Opinión - Bloomberg

Las redes sociales son solo uno de los hábitos dañinos para los adolescentes

Foto: Getty Images
Por Lisa Jarvis
30 de septiembre, 2023 | 09:56 PM
Tiempo de lectura: 4 minutos

Bloomberg Opinión — La primavera pasada, mi hijo preadolescente pedía más independencia, empezando por que le dejase volver solo del colegio. El trayecto de más de un kilómetro implica cruzar algunas calles muy transitadas. Yo dudaba; no tiene teléfono, así que no tenía forma de ponerse en contacto conmigo si algo iba mal. Pero practicamos un par de veces (yo la seguía a una manzana de distancia) para asegurarnos de que conocía bien la ruta y hablamos de lo que haría en distintas situaciones.

Luego le permitimos hacer algo que algunos padres de nuestra era hiperconectada considerarían una auténtica salvajada: vagar libremente.

Las probabilidades de que le ocurra algo son mínimas, pero aún así tardé unos días en deshacerme de mi ansiedad. Me recordé a mí misma que para fomentar su independencia es necesaria la confianza mutua, y que eso implica aceptar ciertos riesgos.

Y no dar a los niños suficiente independencia también conlleva riesgos. Este es un tema recurrente en Growing Up in Public: Coming of Age in a Digital World (Creciendo en público y en un mundo digital), un nuevo libro de Devorah Heitner. Rastrear constantemente a nuestros hijos tiene sus desventajas, ya sea utilizando Find My Phone para vigilar su ubicación o siguiendo su rendimiento en la escuela a través de aplicaciones como ClassDojo o PowerSchool. Incluso vigilar los mensajes de texto de los adolescentes y sus cuentas en las redes sociales, como sugieren a menudo los expertos en crianza, puede ser contraproducente.

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“La cultura de la vigilancia está moldeando el sentido de la identidad y la independencia de nuestros hijos, y afectando a nuestra salud mental, a la conectividad de nuestra familia y a nuestra capacidad de autodefinirnos en la edad adulta”, escribe Heitner. “Este impacto empieza ya en la guardería”. Esto enseña a nuestros hijos que es normal estar constantemente vigilados, argumenta. Vivir en este panóptico digital puede aumentar su ansiedad.

Y aunque cueste admitirlo, la vigilancia de los padres no siempre mantiene a salvo a los niños. La supervisión constante sólo nos da la ilusión de control, pero no evita las decisiones cuestionables ni las malas notas. Lo que hace falta es, como dice Heitner, pasar de la “supervisión” a la “tutoría” para que los adolescentes aprendan a tomar sus propias decisiones. Uno de los retos de la paternidad es caminar por esa línea.

La perspectiva de Heitner añade dimensión a la conversación sobre la actual crisis de salud mental de los adolescentes. Cada vez que he escrito sobre el alarmante deterioro de la salud mental de los preadolescentes y adolescentes, inevitablemente recibo una avalancha de correos electrónicos que me dicen que el origen del problema está claro: es todo ese TikTok y los mensajes de texto. La solución, por tanto, es sencilla: Los padres solo tienen que estar más pendientes de lo que ocurre en la vida digital de sus hijos adolescentes: menos redes sociales, más límites, más supervisión.

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Pero ese instinto de mantener a salvo a los niños mediante una supervisión constante puede no ser siempre el correcto. A veces, incluso podría ser más perjudicial que beneficioso.

Que quede claro: soy partidaria de dejar de usar los teléfonos y las redes sociales el mayor tiempo posible y de obligar a las empresas de redes sociales a que sus productos sean más seguros para los usuarios más jóvenes. Los niños no deberían tener rienda suelta a TikTok y Snapchat, ni los padres deberían desconocer la vida interior de sus preadolescentes y adolescentes. Sin duda, las redes sociales influyen en el deterioro del estado emocional de los niños.

Pero quizá también lo hagan nuestros intentos bienintencionados de protegerlos. “Cuando decimos que vigilamos a nuestros hijos porque ‘toman malas decisiones’, les estamos robando la oportunidad de desarrollar el buen juicio y los límites, y de pensar por sí mismos”, escribe Heitner.

Cuando los niños se inician en las redes sociales, tiene sentido proporcionarles estructura, normas y cierta supervisión, y Heitner y otros tienen consejos sobre cómo hacerlo. Pero lo ideal es que, con el tiempo, ganen independencia a través de la confianza mutua.

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En el proceso, sin duda experimentarán situaciones sociales incómodas e incluso cometerán errores. Pero eso también forma parte del crecimiento. Como explica la psicóloga clínica Lisa Damour en su reciente libro The Emotional Lives of Teenagers: Raising Connected, Capable, and Compassionate Adolescents (La vida emocional de los adolescentes: cómo criar adolescentes conectados, capaces y compasivos), es normal que haya dificultades, y aprender a superarlas es fundamental para que los niños tengan éxito más adelante.

Como escribe Damour: “La salud mental no consiste en sentirse bien. La angustia viene con ser humano, y ciertamente viene con un adolescente lidiando con los desafíos y decepciones que son parte del crecimiento.” Los padres, con buena intención, sucumben con demasiada frecuencia al impulso de prevenir o solucionar un problema en lugar de ayudar a los hijos a aprender a gestionar sus propias emociones de forma saludable.

Dar espacio a los niños a menudo desafía nuestros instintos parentales, sobre todo nuestra sensación de que más información sobre la vida interior de nuestros hijos siempre es mejor. Pero a medida que crecen, vigilarlos constantemente tampoco es la solución.

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Mi hija ha vuelto andando del colegio docenas de veces. Este otoño, me ha pedido ir aún más lejos... y se ha comprado su primer Apple Watch, para poder enviarnos mensajes de texto si lo necesita. Aunque confío en ella, la necesidad de comprobarlo constantemente es fuerte. Pero también lo es mi esperanza de que desaparezca.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg lp y sus propietarios.