Para su próximo truco, Musk debería sacar a Twitter a la bolsa

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Incluso según los propios métodos contables de Elon Musk, la privatización de Twitter ha sido un desastre. Con un valor que oscila entre la mitad y un tercio de los US$44.000 millones que pagó por ella hace sólo siete meses, la plataforma de redes sociales se ha convertido en un ejemplo de destrucción de valor. Hay una solución fácil: Musk debería sacar Twitter a bolsa ya.

La idea desafía la lógica tradicional, por supuesto. En el mundo ordinario, una razón primordial para sacar una empresa a bolsa es mejorar sus operaciones y rentabilidad antes de devolverla a los accionistas. El mundo de Musk no es ordinario. Ha despedido a más del 80% de la plantilla de Twitter, y se nota. Los anunciantes han huido en masa. Acaba de contratar a un nueva nueva CEO.

Incluso dejando a un lado la quema de varios miles de millones de dólares, el ambiente problemático y una misión que, en el mejor de los casos, podría resumirse como fluida, no constituyen una narrativa convincente para una oferta pública inicial. Tampoco es probable que los posibles inversores se entusiasmen con el singular logro operativo de Twitter: convertirse en un servicio cuyo principal uso es servir de plataforma para las quejas sobre sí mismo. Pero nada de eso importa porque el propio Musk desafía la lógica tradicional y no hay razón para esperar.

¿Qué ve la gente en Musk? ¿Visión, genialidad, fe irreductible en sí mismo? ¿Desprecio superficial? ¿Contradicciones rodantes? ¿Todo lo anterior? No soy ni fan ni fanboy. No tengo un Tesla. Tuiteo poco y no quiero ir a Marte. No sé programar. Sigo sin entender del todo lo del 420. También creo que es la persona viva más influyente.

Una manifestación de ello es su capacidad para centrar la convicción económica en torno a ideas que burlan el análisis de inversión tradicional. Tesla Inc. es un valor atípico en todos los sentidos imaginables. Cotiza a múltiplos inimaginables para otros fabricantes de automóviles y lo hizo durante años antes de ganar dinero. Incluso con sus recientes caídas, tiene una capitalización bursátil 14 veces superior a la de General Motors Co. y 13 veces la de Ford Motor Co. Y tiene creyentes, inversores acérrimos que están convencidos de que Musk, a pesar de tantos errores -y a veces a causa de ellos-, cumplirá.

Tanto si Musk lanza coches eléctricos como si reutiliza cohetes o simplemente empuja criptomonedas al alza, su poder para acumular rápidamente buena voluntad entre las masas no tiene parangón. Entonces, ¿por qué no hacerlo con Twitter, el mismo órgano a través del cual se gestiona gran parte de esa lealtad financiera?

Sin duda, los grandes inversores institucionales y gran parte de los medios financieros cuestionarían la lógica. Pero, ¿y qué? Llevan años haciendo lo mismo con Tesla y mira adónde les ha llevado. De hecho, probablemente ayudaría. Musk dominó hace tiempo el don populista de provocar el escepticismo del “establishment” para impulsar una imagen de victimismo.

No hay nada más establecido que Fidelity, que la semana pasada redujo en dos tercios el valor de su participación en Twitter. Musk podría utilizar al gigante de la inversión en su discurso: “Estos tontos creen que mi Twitter solo vale centavos de dólar. Sólo piensan en el valor como expresión del dinero; vamos a hacer a la humanidad galáctica. Vamos a aplastarlos”.

La salida a bolsa -que el propio Musk barajó como idea tan sólo tres años después de privatizar Twitter- también le daría lo que anhela constantemente: un referéndum sobre su superioridad. Para alguien con un amor propio tan desmedido, debe de ser un fastidio que su proyecto sea devaluado por instituciones tontas y dominantes. Creo que el pueblo le cubriría las espaldas. E incluso si no lo hicieran de inmediato, podría convencer a muchos de ellos. Es bueno en eso. Twitter se convertiría en el meme definitivo, un vehículo de cultura contraria perpetuo. (Como ventaja añadida, a los grandes bancos les encantaría la perspectiva de sacar de sus balances los US$13.000 millones en préstamos que concedieron a Musk).

En cuanto al escrutinio de los accionistas, Musk lo afrontaría de la misma manera que lo ha hecho en Tesla, con una mezcla de fanfarronería, cansancio y total imprevisibilidad.

Podría seguir haciendo las cosas que le gusta hacer con Twitter. Podría seguir ayudando a los políticos a lanzar sus campañas para altos cargos, podría quitar marcas de verificación y prohibir el acceso a periodistas que lo molestan. Podría seguir siendo Musk en todas sus desbordantes personalidades. Ni siquiera tendría que molestarse en presentar planes detallados para restablecer el flujo de caja y ganar dinero. Nadie espera eso de él.

E imagínese la expectación: sería la OPI que acabaría con todas las OPIs.

El Twitter de Musk ha sido un basurero, de la persecución por la compra a la compra arrepentida al dominio caótico. Pero es, por encima de todo, su conflagración, una proyección chamuscada de la marca Musk. Hace unos años, un amigo me envió un vídeo de su Tesla, su silueta apenas reconocible dentro del infierno que manaba de él. Al parecer, era algo que ocurría con bastante frecuencia. Las acciones de la compañía sufrirían, estaba seguro. Se triplicaron. No lo entendí y sigo sin entenderlo. Pero Musk no está ahí para que le entiendan, está ahí para ampliar lo posible. Hacer pública Twitter marcaría esa casilla.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg lp y sus propietarios.