Opinión - Bloomberg

Sudán necesita más que un alto al fuego

El ejército del país está enfrascado en un conflicto con un grupo paramilitar
Por Bobby Ghosh
19 de abril, 2023 | 09:46 AM
Tiempo de lectura: 4 minutos

Bloomberg — Los acontecimientos avanzan tan deprisa en la guerra dentro del ejército sudanés que incluso los protagonistas parecen confusos. El martes, uno de los bandos afirmó que se había acordado un alto el fuego de 24 horas tras mantener conversaciones con el Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken y otras “naciones amigas”, pero el otro dijo que no había sido consultado.

El miércoles, cualquier pretensión de alto el fuego se había derrumbado. Hasta el momento, hay más de 270 muertos y 2.600 heridos. Los informes de Jartum sugerían que los combates, que comenzaron el 15 de abril, eran cada vez más intensos.

Sin duda la situación se vuelto más temeraria. Blinken dijo que se había disparado contra un convoy diplomático estadounidense. La Unión Europea declaró que su embajador había sido asaltado en su domicilio. Las Naciones Unidas declararon que los edificios ocupados por diplomáticos y el personal de las agencias humanitarias internacionales habían sido atacados. Tres miembros del personal del Programa Mundial de Alimentos de la ONU fueron asesinados el pasado fin de semana en la región occidental de Darfur.

A estas alturas no se sabe qué bando es responsable de más asesinatos o de tener menos respeto por las líneas rojas tradicionales de cualquier conflicto. La única certeza en este enfrentamiento entre el ejército y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido es que ninguna de las partes puede afirmar legítimamente que lucha por una buena causa ni invocar de forma creíble la buena fe.

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Las Fuerzas de Apoyo Rápido están dirigidas por Mohamed Hamdan Dagalo -más conocido como Hemedti-, un antiguo señor de la guerra que se hizo famoso como líder de la tristemente célebre milicia Janjaweed, responsable del genocidio de Darfur hace 20 años. Entonces estaba en el mismo bando que el teniente general Abdel Fattah al-Burhan, comandante regional en Darfur y ahora jefe del ejército.

A los dos hombres se les culpa de la matanza de Jartum del 3 de junio de 2019, cuando el ejército y la RSF dispararon contra manifestantes prodemocráticos desarmados, matando a más de 100 personas. Ambos minaron las esperanzas de la transición de Sudán a la democracia después de que un movimiento de poder popular pusiera fin a la dictadura militar de 30 años de Omar al Bashir a principios de ese año.

Desde que se convirtió en el líder de facto del país, Burhan se ha enemistado con Hemedti por la integración de la RSF, formada en gran parte por veteranos de los Janjaweed, en las fuerzas armadas regulares. Ambos aspiran a ocupar el puesto de Bashir.

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Por lo tanto, no se puede confiar en que ninguno de los dos haga las paces ni en que respeten ninguna tregua mediada por personas ajenas a la zona. Mientras la comunidad internacional se esfuerza por organizar un alto al fuego, debe desconfiar de cualquier propuesta de reparto del poder entre ellos. El objetivo debe ser restaurar un gobierno civil sin ningún papel para el ejército o la milicia.

Para lograrlo, la ONU, la UE y Estados Unidos deben trabajar con las naciones árabes que tienen influencia sobre los bandos enfrentados. Egipto será el actor clave: El régimen del general Abdel-Fattah El-Sisi ha mantenido conexiones tanto con Burhan como con Hemedti, y El Cairo es quien más tiene que ganar con la estabilidad en Jartum. En su lucha por alimentar a su pueblo, lo último que necesita Sisi es una implosión en Sudán que envíe a millones de refugiados a Egipto a través de la frontera. Estados Unidos y sus aliados deberían ejercer la misma combinación de presiones e incentivos que, al parecer, indujeron a Sisi a cambiar de rumbo en la posible venta de cohetes a Rusia y suministrar en su lugar proyectiles de artillería a Ucrania.

Los beneficios potenciales de un resultado positivo son enormes. Considérense los avances logrados por Sudán en su breve periodo bajo un gobierno civil tras la destitución de Bashir. Como primer ministro, Abdalla Hamdok, antiguo economista de la ONU, abolió las leyes contra la apostasía, puso fin a los castigos con latigazos, tipificó como delito la mutilación genital femenina, eliminó las normas que obligaban a las mujeres a obtener un permiso de un familiar varón para viajar con sus hijos y suavizó las prohibiciones sobre la venta y el consumo de alcohol.

Sorprendentemente, Hamdok se comprometió a separar la religión del Estado, poniendo fin a 30 años de gobierno islámico. La última vez que un líder musulmán intentó semejante transformación fue hace 100 años, cuando Kemal Ataturk convirtió Turquía en un Estado laico.

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Hamdok consiguió todo eso a pesar de tener que trabajar con los militares en un gobierno de transición, un engorroso acuerdo que otorgaba a los hombres de uniforme demasiada autoridad. Burhan hizo que lo destituyeran, lo detuvieran y lo restituyeran. Finalmente, Hamdok dimitió frustrado.

Imagínese cuánto más podría lograr Hamdok, o alguien como él, sin interferencias ni intimidaciones. Empobrecido por décadas de desgobierno militar, Sudán necesita que Burhan y Hemedti hagan algo más que deponer las armas. Necesita que desaparezcan.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg lp y sus propietarios.