Haití, de por sí el país más pobre de toda América, se dirige hacia un absoluto colapso político, social, económico y de seguridad.
Sus servicios básicos, como escuelas, oficinas del gobierno, empresas, puertos marítimos, su aeropuerto y sus hospitales, están cerrando.
Si las cosas no cambian, las posibilidades de que esta martirizada nación protagonice una emigración en masa se incrementan de forma exponencial. Muchas personas se dirigirán a EE.UU., que ya está experimentando un importante desafío en su permeable frontera sur.
Ninguna de estas situaciones tendría por qué resultar sorprendente. Durante la década de los noventa, una combinación de catástrofes internas semejantes, desde huracanes hasta agitación política, sacudió la isla, y decenas de miles de haitianos se jugaron la vida en pequeños botes con destino a EE.UU. Muchos perecieron en el mar.
Los que lograron llegar a las costas de Florida afrontaron condiciones muy duras en su intento de adaptarse a la vida estadounidense.
¿Cómo hemos llegado a esta situación y qué pueden hacer los ciudadanos de EE.UU. al respecto?
Yo conozco bien Haití. En 2006, cuando me convertí en comandante del Comando Sur de Estados Unidos, responsable de las operaciones militares en el sur del país, visitaba y discutía frecuentemente con los líderes políticos y militares los desafíos a los que se enfrentaba Haití.
Única nación de Latinoamérica y el Caribe, es desde hace más de 200 años una república libre de ascendencia fundamentalmente africana.
Antiguamente, fue una próspera colonia francesa, pero en el siglo XX se hundió en una pobreza extrema a causa de la combinación de un liderazgo incompetente y totalitario, la carencia de recursos naturales y sus frecuentes catástrofes naturales.
En mi primera visita, pasé un tiempo en la capital, Puerto Príncipe, donde en aquel momento existía una democracia frágil pero funcional. En mis reuniones con los dirigentes haitianos, celebradas en francés, idioma que hablaba desde la infancia, examinamos a fondo todas las dificultades.
En aquella época, de 2007 a 2017, existía una fuerza de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas compuesta principalmente por fuerzas de países latinoamericanos (Brasil y Chile, principalmente). Aunque muchos aspectos de la fuerza de la ONU eran negativos, desde un brote de cólera hasta la explotación sexual de mujeres y niñas haitianas, el ambiente era razonablemente estable.
Yo era cautelosamente optimista. Con una diáspora haitiana mundial hábil y solidaria, el respaldo de EE.UU. y la ONU, y una población acostumbrada a las calamidades, pero capaz de mantener el espíritu positivo, consideró que Haití podría salir por sí solo de las peligrosas tendencias del narcotráfico y la trata de personas, la discordia interna y los prejuicios de muchos otros países. de América. Me equivoqué.
La trágica espiral descendente que siguió a la retirada de la fuerza de la ONU hace siete años se ha acelerado desde el misterioso asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021.
Más de 4.000 haitianos murieron en actos de violencia el año pasado, y otros 1.200 han sido asesinados en lo que va de 2024. Un Gobierno provisional es ridiculizado por la coalición de bandas que controlan la mayor parte del país, y un líder de banda, el tristemente célebre Jimmy “Barbecue” Cherizier, ha prometido luchar contra el Gobierno hasta que el primer ministro y presidente en funciones, Ariel Henry, dimita. (Henry se ha comprometido a hacerlo después de que se cree un consejo de transición).
La fuerza de la ONU que pacificó Haití durante una década estaba compuesta por unos 10.000 soldados, casi ninguno estadounidense. Pero esta vez, cuando la violencia aumenta a tan solo unos cientos de millas al sur de los Cayos de Florida, puede que a EE.UU. le resule imposible permanecer al margen.
Cuando yo estaba en el Comando Sur, desarrollamos un detallado plan de contingencia para hacer frente a posibles flujos masivos de refugiados procedentes de Cuba y Haití, interceptándolos y devolviéndolos a sus países de origen o llevándolos a la base de Guantánamo, en Cuba.
Por Guantánamo no me refiero al complejo de detención, por supuesto. El campo de emigrantes es una extensa instalación con refugios, alcantarillado e instalaciones para cocinar dentro de los confines de la estación naval estadounidense.
Su mantenimiento corre a cargo del US Army South, un componente del Comando Sur, que cuenta con los recursos y la formación necesaria para llevar a cabo un plan de contingencia en cabo ese. Seía tratar de una operación exigente y compleja.
Por supuesto, una opción mejor que esperar a un colapso total sería estabilizar Haití ahora. Para ello se necesitaría otra fuerza de mantenimiento de paz significativa y bien armada, de unos 10.000 efectivos militares.
Las bandas,que controlan quizás el 80% de Puerto Príncipe, están mejor armadas que hace una década y parecen más organizadas y decididas a desempeñar un papel en cualquier proceso político.
Kenia se ha ofrecido como voluntaria para una fuerza de mantenimiento de la paz y aportaría 1.000 policías, apenas una décima parte de lo que se necesitaría. La fuerte oposición dentro de Kenia y los desafíos legales podrían hacer descarrilar incluso esta medida, y un incipiente plan en el Congreso para financiarla está estancado. (Al parecer, Benín ha ofrecido 2.000 soldados, pero el plan parece igualmente incierto).
Sin un liderazgo activo de EE.UU., las posibilidades de formar una coalición que funcione parecen ser mínimas.
Estados Unidos está profundamente comprometido tanto en Ucrania como en Medio Oriente, y no parece capaz de reunir la atención necesaria para hacer frente a una emergencia en nuestra propia frontera.
Pero no nos equivoquemos: si Haití cae en el caos total habrá una nueva crisis de refugiados. No en las rutas terrestres a través del Río Grande, sino en una avalancha de pequeñas embarcaciones procedentes del sur, que se dirigirán directamente a las costas de Florida.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Lea más en Bloomberg.com