Opinión - Bloomberg

Xi y Putin creen que están ganando, y puede que lo estén haciendo

Russian President Vladimir Putin (L) and Chinese President Xi Jinping pose during their meeting in Beijing, on February 4, 2022. Photographer: Alexei Druzhinin/Sputnik/AFP/Getty Images
Por Marc Champion
18 de octubre, 2023 | 09:17 AM
Tiempo de lectura: 5 minutos

Bloomberg Opinión — En retrospectiva, la última vez que Vladimir Putin visitó a Xi Jinping en China, apenas tres semanas antes de que Rusia invadiera Ucrania, fue un momento de arrogancia: dos líderes sumamente seguros de sí mismos marcando su apuesta por sacudir un mundo organizado por y para Estados Unidops y sus aliados. Pues bien, ciertamente lo sacudieron, aunque no de la forma que pretendían.

El catastrófico error de Putin de intentar invadir a un vecino del tamaño de Francia como si se tratara de un glorificado ejercicio de entrenamiento ha provocado, según algunas estimaciones, la reducción a la mitad de la fuerza militar de Rusia. Mientras tanto, el supercoche que era la economía china ha entrado en el carril lento, y las previsiones sobre cuándo superará a EE.UU. en términos de dólares corrientes se han retrasado.

Así pues, resulta tentador imaginar a Xi y a un Putin cada vez más dependiente humillados en su reencuentro, con los tendones de su vínculo “ilimitado” ya desgarrándose. Pero eso, tomando prestada una maravillosa frase de Sarah Paine, profesora de historia y gran estrategia en el US Naval War College, sería jugar al “tenis de media pista”, del tipo en el que nunca ves venir la siguiente bola porque no estás prestando atención al juego de la otra parte.

China

Paine afirma que, para entender por qué China y Rusia hacen lo que hacen, hay que verlas como lo que son: potencias continentales en un orden mundial organizado durante siglos por sucesivas potencias marítimas, primero británicas y luego estadounidenses. La diferencia es grande. En última instancia, las naciones marítimas se dedican al comercio, y eso a su vez tiende a atraer aliados y a fomentar el desarrollo de normas internacionales porque permiten la creación de riqueza. Las guerras territoriales que implica un orden mundial continental basado en esferas de influencia son, por el contrario, enormes destructores de riqueza y valor. Ucrania es un claro ejemplo.

PUBLICIDAD

Las potencias marítimas atacan y someten a otros países, como hizo EE.UU. en Irak y el Imperio Británico en sus numerosas colonias. También rompen las reglas cuando les conviene. Sin embargo, las guerras expedicionarias que libran son necesariamente más pequeñas y en ultramar, con un coste mucho menor en vidas y riqueza en el propio país. Rara vez conquistan territorio porque sí, centrándose más en la contención y el cambio de régimen para afirmar sus intereses. También prefieren vecinos estables a inestables porque los Estados fallidos no suelen hacer mucho comercio.

Las potencias continentales, por el contrario, se preocupan mucho por el territorio y, a veces, persiguen su adquisición en detrimento de su propia economía. Históricamente, las potencias continentales también son propensas a desestabilizar a sus vecinos si pueden, ya sea para absorberlos más tarde o para asegurarse de que no surge ninguna amenaza poderosa a sus puertas. Esa paranoia habitual, a veces justificada y otras veces autocumplida, también debilita a sus socios comerciales más probables.

“Es lo que Putin está haciendo ahora” en Ucrania, dice Paine, que en su libro Las Guerras por Asia describe este proceso de desestabilización vecinal, seguido de conquista y absorción como el modus operandi exitoso del Imperio Ruso durante siglos. Es posible que un país pase del modo continental a unirse al orden marítimo, afirma (EE.UU. lo hizo), pero eso debe venir de dentro.

PUBLICIDAD
China

China opera de forma algo diferente, y con sus exportaciones masivas está adquiriendo muy deliberadamente aspectos de una potencia marítima que Rusia no ha adquirido. Sin embargo, Xi y Putin se sienten atraídos por una fuerza aún más potente que sus posiciones geopolíticas: la autopreservación.

El Partido Comunista de China no puede permitirse que Taiwán siga siendo un modelo extraterritorial de una democracia de éxito que genera mejores resultados para una población mayoritariamente china Han que el Partido. Putin tampoco puede permitirse que Ucrania se convierta en la historia de éxito europeo que los ucranianos exigieron durante las llamadas protestas del Maidán de 2014. Estas prioridades no son negociables para Putin y Xi, y por tanto son peligrosas. Ya han provocado una guerra y podrían provocar una segunda.

Ambos hombres creen que Occidente les aprieta, tratando de contener ambiciones que consideran intereses vitales. Xi y Putin soportarán costes de oportunidad económicos y suprimirán cualquier oposición interna para conseguirlos. El resultado es una forma emergente de Guerra Fría que alinea a las potencias continentales de Eurasia (incluidas China, Rusia, Irán y Corea del Norte) contra EE.UU. y sus aliados en Europa y Asia, incluidos Australia, Japón, Corea del Sur, el Reino Unido y la mayor parte de la Unión Europea.

Tanto si Putin dio a Xi detalles de sus planes inminentes de invadir Ucrania en su reunión de 2022 como si no, el objetivo común esbozado en su declaración conjunta estaba claro: la “redistribución del poder en el mundo”, el fin del dominio estadounidense y la redefinición de la democracia y los derechos humanos como lo que un gobierno determinado diga que son.

PUBLICIDAD

Sin duda, Xi no previó más que Putin que la maquinaria bélica de Rusia sería humillada en Ucrania o que Occidente respondería no implosionando, sino uniéndose y expandiéndose. Del mismo modo, es dudoso que cuando ambos líderes se reunieron en febrero de 2022, Xi esperara la actual conflagración en Oriente Próximo.

Pero en términos de una confrontación geopolítica de suma cero con EE.UU., los problemas en Ucrania u Oriente Medio son una victoria para China. Ambos atraen los recursos y la atención de EE.UU. Ambos alteran el statu quo. A medida que EE.UU. se vea envuelto en la venganza de Israel contra Hamás en Gaza, sus alianzas con los Estados árabes del Golfo se tensarán, creando oportunidades para Xi.

Así pues, del mismo modo que Putin culpó inmediatamente a EE.UU. del horrible ataque de Hamás contra civiles israelíes, China ha evitado cualquier condena pública de Hamás, al tiempo que criticaba a Israel por su castigo colectivo a los palestinos como respuesta.

PUBLICIDAD

Al cortejar al mundo musulmán de esta manera, Putin y Xi están redoblando su éxito en persuadir al llamado Sur Global de que el problema no es la agresión rusa en Ucrania ni los grotescos actos terroristas de Hamás en Israel, sino el continuo colonialismo de EE.UU. y Europa. No importa la represión rusa de los tártaros musulmanes en la Crimea ocupada o el internamiento chino de los musulmanes uigures en la provincia de Xinjiang. La narrativa funciona porque la injusticia palestina, con sus matices coloniales y su profunda historia en siglos de lucha por el control de Tierra Santa, puede enfurecer a la calle árabe como ninguna otra.

Así que prepárate para más mensajes tenaces antioccidentales de Xi y Putin esta semana. Puede que hayan sufrido algunos reveses económicos y, en el caso de Rusia, militares, pero cuando se trata de unir a otras naciones a su causa, están haciendo buenos progresos.