Se esperaba que la Fed se retirara del protagonismo hacia finales de 2023 y permitiera que otros elementos protagonizaran la evolución de los precios de los activos en el mundo desarrollado y en otras regiones. En lugar de ello, se ha creado una nueva actuación llena de confusión.
Durante la mayor parte de los últimos quince años, la política monetaria fue con frecuencia el único elemento decisivo para la marcha de los mercados. Las políticas y las declaraciones de la banca central (también denominadas “forward policy guidance”), así como las previsiones del propio mercado respecto a lo que iban a hacer y decir, han influido desproporcionadamente sobre los precios de los activos y, en algunos casos, han desvinculado considerablemente sus valoraciones de las circunstancias tanto económicas como geopolíticas.
Durante más de diez años, desde la crisis financiera global del 2008, las entidades bancarias centrales saturaron el sistema con liquidez y redujeron los tipos de interés. Sin embargo, en estos dos últimos años han optado por un ciclo muy intenso de alzas de tipos, debido al desacierto que supuso considerar en un principio que la inflación era pasajera, para luego indicar que los tipos se iban a mantener elevados durante mucho tiempo.
Se preveía que la focalización casi total en la política monetaria se atenuaría conforme llegáramos a los “tipos máximos” y se reduciría solo ligeramente desde ahí a lo largo del tiempo, junto con una reducción en piloto automático de los inflados balances de la banca central mediante un endurecimiento cuantitativo. Esta influencia decisiva de la banca central sobre los precios de los activos debería dar paso a otros elementos, especialmente las expectativas de crecimiento de la economía, la evolución suave del último segmento de la batalla contra la inflación y la existencia de recursos financieros para hacer frente con facilidad al incremento de la emisión de deuda derivado de los elevados niveles de déficit y de los costes de los créditos.
Esto no es lo que está pasando. En lugar de moverse lentamente hacia un segundo plano, la Fed en particular reforzó su papel de liderazgo la semana pasada al estimular movimientos masivos de precios en prácticamente todas las clases de activos. Las palabras del presidente Jerome Powell sobre la posibilidad de recortes en las tasas de interés han resonado en todo el mundo, influyendo en las expectativas sobre lo que harán otros bancos centrales sistémicamente importantes.
Este giro de la trama no ha sido nada fácil. Menos de 48 horas después de las declaraciones de Powell tras la última reunión de la Reserva Federal, las autoridades estaban de nuevo en escena tratando de retroceder en lo que los mercados felizmente denominaron el “giro navideño de Powell “. Cuando tuvieron poco impacto, más funcionarios de la Reserva Federal se unieron , adoptando un rumbo diferente que implicó explicar lo que Powell realmente quería decir. La confusión era tal que una semana después de los comentarios de Powell, los medios especializados seguían debatiendo cuál había sido la auténtica señal política de la Reserva Federal.
Ésta no es la única peculiaridad. Los comentarios de Powell alimentaron las apuestas de que la Reserva Federal recortará las tasas de manera más agresiva que el Banco Central Europeo, a pesar de que el crecimiento económico de la zona del euro es anémico en comparación con el de Estados Unidos y su economía es estructuralmente más débil.
En lugar de centrarnos en cuáles deberían ser los determinantes clave de los precios de los activos, nuevamente nos queda preguntarnos cómo se resolverán el próximo año las dos incongruencias creadas por la Reserva Federal: primero, cómo escucharon los mercados a Powell y qué quiso decir; y segundo, la percepción del mercado de una Reserva Federal más moderada en relación con el BCE, que enfrenta unas perspectivas económicas notablemente más débiles.
En un episodio de la última temporada de la serie de Netflix “The Crown” (La Corona), se advierte a la princesa Diana que “el riesgo es que uno normalice lo anormal y se acostumbre a vivir en la locura; y ahí es cuando las cosas realmente van mal”. La advertencia bien podría aplicarse a la relación entre la Reserva Federal y los mercados.
La prolongación, una vez más, de una codependencia malsana entre una Reserva Federal, que tiende a ser moderada y demasiado locuaz, y los mercados, que con demasiada frecuencia se centran en un solo tema, corre el riesgo de evolucionar de una manera que va más allá de lo anormal. Amenaza cada vez más el bienestar económico de las generaciones actuales y futuras, así como la estabilidad financiera general.
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