Elecciones españolas muestran las limitaciones de la extrema derecha europea

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Bloomberg Opinión — Unos resultados electorales ambiguos pueden haber dejado a España ante meses de incertidumbre política. Pero la votación ha enviado un mensaje claro al resto de Europa.

Antes de los comicios del pasado domingo, el partido español Vox -enemigo acérrimo de las energías renovables, los inmigrantes, la igualdad de género y la diversidad sexual- saboreaba su nuevo poder, cerrando carriles de bicicletas y prohibiendo las banderas del Orgullo en los edificios públicos de las ciudades españolas que gobierna junto con el Partido Popular, de centro-derecha.

Además, Vox había recibido el apoyo de sus socios europeos. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban, esperaban que una buena actuación de sus compañeros de viaje en el cuarto país más grande de la Unión Europea les ayudara a dominar el Consejo de la Unión Europea y a imponer las prioridades de los eurófobos y los euroescépticos a la Comisión Europea.

Sin embargo, a pesar de tan destacado respaldo, Vox perdió más de un tercio de los escaños que había obtenido en 2019; ahora parece improbable que ayude al PP a formar gobierno. Eso significa que España no se unirá, al menos hasta sus próximas elecciones, a la alarmantemente larga lista de países europeos dirigidos por gobiernos influidos por partidos de extrema derecha y enemigos de la UE.

Los líderes europeos pueden permitirse un profundo suspiro de alivio. Aunque el prolongado bloqueo de España, actual presidente de turno de la UE, puede afectar al funcionamiento del bloque, al menos los ultraderechistas no podrán obstaculizar los ambiciosos proyectos de la UE en materia de medio ambiente y energía.

Y lo que es más importante, es probable que el estrepitoso fracaso de Vox devuelva algo de sobriedad y decencia a la política europea. Es de esperar que los líderes de centro-derecha sean ahora más cautelosos a la hora de adoptar la retórica y el tono de los conspiranoicos machistas.

Sin duda, el líder de la oposición alemana, Friedrich Merz, debería tomar nota de los tropiezos de Vox. Su partido, la Unión Cristianodemócrata (CDU), ha luchado por capitalizar el descontento de los votantes con el gobierno de coalición del canciller Olaf Scholz. En cambio, el partido neofascista Alternativa para Alemania (AfD) está subiendo en las encuestas.

Un preocupado Merz ha empezado recientemente a adoptar la retórica de AfD, acusando a los refugiados ucranianos de hacer “turismo social” y refiriéndose a los jóvenes alemanes de origen inmigrante como “pequeños pashas”. La semana pasada, escandalizó a su propio partido cuando dijo que estaba abierto a trabajar con la AfD, declaraciones que ahora ha retraido.

El estado de Gran Bretaña bajo un partido conservador radicalizado ya debería haber sido suficiente advertencia para los centro-derechistas de toda Europa. Los tories, una formación política antaño respetable, tomaron prestado generosamente de partidos lunáticos marginales como el Partido por la Independencia del Reino Unido de Nigel Farage con la esperanza de ganarse a sus seguidores. El resultado fue el Brexit, un calamitoso acto de autolesión nacional que no será ni podrá ser redimido en mucho tiempo.

Además, el partido tory acabó haciéndose el harakiri político, purgando a sus líderes más competentes y elevando a altos cargos a aventureros y chapuceros sin escrúpulos como Boris Johnson y Liz Truss. Totalmente agotado intelectual y moralmente, ahora trata de entusiasmar a los votantes intentando enviar solicitantes de asilo a Ruanda y avivando el pánico sobre los transexuales.

Nada de esto funciona. La única pregunta sobre las próximas elecciones en Gran Bretaña es cuán amplia será la mayoría del partido laborista, de centro-izquierda.

Los ciudadanos de toda Europa están comprensiblemente agotados y desmoralizados tras unos años muy duros. Meses de angustia privada e incertidumbre durante la pandemia, seguidos de una recuperación económica desigual, la guerra aparentemente interminable en Ucrania y los fenómenos meteorológicos extremos -estallidos de la crisis climática- han cobrado un alto peaje psicológico y emocional.

Sin duda, los partidos políticos deben reconocer y abordar la frustración y la ira que una prueba como ésta engendra de forma natural. Deben ofrecer visiones de un futuro mejor y encontrar formas de aprovechar el gran talento y la energía creativa, especialmente de los jóvenes, de sus sociedades.

Pero esto requiere un grado de paciencia y sensibilidad. Es más fácil que los centro-derechistas se unan a la extrema derecha para canalizar sentimientos de impotencia y convertirlos en odio hacia los pueblos desfavorecidos.

Deberían tener cuidado. Porque lo que demuestran las elecciones españolas es que muchos votantes no confiarán el futuro de su nación a los extremistas políticos, aunque de vez en cuando les den el gusto en las elecciones locales y en las encuestas de opinión. De hecho, la chusma de derechas podría acabar movilizando en su contra a votantes anteriormente apáticos. Al consentir a los radicales, los líderes de centro-derecha podrían descubrir que han conseguido poco, salvo una rebaja general de las normas civilizadas y su propio envilecimiento.

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