Brasil abre puertas a los migrantes venezolanos que otros rechazan

El país atrae a inmigrantes a su economía que ocupan muchos de los extenuantes empleos que sus propios ciudadanos no quieren y así alimenta su motor de exportación agrícola

Montenegro
Por Andrew Rosati - Denise Lu
18 de octubre, 2023 | 11:52 AM

Bloomberg — Gobiernos de todo el continente americano han desplegado tropas y levantado barreras para tratar de detener lo que se ha convertido en un éxodo de 7,7 millones de venezolanos que salieron de un petro-Estado en donde alguna vez hubo mucha riqueza.

Pero en Brasil los reciben con los brazos abiertos.

Los migrantes venezolanos que cruzan la frontera norte del país son recibidos por funcionarios que están atentos a procesar las visas, por empleadores privados que ofrecen trabajo, y por un Gobierno que cubre los pasajes aéreos para reubicarlos en lugares recónditos del país.

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Con esto, Brasil atrae a inmigrantes a su economía, ocupa muchos de los extenuantes empleos que sus propios ciudadanos no quieren y alimenta su motor de exportación agrícola. El Gobierno ha reubicado a más de 114.000 personas, o aproximadamente una cuarta parte de los venezolanos que han llegado al país desde 2018 (a un ritmo de casi 2.000 por mes), principalmente al sur rico, un foco de la agroindustria. Los recién llegados han aceptado empleos en sectores cruciales —incluidas las empresas procesadoras de carne más grandes del mundo— o están conectados con un patrocinador o un refugio que los acoge mientras buscan trabajo. Esto ayuda a la próspera agroindustria brasileña mientras el país intenta consolidarse como el matadero del mundo. Brasil ya es el principal exportador mundial de carne de vacuno y pollo.

Para los inmigrantes, el apoyo con el empleo les permite afianzarse en la sociedad. Pero la labor no es nada ideal: los días son largos y arduos, y los trabajos quedan en zonas remotas del país.

Plantea preguntas más amplias sobre cómo los Gobiernos deberían abordar una crisis humanitaria que no muestra señales de desaceleración. Según el Gobierno de Panamá, más de 260.000 venezolanos emprendieron el peligroso viaje a través del Tapón del Darién hacia Estados Unidos durante los primeros nueve meses de este año. Esa cifra supera los 150.000 que hicieron lo mismo el año pasado.

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Endry Rodríguez, un mecánico de 23 años, llegó en mayo. Dejó su hogar en la ciudad industrial de San Félix, siguiendo el camino trillado de muchos de sus amigos con la promesa de un ingreso estable.

Dijo que estaba cansado de renunciar a sus sueños de convertirse en ingeniero mecánico para poner comida sobre la mesa. “Era estudiar o comer”, dijo. “Yo prefiero el segundo”.

“Todos mis compañeros de generación ya se habían ido” a Brasil, dijo. “El único que quedaba era yo”.

Así que, con su hermano, hicieron autostop y viajaron en la parte trasera de un camión durante dos días hasta la ciudad fronteriza de Pacaraima, el principal punto de control para inmigrantes en el escasamente poblado estado de Roraima. Allí, solicitaron un programa de reubicación para venezolanos, conocido como interiorização, o “interiorización”, que los vinculó con trabajos en una planta empacadora de carne a miles de kilómetros de distancia.

Ahora que está ubicado en Montenegro, una pequeña ciudad en el sur de Brasil, Rodríguez pasa sus días en una fábrica propiedad de JBS SA, el mayor proveedor de carne del mundo. Pasar de arreglar autos a empacar pollos no fue fácil.

“Cuando empecé, mi mano se hinchó así”, dijo, abriendo los dedos de la mano opuesta lo suficiente como para sostener una manzana. “Es mucha presión”.

Los esfuerzos gubernamentales para conectar a migrantes o refugiados con empleos suelen observarse en economías más desarrolladas que Brasil. Dinamarca y Alemania han utilizado programas con éxito variable para intentar integrar a millones de sirios y ucranianos desplazados. Pero más personas han abandonado Venezuela que la suma de esos dos países devastados por la guerra.

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A medida que la economía más grande de América Latina amplía su fuerza laboral, las autoridades de EE.UU. están atrapadas en un fuerte debate sobre cómo atender un aumento pospandemia de la migración desde naciones como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití. Un número récord de personas no autorizadas ha intentado ingresar a la frontera sur de EE.UU. durante el Gobierno del presidente Joe Biden, quien ha enfrentado duras críticas de ambos lados de la división política mientras intenta renovar la respuesta federal a los solicitantes de asilo.

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Abrumados por la cantidad de personas que llegan a las ciudades fronterizas, algunos funcionarios electos han optado simplemente por descargárselas a otros. Los gobernadores republicanos de Arizona y Texas han transportado en autobuses a miles de inmigrantes a ciudades lideradas por demócratas como Chicago, Nueva York y Washington, DC.

Los pasajeros, predominantemente venezolanos, a menudo carecen de redes de apoyo y documentos para trabajar de manera formal, lo que aumenta la presión sobre los grupos de ayuda y los servicios de emergencia de las ciudades. A menudo viven en refugios y esperan meses para obtener visas de trabajo, si es que califican para asilo, lo que puede llegar a ser difícil de lograr. En septiembre, la Administración Biden otorgó a casi 500.000 inmigrantes venezolanos un estatus especial para trabajar y vivir legalmente en EE.UU. durante 18 meses.

Expertos en migración dicen que el enfoque de Brasil es único debido al grado en que el Gobierno trata de integrar a los recién llegados venezolanos. El programa también ha sobrevivido a tres Administraciones diferentes, una de derecha, una de extrema derecha y otra de izquierda.

“El enfoque es una inversión que puede generar retornos”, dijo Pablo Acosta, economista principal de la unidad de Empleo y Protección Social del Banco Mundial, quien ha estudiado y asesorado a autoridades involucradas en el programa de interiorización.

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Por el contrario, cuando un Gobierno no interviene para ayudar a los migrantes, es cuando “se convierten en una carga porque no están contribuyendo a la economía y hay que mantenerlos en una zona subóptima del país, lo que puede crear problemas”, dijo Acosta.

Hacia el sur

Todos los días, cientos de venezolanos llegan a Roraima, que abarca la sabana y la selva amazónica más al norte de Brasil. A finales de 2017, las autoridades declararon un estado de emergencia por una sobresaturación de los servicios locales.

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Es difícil encontrar oportunidades y aún más refugio. Las familias inmigrantes viven en carpas improvisadas en Pacaraima y en la capital del estado, Boa Vista. Los hombres intentan conseguir jornales, mientras que las mamás y los niños piden limosna en las intersecciones. Los lugareños están irritados por la avalancha de recién llegados y la fricción ha desencadenado algunos episodios violentos.

El Gobierno brasileño, con el apoyo de ACNUR, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, ha tratado de aliviar la tensión en Roraima a través de la Operação Acolhida, u “Operación Bienvenida”, su respuesta humanitaria a la afluencia de personas. Desde 2018, se utiliza el programa de interiorización para vincular a los participantes con empleadores o patrocinadores o refugios con espacio disponible para acogerlos mientras buscan trabajo. El programa también ha mitigado parte de la tensión dado que la mayoría de los venezolanos ingresan a Brasil por un estado donde hay escasez de recursos y empleos.

Las empresas pueden contratar venezolanos directamente desde Roraima. Los migrantes pueden postularse en los centros logísticos para las vacantes disponibles en todo el país y realizar entrevistas a través de videollamadas. Mientras tanto, los funcionarios cerca de la frontera entrevistan a los seres queridos que ya están ubicados en Brasil y que se ofrecen a acoger a los recién llegados.

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Niusarete Lima, que coordina la interiorización en el Ministerio de Desarrollo Social de Brasil, dice que la estrategia del Gobierno surgió de su experiencia hace una década, cuando miles de haitianos comenzaron a llegar a la frontera occidental después del terremoto de 2010 que arrasó gran parte de Puerto Príncipe. Muchos llegaron sin documentación y luego se dispersaron por todo el país en busca de trabajo.

El programa de interiorización ayuda a normalizar el proceso sin suponer una carga para las ciudades de destino. Cuando los participantes abandonan la frontera “saben exactamente adónde van. Y los acompañamos puerta a puerta”, dijo.

Para ser elegible para la interiorización, los solicitantes deben tener su cuadro de vacunas completo y sus papeles de trabajo en regla. Los inmigrantes reciben información sobre las leyes laborales brasileñas, los servicios sociales y sus derechos.

Una vez que se firma un contrato (o se aprueba un patrocinador), el Gobierno brasileño paga un vuelo privado para reubicar a los migrantes o lo hace vía aviones militares.

“Nos damos cuenta de que en Brasil la integración de los inmigrantes parece ocurrir a un nivel relativamente más constante y rápido que en EE.UU.”, comentó Jeffrey Lesser, historiador de Emory University.

Lesser dice que Brasil comenzó a confiar más en los inmigrantes para puestos de trabajo en el “área corporativa” después de que se abolió la esclavitud en 1888. Las reglas de inmigración también son mucho menos estrictas que en EE.UU. En las últimas décadas, las autoridades brasileñas han concedido amnistía varias veces a grupos de extranjeros indocumentados o a aquellos que sobrepasaron el tiempo que permitía sus visas, permitiéndoles obtener un estatus legal.

Giovany Briceño, de 52 años, y su esposa fueron de los primeros venezolanos en ser trasladados a Montenegro, una pequeña ciudad en el corazón agrícola de Brasil.

Briceño emigró primero a Boa Vista en 2020 con US$10 en el bolsillo, luego de que cerrara el hotel donde dirigía la seguridad en la ciudad petrolera de Maturín. Consiguió trabajos ocasionales en construcción y el trabajo del metal, pero una vez que su esposa se unió a él, anhelaba algo más que una habitación alquilada y trabajo informal.

“Hay muchos venezolanos y no hay empleos reales”, dijo sobre Boa Vista. “No lo aguantaba más”.

Por eso, en 2021, él y su esposa aplicaron a vacantes en la fábrica de pollos de JBS en Montenegro.

La fábrica cubre más 1,3 kilómetros cuadrados y contiene un matadero, plantas de procesamiento y un centro de distribución, una biblioteca, una cafetería y un banco para sus más de 2.500 empleados. Casi una décima parte de la fuerza laboral, o 215 personas, es venezolana. Según parece, la cifra seguirá creciendo.

La producción en la tranquila ciudad es crucial no solo para JBS, que presentó para cotizar en la bolsa de valores estadounidense en julio, sino para la economía general de Brasil, que este año registró un crecimiento sorprendentemente fuerte en gran parte gracias a su sector agrícola. En la planta de JBS se sacrifican diariamente unos 412.000 pollos y gran parte de este alimento se envía a países de Medio Oriente.

“Trabajo, trabajo, trabajo”

Bloomberg recorrió la planta de JBS en Montenegro en julio. En el lugar, un cartel muestran el número de días que llevan sin que ocurra un accidente grave. Trabajadores vestidos con monos y cascos entraban y salían de las instalaciones a medida que cambiaban los turnos, o pasaban su tiempo libre afuera en bancos de parques con sus teléfonos inteligentes. Un olor a pollo frito se sentía en todo el lugar.

Giovany Briceño

La gira coincidió con un día rotativo de cultura empresarial de JBS. Había una carpa sobre el césped del terreno de la fábrica, donde expertos en motivación intentaban animar a grupos cansados con discursos sobre valores como la humildad y la disciplina.

Los empleados de la fábrica de JBS en Montenegro trabajan turnos de casi siete horas y media y de ocho horas y media.

El trabajo es intenso y muy físico. Los horarios varían: algunos trabajan en turnos de siete horas y media durante seis días y otros trabajan en turnos de ocho horas y media durante cinco días. Los puestos de nivel inicial ganan aproximadamente un 30% más que el salario mínimo mensual de Brasil de 1.320 reales, o aproximadamente US$261. Algunos dicen que sienten que les aplican demasiada presión para alcanzar las metas de producción.

Aun así, tras haber dejado el hambre y la inflación de tres dígitos detrás de ellos, los recién llegados venezolanos describen sus nuevas vidas en términos de euforia y agotamiento.

“Estaba así de flaco”, dijo Richard Díaz, de 38 años, extendiendo su dedo índice mientras relataba que pesaba 22 kilos menos cuando llegó en 2021.

El caraqueño se fue con su familia durante la pandemia, atravesó Venezuela en autobús y a pie con su esposa e hijos durante largos tramos hasta ingresar a Brasil a través de su porosa frontera, sin controles. El principal punto de ingreso a Pacaraima estaba cerrado debido a controles por covid-19. Una vez resueltos sus papeles, se inscribió en el programa de interiorización para unirse a su madre en Montenegro.

Richard Manuel Díaz

Ya completado, el exadministrador de hospital se ríe al describir los días que pasó cortando pollos en una asamblea con clases nocturnas en una escuela vocacional.

“Es trabajo, trabajo, trabajo, trabajo, trabajo y trabajo”, dijo Díaz.

Representantes de JBS afirman que los empleados permanecen en promedio siete años en la planta de Montenegro. Grupos laborales locales y empleados actuales y anteriores entrevistados por Bloomberg hablan de una rotación mucho más rápida.

En total, JBS emplea ahora a 5.673 venezolanos y 855 haitianos en Brasil. Más de 6.500 inmigrantes trabajan en la empresa procesadora de alimentos BRF SA, y unos 3.100 son venezolanos. Cooperativa Central Aurora Alimentos, una cooperativa de productores que es el tercer mayor procesador de carne de Brasil, dice que aproximadamente el 20% de su fuerza laboral de 42.000 personas son inmigrantes, principalmente haitianos y venezolanos.

“Operamos en regiones que tienen una gran demanda de mano de obra, en regiones que están cerca del pleno empleo o en pleno empleo”, dijo Alessandro Bonorino, un vicepresidente de BRF SA, el mayor productor avícola de Brasil, que tiene fábricas en el sur y el oriente del país.

Adaptación

Ahora se forma y crece una pequeña comunidad venezolana en Montenegro, la ciudad de 68.000 habitantes en las verdes colinas del estado de Rio Grande do Sul.

Allí, la demanda de ayuda para mantener en operación las fábricas y las granjas es particularmente aguda. Como en otras partes del sur de Brasil, la tasa de desempleo del estado —del 5,3%— está muy por debajo del nivel nacional actual del 7,8%. Las autoridades de Montenegro dicen que la población venezolana se ha triplicado con creces a más de 400 personas desde que 120 llegaron a trabajar para JBS en 2021.

Paulo Almeida, oficial de medios de vida e inclusión económica de ACNUR en Brasil, dice que la interiorización tiene como objetivo trasladar a los participantes a áreas del país con más oportunidades económicas. A su vez, las reubicaciones “incitan” a otros en Roraima a seguir sus pasos a medida que más empleos quedan disponibles o miembros familiares se reúnen.

“Es un proceso que en realidad está vinculado a un mayor dinamismo económico y a las necesidades de los mercados laborales locales”, afirmó.

Para muchos venezolanos, esta no es la primera vez que se desarraigan después de encontrarse con una dura recepción y oportunidades informales en otros lugares de América Latina. Mientras tanto, cada vez más migrantes se dirigen a EE.UU. a medida que Venezuela continúa deteriorándose, particularmente tras aproximadamente una década de una espiral económica que culminó con las sanciones que EE.UU. le impuso al país en 2019.

La cuñada de Briceño, por ejemplo, llegará próximamente. Su hermano Dixon, de 51 años, acaba de llegar tras un viaje haciendo autostop desde Lima, Perú, a donde había emigrado en 2017. Briceño los recomendó a ambos a JBS.

Para Briceño, haberse ido a Brasil fue un respiro frente a la caída en picada económica que azota a su país natal. Después de vivir primero en un hotel proporcionado por la empresa, ahora alquila una pequeña casa que amobló para su esposa e hijo.

“Esto era imposible en Venezuela”, dijo, al abrir la alacena llena de frijoles secos y productos de limpieza.

Aun así, los recién llegados usualmente adoptan profesiones muy diferentes a las que tenían en su país.

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Elis Martínez, de 33 años, del estado costero de Falcón, Venezuela, nunca había oído hablar de Montenegro antes de postularse para JBS. Consiguió un trabajo inspeccionando gallinas para sacar a su familia de un refugio en Boa Vista.

“Yo era ingeniero químico en Venezuela y todavía lo soy”, dijo Martínez. “Pero cuando llegas a otro país tienes que aprender a hacer lo que sea”.

La barrera del idioma no ha sido tan difícil de superar, en parte por las similitudes entre el español y el portugués. Algunas empresas, como BRF, ofrecen clases de portugués a sus empleados.

Algunos empleados venezolanos han avanzado en JBS. Anteriormente este año, Martínez fue ascendido del piso de la fábrica a realizar el mantenimiento de sus sistemas de enfriamiento. A otros les ha costado adaptarse.

Sin embargo, todos coincidieron en que estaban mucho mejor en Brasil que en Venezuela, destacando la comodidad de un sueldo fijo y la tranquilidad de la ciudad. En Montenegro, las gallinas corren libremente por las calles laterales y se escucha la risa de los niños mientras regresan solos a casa desde la escuela.

Por supuesto, por cada venezolano que pasa por el programa de interiorización de Brasil, hay tres que no. Muchos aceptan trabajos mal remunerados o irregulares, o mendigan en las calles de la capital, Brasilia. Algunos se han refugiado en asentamientos ilegales en ciudades caras como São Paulo.

Después de tres meses de trabajo en la planta de Montenegro, Rodríguez, el exmecánico, dice que —en ocasiones— él y su hermano han considerado emigrar a EE.UU. Sus manos le duelen por el empaquetado de pollos y aún no ha podido comprar una cama nueva con su salario. Por ahora, sin embargo, planea aguantar.

“Es la primera vez”, dijo. “Yo venía a estudiar y lo voy a hacer. Quién sabe lo qué pueda pasar después”.

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