Bloomberg Opinión — La selección natural le jugó una broma al Homo sapiens. Nos dio la habilidad vital de la empatía, la capacidad de imaginarnos en la mente y los sentimientos de otras personas. Pero lo hizo con un inconveniente: En situaciones de ansiedad, conflicto o trauma, nuestra empatía se vuelve selectiva. En el peor de los casos, esto hace que nos identifiquemos totalmente con nuestro propio grupo interno y, al mismo tiempo, demonicemos o deshumanicemos a las personas del grupo externo. Los resultados pueden ser nefastos, desde la polarización política extrema hasta los crímenes de guerra.
Distinguir entre empatía inclusiva y exclusiva (o indivisible frente a suma cero) ayuda a diagnosticar todo tipo de amargos conflictos. Algunos son militares, como los que enfrentan a israelíes y palestinos o a ucranianos y rusos. Otros son “meramente” políticos, psicológicos o culturales, como la enemistad entre los seguidores del expresidente Donald Trump y sus oponentes, ya sean republicanos o demócratas de la vieja escuela.
Figuras públicas como políticos y, por ejemplo, expertos, están entre los primeros en notar un colapso general de la empatía, en forma de creciente vitriolo. Aunque intenten de verdad comprender, reconocer y sentir el dolor a ambos lados de un abismo, invariablemente algunos públicos considerarán que muestran demasiada empatía por un grupo y muy poca por otro.
Desde el 7 de octubre, por ejemplo, el presidente estadounidense Joe Biden se ha mostrado empático tanto con los israelíes como con los palestinos. Comprendió de inmediato que el espeluznante sadismo perpetrado por Hamás recordaba a los judíos el trauma colectivo del Holocausto. También comprendió que el bombardeo total de la Franja de Gaza por Israel, que ha calificado de “indiscriminado”, desencadenó un trauma colectivo diferente para los palestinos, la Nakba (“catástrofe”) de su expulsión masiva por los israelíes en 1948.
Sin embargo, muchos de los oyentes de Biden han optado por escuchar sólo uno de estos dos vectores de empatía. Muchas personas de todo el mundo creen que se preocupa más por las vidas y el sufrimiento israelíes que por los palestinos. Incluso en EE.UU., los manifestantes lo han llamado “Joe el Genocida”.
Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, se ha encontrado en la situación opuesta. En discurso tras discurso tras el 7 de octubre condenó el terror de Hamás, pero también añadió una vez que los atentados “no se produjeron en el vacío”. Con ello quiso decir que los palestinos han soportado generaciones de “ocupación asfixiante” que engendra extremismo, aunque eso “no puede justificar los atroces atentados”. Esa expresión de empatía inclusiva bastó para que el representante de Israel ante la ONU exigiera la dimisión de Guterres y le acusara de “libelo de sangre”, vil tropo antisemita que data de la Edad Media.
Tanto de la empatía como de sus disfunciones tenemos que dar las gracias y culpar a la evolución. Para transmitir mejor sus genes, nuestros antepasados aprendieron a cooperar y, por tanto, con la ayuda de las neuronas espejo y otras adaptaciones cognitivas, a “sentir dentro” de otras mentes humanas. Ése es el concepto que el psicólogo británico Edward Titchener plasmó en 1909 con el neologismo “empatía”, tomado del alemán Einfühlung y traducido a sílabas griegas para evocar la palabra mucho más antigua (pero bastante diferente) “simpatía”.
Sin embargo, junto con la empatía, el Homo sapiens evolucionó hacia el “altruismo parroquial”, que combina el favoritismo hacia el grupo interno con la hostilidad hacia un grupo externo. Nuestros antepasados tenían más probabilidades de sobrevivir y procrear si se unían a su tribu y sometían sin piedad a los enemigos comunes. Hoy seguimos enfrentándonos por defecto a Nosotros contra Ellos, donde Ellos pueden ser personas que invaden, inmigran, tienen un aspecto diferente o simplemente no están de acuerdo.
Cuando dejamos de empatizar con determinados grupos, solemos exagerar su Otredad. En el peor de los casos, eso adopta la forma de demonización o deshumanización. El presidente ruso Vladimir Putin, tratando de justificar su matanza de civiles ucranianos, los ha declarado nazis y satanistas. Los terroristas de Hamás que masacraron a familias israelíes se convencieron a sí mismos de que estaban matando a “infieles”. El ministro de Defensa israelí, al ordenar el bombardeo de Gaza, describió a su población como “animales humanos”. Trump ha llamado “alimañas” a sus oponentes políticos.
Tales metáforas parecen ridículas para los no iniciados, pero también disuaden a los miembros del grupo interno de empatizar. Una vez que a los de fuera se les hace parecer malvados o infrahumanos, los de dentro abiertos a la reconciliación parecen traidores. El presidente egipcio Anwar Sadat y el primer ministro israelí Yitzhak Rabin fueron asesinados por extremistas de su propio bando, por el delito de buscar la paz con el otro bando.
Esta patología actúa incluso sin violencia física ni conflicto internacional. La polarización en la política interna de EE.UU., como en Alemania, Polonia y otros lugares, es cada vez más “afectiva”, es decir, basada no en desacuerdos políticos, sino en la antipatía mutua e incluso en el odio.
Sin embargo, hay esperanza. Puede que la naturaleza humana nos haya programado para empatizar dentro de nuestra tribu y odiar a los demás. Pero también nos permite analizar y comprender este predicamento y salir del ciclo.
Con disciplina individual y un liderazgo sabio, podemos examinar las narrativas que nos contamos a nosotros mismos y descartar las que son perjudiciales. En lugar de que israelíes y palestinos, por ejemplo, permanezcan encerrados en un victimismo competitivo, podrían esforzarse más por reconocer también el trauma de la otra parte. Las encuestas han demostrado que la simple escucha y validación (una forma de empatía) pueden bastar para tender puentes.
El pasado, mediante el mecanismo de la selección natural, ha hecho a los humanos como son. Pero el pasado no tiene por qué ser el destino, al menos no todo el tiempo y en todas partes. Para vivir en paz en casa y en el mundo, tenemos que extender nuestra empatía a todas las personas. La experiencia nos dice que esto será difícil, y que a menudo fracasaremos. Razón de más para seguir intentándolo.
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