Bloomberg Opinión — Frenar el cambio climático requiere, entre otras cosas, la adopción generalizada de vehículos eléctricos. Pero gestionar la transición desde los coches a gasolina no será fácil. El gobierno del Presidente Joe Biden ha propuesto nuevas normas para limitar drásticamente las emisiones del tubo de escape con el objetivo de obligar a los fabricantes de automóviles a dedicar al menos dos tercios de las nuevas ventas a vehículos eléctricos en la próxima década. Para que esta política funcione, el Gobierno tendrá que hacer muchas otras cosas bien.
La lógica del plan es sencilla: Para eliminar las emisiones de carbono de aquí a 2050, Estados Unidos tiene que reducir drásticamente la contaminación de coches y camiones. Poner más vehículos eléctricos en la carretera ayudará. Pero sin políticas de apoyo, es poco probable que los VE reduzcan las emisiones de carbono tanto como sus defensores prevén. Los responsables políticos deben al público una contabilidad honesta de costos y beneficios.
En todo el mundo, los vehículos eléctricos representan el 13% de las ventas de coches nuevos, frente al 0,2% de hace una década. Su cuota de mercado en Estados Unidos casi se ha duplicado en el último año, hasta el 5,8%, gracias en parte a los créditos fiscales federales de US$7.500 incluidos en la Ley de Reducción de la Inflación. La nueva normativa de Biden pretende acelerar la transición, reduciendo el límite de emisiones de carbono de los vehículos nuevos en un 56% entre 2026 y 2032. Para que los fabricantes de automóviles cumplan las normas más estrictas, el 67% de sus ventas tendrán que proceder de vehículos eléctricos sin emisiones. La administración prevé que esto reducirá la huella de carbono de EE.UU. en 7.300 millones de toneladas para 2055, el equivalente a eliminar las emisiones relacionadas con el transporte de cuatro años.
Estos objetivos son loables, pero tal como están las cosas es dudoso que Estados Unidos pueda alcanzarlos. Las generosas subvenciones han impulsado la demanda de VE, pero mantenerlos será costoso. El precio medio de un VE nuevo sigue siendo US$12.000 más alto que el de un devorador de gasolina. Los expertos prevén que se alcance la paridad este mismo año, pero incluso entonces es improbable que los estadounidenses abandonen sus coches de gasolina si la infraestructura de recarga de baterías sigue siendo inadecuada. Además, los compradores de VE no suelen dejar de conducir sus otros coches: Los actuales propietarios de VE tienen una media de 2,7 vehículos, frente a los 2,1 de todos los hogares, y dos tercios utilizan sus vehículos de gasolina con más frecuencia.
Otros factores también complicarán la transición. El rápido cambio de la industria automovilística hacia los vehículos eléctricos, a expensas de modelos de gasolina nuevos y más eficientes, puede hacer que algunos consumidores sigan conduciendo vehículos más sucios durante más tiempo. Los vehículos eléctricos también dejan su propia huella de carbono, una vez que se tiene en cuenta la extracción de minerales necesaria para ensamblar sus baterías y la electricidad que necesitan para funcionar. Por no hablar de los problemas de la cadena de suministro: Por el momento, la producción de numerosos componentes vitales está controlada en gran medida por China.
No cabe duda de que hay que fomentar el uso del vehículo eléctrico, pero con medidas que mitiguen estos problemas y eviten consecuencias imprevistas. Los responsables políticos deben acelerar la construcción de estaciones de recarga y promover la extracción nacional de minerales esenciales. No menos importante es permitir que las alternativas más baratas de bajo consumo de combustible y las tecnologías rivales de cero emisiones compitan con los vehículos eléctricos en igualdad de condiciones.
Lo ideal sería incluir un impuesto sobre las emisiones de carbono en toda la economía. Esto elevaría el precio de la gasolina y animaría a los consumidores a comprar coches de energías limpias (independientemente de la tecnología utilizada) y a conducir menos sus modelos más viejos y sucios. Y lo que es más importante, también fomentaría la eficiencia energética en general y aceleraría los esfuerzos para descarbonizar el suministro de electricidad. Es cierto que conseguir apoyo político en Estados Unidos para un impuesto sobre el carbono es difícil. Hasta que eso cambie, el gobierno puede incentivar el transporte bajo en carbono de forma más eficaz, por ejemplo, ampliando los créditos fiscales a los híbridos de gasolina e imponiendo tasas de congestión a los coches altamente contaminantes en las zonas urbanas.
La lucha contra el cambio climático requiere una estrategia global y coherente. Los vehículos eléctricos son parte de la respuesta, pero sólo una parte. Queda mucho trabajo por hacer.
Editores: Romesh Ratnesar, Clive Crook