Bloomberg Opinión — Hace tres décadas, los agricultores mexicanos podían vender su maíz a unos US$415 la tonelada, en promedio, en dólares de hoy. Eso no les daba mucho sustento. Aproximadamente cuatro de cada diez trabajadores agrícolas en ese momento ganaban menos del salario mínimo, equivalente a US$1,40 la hora en dólares de 2023. Los productores de maíz —poco menos de un tercio del total— estaban casi al final de ese grupo.
Luego vino el TLCAN. Durante los siguientes 15 años, los aranceles mexicanos sobre el maíz importado desde Estados Unidos se redujeron a cero. El Gobierno retiró los apoyos a los precios, y el valor mayorista del maíz cayó más de la mitad durante la década posterior, en términos reales. ¿Y qué hicieron los agricultores? Como agentes racionales en una economía de mercado, muchos se cambiaron a cultivos más prometedores: el cannabis y el opio.
“El abandono histórico a los agricultores más pobres llevó a muchos a plantar cultivos de drogas”, dijo Omar García Ponce, científico político de George Washington University. Esperamos que el Partido Republicano llegue a comprender lo estúpido que es proponer que la mejor manera de interrumpir el flagelo de la droga es bombardearlos.
Una investigación de García Ponce con los economistas Oeindrila Dube, de la Universidad de Chicago, y Kevin Thom, de la Universidad de Wisconsin Milwaukee, concluyó que una caída de 59% en el precio mayorista del maíz entre 1990 y 2005 redujo los ingresos de los hogares rurales en los principales municipios productores de maíz en un 19%.
No existen datos directos sobre la producción ilegal de drogas. Pero, según los autores, la caída de los precios del maíz provocó un aumento de 8% en la erradicación de la marihuana y un alza de 5% en la erradicación de la amapola del opio en las principales zonas productoras de maíz, junto con un incremento de 16,4% en las incautaciones de marihuana cruda y un crecimiento de 80% en la presencia de carteles del narcotráfico.
Hay una sensación de nostalgia en estos eventos, que recuerdan los viejos tiempos cuando las drogas ilegales no mataban en el primer intento. Sin embargo, esta larga cadena de circunstancias pone de relieve la variedad y complejidad de las fuerzas que dan forma a la economía de los narcóticos hasta el día de hoy, cuando las preferencias de los estadounidenses se han trasladado a la metanfetamina y el fentanilo.
El impacto del TLCAN en el maíz mexicano no es el único estimulante del surgimiento de México como potencia exportadora de drogas. El llamado “shock de China” que impactó a los trabajadores manufactureros de EE.UU. durante el último cuarto de siglo también sacó a los fabricantes mexicanos del mercado estadounidense, lo que alentó a los trabajadores mexicanos a involucrarse en ocupaciones alternativas, a veces ilícitas.
Los economistas Melissa Dell, Benjamin Feigenberg y Kensuke Teshima concluyeron que los municipios mexicanos cuyos trabajadores estuvieron expuestos a una creciente competencia de productos chinos en el mercado estadounidense entre 2007 y 2010 experimentaron un importante aumento en la tasa de homicidios relacionados con las drogas, especialmente si en el área había presencia de un gran cartel de drogas. Los municipios con carteles también experimentaron una significativa alza en las incautaciones de cocaína.
“Planteamos la hipótesis de que, cuando los cambios en las condiciones del mercado laboral local hacen que sea más lucrativo transportar drogas a través de un lugar al reducir el costo de oportunidad del empleo criminal, las organizaciones narcotraficantes luchan por hacerse con el control”, escribieron.
El ecosistema de narcóticos ilícitos en Norteamérica ha llegado a otro punto de inflexión. Hoy en día se parece muy poco a la era de “Narcos México”. El comercio ilegal de marihuana ya no es un tema tras la legalización del cannabis en gran parte de EE.UU.
De 2009 a 2020, las incautaciones de marihuana en la frontera cayeron de casi 1.500 toneladas métricas a alrededor de 230 toneladas. Entre 2015 y 2020, el precio mayorista de la marihuana mexicana en EE.UU. se redujo de cerca de US$10.000 a alrededor de US$2.000 el kilo. En 2020, la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) informó que “la marihuana mexicana ha sido reemplazada en gran medida por marihuana de producción nacional”.
Los observadores informan que un gran número de agricultores en México se han alejado de este cultivo. Algunos están probando oportunidades en los emergentes mercados legales para productos de cannabis en México. Otros están abandonando la agricultura por completo y mudándose a las ciudades. Pero la mayoría parece estar probando suerte con otros cultivos comerciales, como tomates y chiles.
Mientras tanto, las organizaciones de narcotráfico han ido abandonando la marihuana para dedicarse a drogas sintéticas más lucrativas y perjudiciales como la metanfetamina y el fentanilo. Si bien el crecimiento del fentanilo —ingerido en muchas formas, a menudo mezclado de manera oculta con otras drogas— es difícil de estimar, la corporación RAND calculó que los estadounidenses gastaron alrededor de US$27.000 millones en metanfetamina en 2016, frente a los US$15.000 millones de cinco años antes.
No está claro adónde conducirá esto. Pero el cambio hacia las drogas sintéticas está repercutiendo al sur de la frontera. El creciente uso de metanfetamina en EE.UU. podría afectar la demanda de cocaína, de la que a menudo es un sustituto. La mejor estimación de RAND sugiere que los estadounidenses gastaron sólo US$24.000 millones en cocaína en 2016, frente a los US$29.000 millones de 2011 y los US$58.000 millones de 2006.
Los cambios en el consumo y las políticas estadounidenses están reorganizando toda la cadena de suministro de narcóticos. Por ejemplo, la economista mexicana Fernanda Sobrino concluyó que la reformulación de OxyContin en 2010, que hizo más difícil triturar y disolver las pastillas para liberar el agente activo oxicodona, alentó a los consumidores en EE.UU. a migrar a la heroína, el sustituto ilegal. Los precios de la heroína en EE.UU. aumentaron y, por supuesto, la producción de heroína en México también se incrementó.
El porcentaje de heroína de origen mexicano incautada por la DEA se elevó de menos de 5% en 2003 a alrededor de 90% en 2015. Y, por supuesto, la violencia se disparó en los municipios mexicanos aptos para cultivar amapola del opio a medida que los carteles ingresaron para aprovechar la oportunidad de mercado.
Ahora, la fuerza de la demanda de los consumidores empuja en la dirección opuesta. La adopción del fentanilo por parte de los estadounidenses ha afectado la demanda de heroína mexicana. Un estudio estimó que muchos agricultores del estado mexicano de Guerrero abandonaron el cultivo de amapola del opio y dejaron las zonas rurales, después de que el precio del opio crudo cayera a entre US$315 y US$415 por kilo, frente a los más de US$1.000 de 2017.
Algunos de estos cambios ofrecen luces de esperanza. La violencia ya parece estar disminuyendo en el estado de Sinaloa, un foco del narcotráfico donde los traficantes de drogas peleaban por el control de las plantaciones de cannabis y amapola. También se han reducido los abusos contra los derechos humanos cometidos por las fuerzas de seguridad mexicanas involucradas en la erradicación de la marihuana.
“Solíamos vivir con miedo al Ejército. Sus campañas de erradicación eran brutales y atacaban a cualquiera que estuviera cerca de plantaciones de marihuana o amapola”, recordó un agricultor que habló con InSight Crime para un informe sobre el declive de la industria ilegal de la marihuana en México. “Hoy, nuestra relación con ellos ha mejorado considerablemente”.
A medida que los traficantes abandonan el opio y la marihuana para especializarse en drogas sintéticas como el fentanilo, su relación simbiótica con las comunidades de agricultores en las zonas rurales de México podría debilitarse, lo que abriría oportunidades para desalojarlos.
La deflación de algunos mercados de drogas podría hacer que sea más fácil ofrecer alternativas económicas a los agricultores y a hombres poco calificados que dominan los rangos inferiores de los carteles, ya sea en forma de subsidios para cultivos alternativos, programas de empleo urbano o nuevas posibilidades legales como, por ejemplo, cultivar opio para la industria farmacéutica.
Quién sabe la efectividad que podrían tener estos esfuerzos, especialmente ahora que los carteles de la droga se expanden hacia otros negocios, como el tráfico de personas y cultivos legales como los aguacates. García Ponce señala que este tipo de intervenciones debe realizarse cuando la industria de las drogas apenas está comenzando. “Una vez que las organizaciones criminales se establecen, es imposible sacarlas”, afirmó.
Lo que la evolución de la economía de los narcóticos deja en claro es que enviar un dron con un misil al otro lado de la frontera para acabar con los malos no altera la dinámica económica que ha estado impulsando el tráfico de drogas durante medio siglo.
Vale la pena recordar que las primeras batallas de la guerra contra las drogas fueron por la marihuana, comenzando con la orden del presidente Richard Nixon de cerrar la frontera con México para reducir el flujo de marihuana en 1969. Eso tampoco funcionó. Es curioso cómo se repite la historia.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg lp y sus propietarios.
(Corrige filiación de Omar García Ponce en tercer párrafo.)