Bloomberg Opinión — Durante gran parte de su historia de posguerra, Alemania fue un faro de prosperidad y estabilidad política. Ahora su economía está estancada, y la armonía social ha dado paso a la acritud y la división.
La distribución enormemente desigual de la riqueza en Alemania es una causa subestimada de este malestar: El 10% de los hogares más ricos tienen al menos 725.000 euros (US$793.000) de patrimonio neto y controlan más de la mitad de la riqueza del país, mientras que el 40% de los hogares más pobres tienen como mucho 44.000 euros de patrimonio neto, según una encuesta del Bundesbank de 2021.
Junto con la sensación generalizada de que Alemania se está desestabilizando (piénsese en unas infraestructuras que crujen, la inflación y la pérdida del gas ruso barato), la precariedad económica hace que los alemanes sean susceptibles a los argumentos marginales de que su nivel de vida está amenazado y que el gobierno está fuera de juego. A largo plazo, la mayor economía de Europa debe reformar su sistema fiscal, que penaliza el trabajo, y promover una distribución más amplia del capital.
En los últimos días, agricultores enfurecidos han bloqueado carreteras en todo el país, aparentemente para protestar por los recortes de las subvenciones agrícolas. A ellos se han unido los partidarios de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que culpan a la acogida de inmigrantes por parte del país de sus problemas fiscales y económicos. Casi una cuarta parte de la población afirma que votaría a AfD si hoy se celebraran elecciones - y, lo que es más deprimente, no descarto que esa cifra aumente antes de la votación nacional del año que viene.
El gobierno federal está sumido en el caos, tras verse obligado el mes pasado a encontrar 17.000 millones de euros de ahorro en el presupuesto de este año después de que un tribunal constitucional dictaminara que su intento de destinar fondos no utilizados para la pandemia a inversiones climáticas era ilegal.
Conciliar la filosofía antiendeudamiento de los Demócratas Libres con el compromiso de los Socialdemócratas con el gasto social y la determinación de los Verdes de promover la descarbonización ha dado lugar a disputas y compromisos que no satisfacen a casi nadie.
En las carreteras han aparecido horcas con el símbolo del semáforo de la coalición tripartita, y una multitud enfurecida impidió al ministro de Economía alemán, Robert Habeck, salir de un transbordador.
Esta polarización, que se hace eco del vituperio de los partidarios de Trump y de los chalecos amarillos franceses, y que se alimenta de cámaras de eco similares en las redes sociales y de la desconfianza hacia los medios de comunicación dominantes, resulta chocante en un país que se enorgullece de su cohesión y prosperidad compartida.
Pero lo de la prosperidad compartida es en parte un mito: la desigualdad es alta para los estándares europeos y la riqueza neta media, de unos 106.000 euros, está muy por debajo de la media de la zona euro, de unos 150.000 euros.
Por supuesto, existe el argumento de que los alemanes no necesitan mucho dinero para vivir cómodamente gracias a los servicios públicos de alta calidad: Las guarderías son gratuitas en algunos estados federados, al igual que la matrícula de las universidades públicas. Últimamente, los sindicatos han conseguido subidas salariales, mientras que los ahorradores han obtenido mayores intereses por los depósitos bancarios; también los agricultores han obtenido mayores beneficios.
Sin embargo, menos de la mitad de los hogares son propietarios de una vivienda y, por tanto, no se han beneficiado de la subida de los precios inmobiliarios: el patrimonio medio de los hogares alemanes arrendatarios es de sólo 16.000 euros, según el Bundesbank.
Mientras tanto, sólo uno de cada seis alemanes invierte en bolsa. En 2019, el canciller alemán Olaf Scholz, que entonces era ministro de Finanzas, reveló que guardaba todo su dinero en una cuenta bancaria de bajo rendimiento. Aunque su confesión pudo ganarse la simpatía de los cautos ahorradores alemanes, fue elocuente de la actitud autodestructiva del país hacia la inversión.
Gran parte de la riqueza alemana está en manos de pequeñas y medianas empresas privadas de propiedad familiar, conocidas como Mittelstand. Éstas son un motor de creación de empleo, pero su ahorro sustenta los superávits por cuenta corriente por los que a menudo se critica a Alemania, contribuyendo a la desigualdad y suprimiendo el consumo interno, según el Fondo Monetario Internacional.
Durante mucho tiempo, el auge de las exportaciones y los superávits presupuestarios de Alemania desviaron la atención de estas deficiencias, pero ahora se han puesto de manifiesto los puntos débiles de su modelo económico. La producción se contrajo un 0,3% en 2023, según una estimación oficial publicada el lunes, y la economía podría expandirse sólo un 0,3% este año, dicen los economistas encuestados por Bloomberg.
El envejecimiento de la población también está poniendo a prueba el generoso sistema de seguridad social alemán. A menos que se reforme, la proporción del presupuesto público que se destina a las pensiones podría aumentar a más de la mitad en 2050, frente a la cuarta parte actual.
El plan del ministro de Finanzas, Christian Lindner, de aumentar el sistema de pensiones de reparto con un fondo soberano alemán financiado con deuda e invertido en renta variable mundial, no es suficiente para colmar el déficit de financiación.
La política cada vez más díscola de Alemania me hace ser poco optimista sobre las posibilidades de nuevas reformas para reducir la desigualdad y ampliar la propiedad de activos, pero no faltan buenas ideas.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y destacados economistas alemanes critican desde hace tiempo el sistema fiscal del país porque la carga fiscal se inclina demasiado hacia los salarios, mientras que los impuestos sobre bienes inmuebles y sucesiones son bajos.
Existen amplias exenciones del impuesto de sucesiones para los propietarios de empresas, por ejemplo, con el argumento de que, de lo contrario, se pondrían en peligro los puestos de trabajo y la inversión. Estas normas son demasiado cómodas, y el resultado es que los impuestos sobre las grandes herencias son a menudo más bajos que los de un legado más pequeño.
Ampliar la riqueza no tiene por qué significar quitársela a los ricos. Los alemanes carecen de formas fiscalmente eficientes de invertir en bolsa: no hay un equivalente de las cuentas individuales de ahorro (ISA) del Reino Unido o de los 401ks y Roth IRA de EE.UU., por ejemplo.
También estoy a favor de una herencia ciudadana: una distribución en efectivo de, digamos, 20.000 euros a cada joven adulto que podría reservarse para gastos específicos como adquirir una propiedad o pagar la educación. No es sorprendente que los políticos de la AfD se opongan a la idea, porque podría significar dar aún más dinero a los niños inmigrantes.
Una ironía del creciente apoyo de la AfD es que muchos de sus partidarios con bajos ingresos se beneficiarían poco de su programa, que incluye oponerse a los impuestos sobre la propiedad, el patrimonio y la herencia. Ayudar a más personas a participar en los beneficios de la prosperidad económica contribuiría en gran medida a neutralizar el apoyo a los partidos políticos radicales y a enfriar la ira que ahora hierve en Alemania.
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