El protagonismo chino en Latinoamérica ha despertado análisis, interés y una buena cuota de histeria. Según a quién se pregunte, yo lo veo desde una oportunidad, pues la región podría volver a equilibrar sus alianzas y beneficiarse de las pretensiones de China, hasta una invasión económica que supone una amenaza para la geopolítica del hemisferio. Sin embargo, dado el poderío económico chino, la composición de su régimen y lo que hay en juego en su cada vez mayor rivalidad geopolítica con EE.UU., a la hora de analizar este fenómeno lo más conveniente es tener en cuenta la frase predilecta de Deng Xiaoping, el anterior líder supremo de China: “Busca la verdad a partir de los hechos”. Y los hechos van cambiando en puntos tan importantes que los responsables políticos americanos deberán prestarles la debida atención.
La inversión china está disminuyendo; no obstante, el gigante de Asia se encuentra mucho más dinámico en la búsqueda de inversiones en sectores innovadores, como las energías renovables y tecnologías, que estima fundamentales para sus propias ambiciones económicas. De acuerdo con un informe de Margaret Myers, Ángel Melguizo y Yifang Wang para el Diálogo Interamericano, para 2022 China destinó US$6.400 millones para inversión directa en Latinoamérica y el Caribe, lo que supone un 17% menos que la media anual para el periodo 2020-2021 y menos de la mitad de los US$14.200 millones promedio invertidos al año entre 2010 y 2019.
“Estos descensos son el reflejo de una recalibración considerable por parte del gobierno chino y sus compañías”, según el informe publicado el lunes. Simultáneamente, sus autores destacan que una proporción cada vez más importante de ese decreciente volumen se está dirigiendo a lo que se denomina industrias de “nuevas infraestructuras”, como las tecnologías de la información y la comunicación, las energías alternativas, los VE y la industria manufacturera de alta gama, entre otras actividades estratégicas. La inversión de la nación asiática en estas áreas supuso aproximadamente el 60% de los flujos totales dirigidos a la región en 2022, es decir, unos US$3.700 millones.
“En numerosos casos, las compañías de China están reforzando sus vínculos con Latinoamérica y el Caribe, si bien, en promedio, mediante acuerdos de menores dimensiones y en sectores de vanguardia que se alinean de forma directa con los fines de crecimiento económico de Pekín”, señala dicho informe.
Myers, Melguizo y Wang también descubrieron que China está reduciendo en lo particular una de sus herramientas de compromiso preferidas: los créditos de sus enormes bancos estatales. Entre 2019 y 2022, la región recibió poco más de US$2.900 millones en préstamos de las principales instituciones financieras de desarrollo del país, una fracción de lo que solían prestar allá por 2010, cuando solo uno de estos bancos emitió más de US$35.000 millones para América Latina.
“China sigue emitiendo créditos, pero a través de mecanismos financieros diferentes, y con un menor enfoque general en grandes proyectos de infraestructura”, según el documento.
¿Qué conclusiones podemos sacar de este conjunto de transiciones? En primer lugar, que refleja un cambio de estrategia global por parte de China. Con el aumento de las tensiones geopolíticas, la creciente competencia con EE.UU., la ralentización de la economía nacional y otras dificultades en su propio territorio, es comprensible que China esté replanteándose cómo participar en el gran juego mundial. Al mismo tiempo, especialmente en América Latina, este cambio refleja el problemático pasado de promover enormes proyectos de infraestructuras con resultados ambiguos. Algunos de los grandes acuerdos en los que se embarcaron los países latinoamericanos con China en el momento álgido del frenesí inversionista no llegaron a ninguna parte, sobre todo en Venezuela, donde se anunciaron grandes proyectos petrolíferos que luego se abandonaron y dejaron a Venezuela con el problema de devolver sus préstamos chinos.
Sospecho que el planteamiento chino de “menos es más” es también un reconocimiento de la necesidad de actuar con cautela en una región conocida por su volatilidad política. En lugar de embarcarse en grandes inversiones que podrían peligrar con la salida de un gobierno amigo y la entrada en funciones de otro de ideología rival, opta por centrarse sensatatamente en establecer lazos con las autoridades locales, desde la provincia de Jujuy , en el norte de Argentina, hasta plantas solares en Colombia. Un perfil más bajo también reduce la controversia en torno a los nuevos proyectos.
Pero nada de esto debe confundirse con una falta de ambición o una estrategia de salida. Como señala el informe del Diálogo Interamericano, el interés por sectores tradicionales como la riqueza mineral y las materias primas sigue siendo sólido, aunque en formatos diferentes. Los flujos comerciales bilaterales en la región han seguido creciendo, y pueden llegar a los US$500.000 millones. Mientras tanto, automóviles chinos inundan Santiago y Ciudad de México, y China está a punto de inaugurar su primer megapuerto en la región, en Chancay, en la costa peruana.
Para EE.UU., y en menor medida para la Unión Europea, esta recalibración estratégica supone un reto adicional, sobre todo cuando se habla de acceso a alta tecnología como la 5G y la inteligencia artificial (véase el fascinante No Limits: The Inside Story of China’s War with the West (Sin Límites, La historia de la guerra de China contra Occidente), de Andrew Small, donde describe las encarnizadas batallas políticas entre China y sus rivales desarrolladas por la influencia en los nuevos sistemas de comunicación). Este nuevo ámbito de competencia también planteará nuevos retos a los responsables políticos latinoamericanos. Dados los estrechos vínculos entre estas tecnologías y la gobernanza política y económica, la nueva dirección de China aumentará inevitablemente las apuestas para los líderes regionales a medida que naveguen por los cambios en el equilibrio de poder geopolítico y trazan la trayectoria de sus propias sociedades.
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