La batalla frente al cambio climático obtiene el apoyo gubernamental en prácticamente todo el planeta. Se han fijado metas más ambiciosas para reducir las emisiones de carbono y se multiplican las medidas encaminadas a hacer frente a este reto. No obstante, un índice de los avances realizados revela que estos esfuerzos todavía no son suficientes. En el 2022, las subvenciones mundiales a los combustibles fósiles registraron una nueva cifra histórica: US$7 billones, alrededor de un 7% de la producción interna bruta global.
Esta sorprendente cifra procede de una valoración recién revisada por el FMI, basada en información detallada y pormenorizada de ciento setenta países. Con acierto, usa una definición amplia de subvención, en la que combinan las ayudas explícitas (gastos que compensan los costes a la producción) y las implícitas (infravaloración de los daños medioambientales y de los ingresos fiscales no percibidos).
Las subvenciones explícitas se han más que doblado desde la anterior valoración para el año 2020, hasta superar US$1billón, en parte debido a los intentos de mitigar el impacto del alza de los precios de la energía tras el ataque ruso a Ucrania. Las subvenciones implícitas, aproximadamente el 80% de la cifra total, también se han incrementado y, al contrario que las explícitas, se prevé que sigan incrementándose, tanto en dólares como en porcentaje de la producción mundial, para finales de la presente década.
La diferencia entre los precios efectivos y los precios reales es particularmente notable cuando se trata del carbón, que es al mismo tiempo un poderoso factor del cambio climático mundial y, en numerosos países, uno de los principales responsables de la contaminación de la atmósfera doméstica. De acuerdo con un cálculo fidedigno, la contaminación del aire exterior ocasionó 4,5 millones de muertes de forma prematura durante 2019. Para el Fondo Monetario Internacional, el 80% del carbón utilizado en el planeta se venderá a menos de la mitad de su coste real en 2022.
Insistir en que los ciudadanos paguen el precio íntegro del combustible no sólo reduciría el consumo y las emisiones. También alinearía ese propósito con una mayor eficiencia económica. En primer lugar, dejaría claro que algunos combustibles fósiles son peores que otros, diferencias que pueden y deben tener un precio acorde. También proporcionaría una base transparente para una cooperación internacional más eficaz. Dado que tanto la contaminación atmosférica como el cambio climático entran en los cálculos, los precios eficientes de los combustibles fósiles varían de un país a otro en función de las circunstancias locales, pero la diferencia entre los costes reales y los precios reales proporciona un criterio coherente. Por último, la reducción de las subvenciones aumenta los ingresos, lo que permite aumentar el gasto en objetivos que merecen la pena, reducir el endeudamiento público y/o recortar otros impuestos.
Sin duda, los gobiernos culparán a la política por la disfunción actual: encarecer los combustibles fósiles es impopular. Esta excusa no es convincente, ya que los subsidios existentes podrían tener un uso mejor y más popular. Aun así, si la política es realmente el obstáculo, el aumento de los precios de los combustibles fósiles desde 2020 ofrece una oportunidad. En lugar de dejar que los precios bajen a su debido tiempo hasta llegar a la norma anterior a Ucrania, los gobiernos podrían retirar o compensar sus subsidios existentes al mismo tiempo, reduciendo la brecha con los costos reales sin forzar el aumento de los precios.
La nueva evaluación muestra que los números involucrados no son errores de redondeo. Son enormes y tremendamente contraproducentes. Trabajar para reducir y luego eliminar los subsidios a los combustibles fósiles debería ser una prioridad primordial para los gobiernos de todo el mundo.
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