forma en que los científicos pueden llegar a esos destinos, pero la demanda de buques dedicados a la investigación sí supera la oferta disponible. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA, por su sigla en inglés), posiblemente el mayor recopilador de datos oceanográficos del mundo, dispone de una flota de 15 buques de investigación y reconocimiento para uso de sus científicos. Los investigadores académicos también pueden solicitar el uso de la flota, a menudo a un precio subvencionado. Pero los científicos solicitan aproximadamente entre 15.000 y 20.000 días de tiempo de barco al año. En 2019, la NOAA sólo pudo cubrir 2.300 de ellos, según un estudio interno.

Ese vacío es especialmente problemático a medida que el planeta se calienta. Los océanos proporcionan servicios que los científicos califican de "existencialmente importantes", ya que producen más de la mitad del oxígeno que respiramos y sirven como el mayor sumidero de carbono del mundo. También absorben el 30% de nuestras emisiones de carbono y el 90% del exceso de calor que generan.

G. Mark Miller, un oficial retirado del Cuerpo de la NOAA que estuvo a cargo de varios de los buques de investigación de la agencia, tiene en mente una solución diferente a la hora de reforzar la investigación oceánica: barcos más pequeños, adaptados a su propósito. Los superyates pueden costar más de 500 millones de dólares, dice; "¿por qué no construimos cien barcos de 5 millones de dólares e inundamos la comunidad científica oceánica?".

Tras dejar la NOAA, Miller puso en marcha en 2021 Greenwater Marine Sciences Offshore, con sede en Virginia, con la visión de construir una flota mundial de buques de investigación y ofrecer su uso a precios asequibles. Afirma que alquilar un barco de la NOAA puede costar a los científicos entre 20.000 y 100.000 dólares al día. GMSO planea cobrar menos de 10.000 dólares al día por la mayoría de las misiones. La empresa dice que está cerca de adquirir sus tres primeras embarcaciones.

Miller espera que su modelo de negocio ayude a los científicos a realizar el trabajo que necesitan - en particular en regiones insuficientemente atendidas como Asia-Pacífico - sin preocuparse por tener un yate de lujo cubierto de “gusanos fangosos, mucosidad de plancton, peces muertos [y] mocos de ballena”. Describe a los propietarios de yates que donan tiempo de navegación a los científicos como “mejor que nada”, y afirma que puede ayudar a que la gente normal se interese por la ciencia y la exploración.

Christopher Walsh, capitán del Arquímedes, dice que a él y a su tripulación les encanta participar en iniciativas científicas, especialmente cuando tienen un componente educativo. “Me emociono mucho cuando podemos llegar a las aulas; no se puede imaginar el entusiasmo que muestran los niños”, afirma Walsh. “Eso me da muchas esperanzas para el futuro”.

Lea más en Bloomberg.com