Las ciudades deben prepararse para el calor mortal

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Bloomberg Opinión — El cuerpo humano apenas puede soportar un clima tan caluroso. En Phoenix, donde el asfalto puede alcanzar los 82ºC, los médicos de urgencias están metiendo a las víctimas de golpes de calor en bolsas llenas de hielo. Decenas de miles de personas mueren cada año en todo el mundo a causa del sobrecalentamiento. Las ciudades de todo el mundo deben prepararse para hacer frente al calor extremo como una cuestión de salud pública.

Están confluyendo varios factores que podrían hacer de este año el más caluroso jamás registrado. En primer lugar, se han instalado cúpulas de calor en amplias zonas de Norteamérica, Europa y Asia. Esto ocurre cuando zonas de altas presiones en la atmósfera atrapan aire caliente por debajo, expulsando la humedad (y enfriando las tormentas de lluvia) fuera del sistema. En otros lugares, el calentamiento de los océanos está aumentando la humedad, mientras que el patrón climático recurrente de El Niño está exacerbando los efectos de un planeta que ya se está calentando.

Estas condiciones más calurosas y húmedas pueden tener consecuencias nefastas para la salud. La más grave es el golpe de calor, cuando el cuerpo pierde su capacidad de enfriarse. Suele ser mortal. Otros problemas son el agotamiento por calor y la deshidratación, que pueden aumentar el riesgo de infarto o ictus. El calor extremo también agrava los problemas respiratorios, más aún cuando la calidad del aire es mala por la contaminación o los incendios forestales. Los más vulnerables son los niños, los ancianos y los trabajadores al aire libre.

Los habitantes de las ciudades también corren un riesgo añadido. Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, y casi el 70% lo hará en 2050. Las temperaturas sofocantes han convertido algunas zonas urbanas en “islas de calor”, con densas concentraciones de pavimento, edificios y superficies que retienen el calor y ofrecen escasa cobertura arbórea. Las temperaturas máximas en esas ciudades pueden ser entre 15 y 20 grados más altas que en las zonas circundantes. Esto no sólo crea riesgos para la salud, sino que reduce la productividad laboral, merma el crecimiento económico y pone a prueba las infraestructuras urbanas.

Las autoridades sanitarias y los responsables de formular políticas deben hacer más para adaptarse. La ciudad de Nueva York ha creado centros de refrigeración y un programa para subvencionar el aire acondicionado a las personas vulnerables, como ancianos y residentes con bajos ingresos. Chicago creó un programa “311″ que incluía controles de bienestar para los residentes en situación de riesgo, además de un sistema de notificación de emergencias por SMS y correo electrónico. Las ciudades de todo el mundo deberían crear sistemas similares, incluso en Europa, donde se calcula que el verano pasado murieron 60.000 personas por causas relacionadas con el calor.

A largo plazo, las ciudades deberían invertir en infraestructuras mejor adaptadas al cambio climático, como pasarelas cubiertas, “tejados fríos” con pintura blanca o reflectante y más zonas verdes, que pueden hacer más tolerable el calor urbano. Ciudades ecuatoriales como Singapur han plantado césped sobre las paradas de autobús y en los laterales de los edificios. Medellín (Colombia) ha creado una red de “corredores verdes” a la sombra de miles de árboles recién plantados. Estas medidas no siempre son baratas, pero el costo de la inacción es alto. Según un estudio reciente, entre 1992 y 2013 las olas de calor costaron a la economía mundial más de US$5 billones.

Aunque las ciudades se adapten a un clima más cálido, no deben dormirse en los laureles. Además de adoptar medidas de resiliencia, el mundo aún necesita reducir drásticamente las emisiones, invertir en proyectos de energía limpia, imponer costos más elevados a los gases de efecto invernadero e impulsar la investigación en tecnologías de reducción del carbono. Para millones de personas de todo el mundo, el calor se ha convertido en algo imposible de ignorar. Es hora de que los responsables políticos lleguen a la misma conclusión.

Editores: Rachel Rosenthal, Timothy Lavin.