Bloomberg — Una de las grandes frustraciones a la hora de escribir sobre el cambio climático es que resulta extremadamente complicado hacer que las personas reflexionen sobre el tema, a no ser que se encuentren, por ejemplo, asfixiándose de forma inesperada por el humo de un incendio forestal a centenares de kilómetros del fuego más próximo o intentando escapar de un sótano inundado tras una tormenta fortuita que se convierte en épica.
El sentimiento de no conseguir transmitir a tus colegas de fogones que todos estamos hirviendo vivos se ha visto acentuado esta semana por un nuevo sondeo que revela que los jóvenes, que se supone que son la esperanza del futuro de la humanidad, están más preocupados por la inflación de lo que lo están por el cambio climático. Y todo esto en un año que probablemente será el más caliente en la historia de la humanidad, azotado por inundaciones, sequías, olas de calor e incendios devastadores.
Por una parte, esto hace pensar que “Casandra del clima” constituye una pésima elección de carrera. Por otra parte, es totalmente lógico. Aunque no recuerdo muy bien mi juventud, hay una sensación que permanece: un incesante terror financiero. Y la juventud de ahora está mucho peor que yo. En los últimos decenios, los gastos de la universidad, la salud y el alojamiento son cada vez mayores, junto a los precios de la comida y otros productos desde que se produjo la pandemia del virus Covid-19. Cuesta enfocarse en el futuro climático cuando el estómago gruñe y no se tiene la certeza de poder pagar el alquiler.
No obstante, la realidad demuestra que el cambio climático y la inflación están relacionados de forma creciente e inseparable. En un planeta demasiado caluroso, las sequías, las inundaciones, las olas de calor y las tormentas devastadoras son cada vez más habituales y de mayor intensidad. Las precipitaciones varían y proliferan las enfermedades. A su vez, todo esto trastorna la industria agrícola, la construcción, el transporte marítimo, la manufactura y otros sectores. Los desastres naturales y la elevación del nivel del mar provocarán que algunas zonas del país sean habitables únicamente para los más adinerados, con lo que las viviendas a precios asequibles se volverán todavía más precarias. La pesadilla inflacionaria de la pandemia sobre la cadena de suministro no es más que un adelanto de lo que nos aguarda.
Una sola ola de calor impulsó los precios de los alimentos europeos en un 0,67% en 2022, según un estudio reciente del Banco Central Europeo y el Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático. El calentamiento futuro podría aumentar la inflación mundial de los alimentos entre un 0,9% y un 3,3% anual para 2035, sugirió el estudio, dependiendo en parte de qué tan caliente dejemos que se caliente el planeta para entonces. La inflación total podría ser entre un 0,3% y un 1,2% más alta al año (la inflación de los alimentos suele ser más volátil que la inflación “general”; de ahí las mayores oscilaciones potenciales).
La producción mundial de maíz podría caer un 6% para finales de siglo incluso bajo los pronósticos de emisiones de carbono más optimistas, según un estudio de 2021 de la NASA y una serie de otros investigadores. Y la mayor parte de ese efecto se produciría antes de 2040. Para entonces, todos los condados de Iowa experimentarán al menos un aumento del 45% en el número de días bajo temperaturas que matarán el maíz, según un estudio del Fondo de Defensa Ambiental.
Sólo este verano en Estados Unidos, todos, desde los ganaderos de Nebraska hasta los recolectores de algas marinas de Long Island, sufrieron menores rendimientos a medida que la tierra y el mar ardían bajo temperaturas récord. Un estudio publicado en junio en la revista Nature advirtió que los productores de trigo en Estados Unidos y China no están preparados para lo mucho más destructivas que serán las futuras olas de calor.
Mientras tanto, las tormentas, la escasez de agua y los cortes de energía afectarán la fabricación. El calor amenazará la salud de los trabajadores agrícolas, de la construcción y otros trabajadores al aire libre y provocará demandas de salarios más altos y mejores condiciones. La disminución de los ríos ralentizará el transporte de contenedores. Millones de hogares estadounidenses corren el riesgo de sufrir inundaciones catastróficas y sus propietarios ni siquiera lo saben. Todo esto significa dolores de cabeza en materia de oferta y precios más altos.
La tecnología puede ayudarnos a adaptarnos a un futuro más cálido, al menos en cierta medida. Los agricultores pueden utilizar la tierra y el agua de manera más eficiente y cultivar variedades de cultivos resistentes al calor. Las empresas pueden proteger su infraestructura de la intemperie y diversificar sus cadenas de suministro. Pero todo eso resultará costoso, al menos en el corto plazo, y añadirá aún más presión inflacionaria. Las naciones en desarrollo tendrán dificultades para mantenerse al día sin la (costosa) asistencia del mundo desarrollado.
Por supuesto, defenderse de lo peor del cambio climático y de la inflación y los trastornos que trae consigo tampoco será barato. Limitar el calentamiento global a 1,5°C por encima de los promedios preindustriales podría costar casi US$200 billones en inversiones verdes para 2050, estimó Bloomberg NEF. Eso también suena bastante inflacionario. Pero mientras tanto generará crecimiento económico, estimulará nuevas tecnologías e industrias y evitará cantidades aún mayores de muerte, destrucción y (para algunos de nosotros, lo peor de todo) inflación.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
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