Bloomberg Opinión — Yevgeny Prigozhin no debería haber dicho “abuelo”. Pero se le escapó. Fue el mes pasado, durante uno de sus vulgares y escabrosos desplantes contra los altos mandos rusos. Prigozhin, el líder del Grupo Wagner, una empresa militar privada rusa, posaba vestido de guerrero como un Rambo eslavo, a horcajadas sobre los cadáveres de sus camaradas caídos y escupiendo improperios a la cámara.
Exigía munición al ejército ruso para sus mercenarios del grupo Wagner para poder terminar el sangriento asedio a la ciudad ucraniana de Bakhmut. Arremetió contra la estrategia de guerra general de Rusia. Y luego, aparentemente llevado por la rabia, vertió desprecio sobre un “abuelo feliz” que “se cree bueno”.
Hasta ese momento, su audiencia rusa suponía que Prigozhin, como parte de su numerito megalómano, sólo arremetía contra el ministro de Defensa Sergei Shoigu y los generales de alto rango. Pero el “abuelo” sonaba muy parecido a Vladimir Putin, presidente de Rusia y zar de facto. Desafía o amenaza a Putin y estás acabado.
Y, sin embargo, Prigozhin sigue por aquí. Tras proclamarse vencedor de los escombros de Bakhmut, parece estar reagrupando a sus mercenarios Wagner. Y Putin parece tolerar su existencia. ¿Por qué?
Andrei Soldatov e Irina Borogan, del Center for European Policy Analysis de Washington, DC, creen que Putin quiere mantener a Prigozhin entre bastidores como contrapeso a algo que él, Putin, teme incluso más que a un mercenario altanero: el ejército ruso.
En sus primeros años en el poder, dice el argumento, Putin luchó por afirmar el control sobre los mandos. Y como antiguo hombre del KGB que sólo piensa en amenazas potenciales, ahora le preocupa que, a medida que se prolonga su guerra contra Ucrania, sea más probable un golpe militar. Es bueno, por tanto, tener a Prigozhin cerca para avergonzar al ejército y mantenerlo a raya.
He consultado esta tesis con Andras Racz, académico húngaro del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores en Berlín. Racz lleva mucho tiempo estudiando al Grupo Wagner y a los contratistas militares privados en general (incluida la estadounidense Academi, antes conocida como Blackwater). Su interpretación de la situación es diferente.
En primer lugar, Putin no está tan preocupado por la lealtad de su propio ejército como Soldatov y Borogan dan a entender, piensa Racz. Así que Putin no necesita mantener un contrapeso y, en cualquier caso, no ve a Prigozhin como tal. Putin tampoco teme a Prigozhin, que no cuenta con ningún apoyo en la élite rusa. El presidente, en cambio, aumenta o reduce la estatura del jefe de Wagner según sus necesidades. Y últimamente ha estado recortando. Una forma de hacerlo es con una nueva política de contratación de presos.
A partir del otoño boreal pasado, Prigozhin, que estuvo preso en su juventud, fue a las cárceles y reclutó presos para la primera línea, unos 50.000 en total. Utilizó cínicamente a esos hombres como carne de cañón, en Bakhmut y en otros lugares. Esto fue una gran ayuda para Putin, porque externalizó la muerte. Si tenía que elegir entre sacrificar a reclutas regulares o a prisioneros convertidos en mercenarios, Putin prefería lo segundo.
En febrero, sin embargo, Putin, tratando por todos los medios de evitar otra impopular movilización de masas, prohibió a Prigozhin reclutar más prisioneros. Ahora el ejército ruso los contrata directamente. Así pues, Putin ha estrangulado el suministro de tropas Wagner del mismo modo que puede o no haber retenido munición. Prigozhin sigue dependiendo completamente de Putin, y ambos lo saben.
La otra razón por la que Putin no teme a Prigozhin es la motivación del mercenario. Prigozhin en realidad quiere sacar a sus hombres de Ucrania, lo que representa una pérdida para él. En cambio, los necesita en lugares lucrativos como Oriente Medio y África, donde Wagner pregona sus servicios de violencia a cualquier señor de la guerra que lo solicite. A cambio, Wagner obtiene los derechos de explotación de los recursos locales, como el petróleo en Siria, los diamantes o las tierras raras en África.
A Putin le gustan estas operaciones de Wagner por sus efectos secundarios. Al sembrar el caos y la insoportable miseria humana en regiones como el Sahel, Wagner también provoca migraciones masivas hacia la Unión Europea, que Prigozhin y Putin quieren desestabilizar.
La verdadera cuestión, piensa Racz, no es por tanto si Prigozhin desafiará alguna vez a Putin por el poder -no lo hará- o si Putin está pensando en eliminar a Prigozhin -no lo está-. Se trata de si Wagner, como conjunto, es ahora mercancía dañada y debe ser sustituido por otro grupo.
Una de las razones por las que los países subcontratan parte de la guerra al sector privado es la negación plausible. Los soldados de fortuna cumplen las órdenes del Estado, pero el gobierno puede alegar que no es responsable. Para Wagner, sin embargo, ese barniz de separación del Estado ha desaparecido. Todo el mundo sabe que Wagner es una extensión del régimen de Putin.
La tragedia más grande de estos acontecimientos es el papel cada vez más importante de los mercenarios en la guerra moderna en general.
Durante gran parte de la historia, la guerra mercenaria, que ha sido calificada como la segunda profesión más antigua, fue la norma. Fueron soldados de fortuna los que lucharon por Cartago en la antigüedad y por Florencia durante el Renacimiento, y los que violaron y saquearon en Europa central durante la Guerra de los Treinta Años. Pero luego, con el auge del nacionalismo, los Estados monopolizaron la guerra durante un siglo más o menos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, y especialmente desde la Guerra Fría, esa tendencia se ha invertido de nuevo. Y Rusia no es ni mucho menos la única culpable. Estados Unidos recurrió a contratistas casi con el mismo entusiasmo en Irak y Afganistán, al igual que lo hacen los cárteles de la droga, los señores de la guerra, los extremistas y los insurgentes en otros lugares.
La guerra siempre es un infierno, pero las guerras llevadas a cabo por mercenarios -que los protocolos de la Convención de Ginebra de 1977 intentaron prohibir- suelen serlo aún más. En “El Príncipe”, Maquiavelo describió a los mercenarios como “desunidos, ambiciosos, sin disciplina, infieles; galantes entre amigos, viles entre enemigos; sin temor a Dios, sin fe con los hombres”. Podría haber estado pensando en Prigozhin, o en cualquiera de los malvados que estarían encantados de sustituirle.
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