Opinión - Bloomberg

Aumenta nostalgia por dictaduras en Latinoamérica

Ciudad de México, la segunda ciudad más grande de América Latina. Fotógrafo: Cesar Rodriguez/Bloomberg
Por Eduardo Porter
29 de agosto, 2023 | 06:20 PM
Tiempo de lectura: 6 minutos

Bloomberg Opinión — Dentro de dos semanas, Chile conmemorará el 50 aniversario de uno de los momentos más oscuros del tortuoso capítulo de la Guerra Fría en América Latina: el golpe de Estado del general Augusto Pinochet del 11 de septiembre de 1973, que derrocó al presidente Salvador Allende y aplastó la democracia chilena.

El golpe de Estado respaldado por Estados Unidos es un episodio clave en una historia sangrienta marcada por tomas de poder por parte de militares desde Argentina y Brasil hasta El Salvador y Guatemala; de hombres que imponen su voluntad a punta de pistola, que “desaparecen” a sus oponentes y que van dejando huella de su paso en cada fosa común que cavan en la tierra.

Sólo podemos esperar que esta era haya quedado atrás para siempre.

La democracia se ha afianzado en la mayor parte de la región desde que el fin de la Guerra Fría frenó el interés de Washington por derrocar Gobiernos de izquierda. Un plebiscito realizado en 1988 puso fin al sangriento Gobierno de Pinochet y dio paso a una democracia multipartidista que llevó a Chile a convertirse en la economía con mejor desempeño de América Latina y a ocupar el puesto más alto de la región en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.

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Y, sin embargo, a pesar de las cicatrices dejadas por las Juntas de Gobierno y los dictadores, los ciudadanos de Latinoamérica de alguna manera se sienten tentados por la perspectiva de un Gobierno autoritario.

Según la última encuesta de Latinobarómetro, un conjunto de sondeos realizados cara a cara a unas 20.000 personas en toda América Latina entre febrero y abril, la democracia está perdiendo adeptos en prácticamente todas partes.

Solo el 48% de los encuestados estuvo de acuerdo en que la democracia es preferible a cualquier otra forma de Gobierno. Esto es 15 puntos porcentuales menos que en 2010. Es el porcentaje más bajo desde que comenzó la encuesta en 1995.

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Por el contrario, el 54% de los encuestados dijo que no le importaría que un Gobierno no democrático llegue al poder si pudiera resolver los problemas de la nación, 10 puntos porcentuales más que hace 20 años.

La disminución del apoyo a la democracia ha sido abrupta en algunos países. Sólo el 35% de los mexicanos cree que la democracia es la mejor forma de Gobierno, frente al 43% de hace apenas tres años. A alrededor del 70% de los hondureños y al 63% de los salvadoreños no les importaría tener un Gobierno no democrático si es que puede arreglar las cosas.

La popularidad de la democracia se mantiene comparativamente bien en Chile. Aun así, ha caído a sólo el 58%. Y sólo el 28% de los chilenos dice estar satisfecho con cómo funciona la democracia en su país, la mitad que en 2010.

Según otra encuesta, realizada entre mayo y julio por el Centro de Estudios Públicos de Chile, dos tercios de los chilenos están de acuerdo con la afirmación de que “en vez de tanta preocupación por los derechos de las personas, lo que este país necesita es un Gobierno firme”. Esa proporción es más del doble que la que respaldaba dicha afirmación en 2019.

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Los problemas de la democracia no son exclusivos de América Latina. V-Dem Institute informó que el año pasado 5.700 millones de personas vivieron bajo Gobiernos autocráticos. Esto representa el 72% de la población mundial, frente al 46% diez años antes. “Los avances en los niveles globales de democracia logrados durante los últimos 35 años han sido anulados”, señaló.

El autoritarismo también ha avanzado a pasos agigantados en EE.UU. Según una encuesta publicada el mes pasado por NORC y Associated Press, el 49% de los estadounidenses dice que la democracia no está funcionando. Aun así, la insatisfacción en América Latina parece más extrema: el 69% de los encuestados en el estudio de Latinobarómetro también dijo que la democracia no está funcionando para ellos.

¿Qué está sucediendo? La inseguridad, ya sea real o una percepción de que la violencia está saliéndose de control, seguramente juega un papel importante.

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Miremos el ejemplo de El Salvador, donde las tácticas draconianas del presidente Nayib Bukele contra las bandas criminales gozan de tal popularidad que el presidente ha decidido desafiar la Constitución y presentarse a la reelección.

Cuatro de cada cinco salvadoreños dicen que su país está progresando, por lejos, el porcentaje más alto en América Latina. Sólo el 28% piensa que la sociedad salvadoreña necesita un cambio profundo o radical, el porcentaje más bajo de la región. Nueve de cada diez aprueban la gestión del Gobierno. Y el 64% afirma estar satisfecho con la democracia, el porcentaje más alto desde que comenzó la encuesta en 1995.

Gran parte de esto se deriva de un solo hecho: tres cuartas partes de los salvadoreños creen que están seguros y protegidos de la delincuencia. De hecho, la tasa de homicidios en El Salvador disminuyó a menos de 8 por 100.000 habitantes el año pasado, frente a más de 52 por 100.000 en 2018, cuando solo el 11% de los salvadoreños estaban satisfechos con el funcionamiento de la democracia.

Chile ofrece un contraste revelador. Sigue siendo uno de los países más seguros de América Latina, con una tasa de homicidios de sólo 5 por 100.000. Aun así, sólo el 17% de los chilenos se siente a salvo de la delincuencia. No es casualidad que el 69% de ellos crea que su país necesita cambios profundos y sólo una cuarta parte crea que está logrando avances. Apenas el 40% apoya a su Gobierno, según la encuesta del Latinobarómetro.

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Sin embargo, la creciente preocupación por la seguridad pública no puede explicar completamente la creciente desilusión de los votantes latinoamericanos, que han expulsado del poder a los partidos que lideraron 18 de las últimas 19 elecciones presidenciales, incluida la del domingo pasado en Guatemala, donde Bernardo Arévalo, del pequeño Movimiento Semilla derrotó a la ex primera dama Sandra Torres, representante de la élite política del país.

La democracia, al parecer, no está dando resultados en más de un sentido. Siete de cada diez encuestados por Latinobarómetro dicen que los Gobiernos de la región están en manos de una pequeña camarilla de élites poderosas que sirven a sus propios intereses. Tres cuartas partes creen que la distribución del ingreso en sus países es injusta y menos de la mitad cree que existe igualdad de oportunidades.

Menos de un tercio cree que ha habido avances en la batalla contra la corrupción. Sólo el 16% confía en los partidos políticos, menos de una cuarta parte confía en el Congreso y sólo el 29% confía en el Poder Judicial. Sólo el 36% de la población de la región manifiesta confianza en su presidente.

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En general, el cuadro esbozado por Latinobarómetro se parece mucho a una imputación. Debido al fantasma del autoritarismo de línea dura del pasado, esto sugiere perspectivas siniestras para el futuro político de las democracias jóvenes de Latinoamérica.

Puede que no presagie un retorno a dictaduras militares. De hecho, el 61% de los encuestados por Latinobarómetro dijo que bajo ninguna circunstancia podría apoyar un Gobierno militar, una proporción que se ha mantenido más o menos estable durante los últimos 20 años.

Pero el autoritarismo puede adoptar una cara diferente, la de un outsider populista que viene a rescatar a la nación. Inevitablemente, se sienten tentados a restringir los derechos civiles y socavar las instituciones democráticas al servicio de su poder.

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La lista se hace larga, desde el expresidente de Brasil Jair Bolsonaro hasta el actual mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador; desde Bukele en El Salvador hasta Javier Milei, el favorito para la presidencia de Argentina, que ha prometido terminar con el status quo político.

La encuesta del Centro de Estudios Públicos de Chile preguntó a los chilenos sobre sus preferencias partidistas y el Partido Republicano, heredero del legado del general Augusto Pinochet, es, de lejos, el más popular.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.