Las semanas de cuatro días están en boga, pero ¿funcionan?

Existe una campaña a favor de una semana laboral de 32 horas que gana impulso en todo el mundo

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Bloomberg — El mundo empresarial desea desesperadamente una bala de plata que resuelva la crisis existencial en la que está sumido el trabajo de cuello blanco, considerando los decrecientes niveles de productividad.

Una hipótesis es que podría ser la semana de cuatro días. Tras mucho alarde sobre el éxito de los ensayos realizados en todo el mundo, ahora el congresista demócrata de EE.UU., Mark Takano, ha relanzado un proyecto de ley que modificaría la definición de la semana laboral en la legislación federal.

“Los trabajadores de todo el país están reimaginando colectivamente su relación con el trabajo”, declaró Takano en un comunicado.

¿Suena bien, no? Ciertamente, existe un problema sistémico con el trabajo, que yo y muchos otros debatimos y denunciamos.

Cuando se presentó por primera vez el proyecto de ley de Takano hace un año, establecí comparaciones con la semana de cinco días de Henry Ford, y me remonté a los primeros movimientos sindicales, incluido el pionero socialista galés Robert Owen y su eslogan de 1817, un siglo antes: “Ocho horas de trabajo, Ocho horas de recreo, Ocho horas de descanso”. Las ideas en torno a menos trabajo y más ocio volvieron a cobrar fuerza hace una década con un influyente libro, Utopía para realistas, del pensador social holandés Rutger Bregman. Dedicó un capítulo a la semana de 15 horas -revisitando el famoso ensayo de 1930 del economista John Maynard Keynes- y argumentó que la automatización y la IA acortarían de todos modos la jornada laboral.

Pero en realidad esto está resultando mucho más complicado de lo previsto.

Lynda Gratton, profesora de prácticas de gestión en la London Business School, pone al desnudo las complejas luchas que los líderes han tenido en los últimos tres años para encontrar modelos de trabajo híbrido que funcionen. Sólo el 42% de las empresas y ejecutivos a los que encuestó a nivel mundial se habían decidido por un “diseño de trabajo híbrido definitivo”, escribió en la Harvard Business Review.

La ambición de codificar las nuevas normas laborales en un sistema único, como una reducción del 20% de la jornada laboral a cambio del 100% del salario, es loable, pero no creo que sea factible. La F debe ser de flexibilidad, no de cuatro días (por Four days).

En su reciente informe Working Time and Work Life Balance Around the World (Tiempo de trabajo y balance entre trabajo y vida en el mundo), la Organización Internacional del Trabajo reconoció que “existen desajustes entre las horas de trabajo reales de los trabajadores y sus horas de trabajo preferidas para una parte sustancial de la mano de obra mundial”, es decir, “los trabajadores preferirían trabajar más horas para aumentar sus ingresos, pero no pueden hacerlo”.

El mercado laboral actual simplemente no puede compararse de igual a igual con el de hace un siglo, que es el que inspiró la campaña de la semana de cuatro días. El uso de las nuevas tecnologías es generalizado y no se limita a las fábricas. El trabajador de cuello blanco y el de cuello azul están extrañamente unidos por la presión de separar trabajo y ocio y, cada vez más, por la economía de hacerlo.

Es más, muchos de los que están experimentando con la llamada semana de cuatro días están estructurando sus programas no en un estricto calendario de cuatro días, sino en acuerdos flexibles que se adaptan a las necesidades de cada trabajador y empresa, como dos medios días en lugar de un día libre completo. Una investigación realizada en el Reino Unido demostró que la mayoría de la gente prefiere un horario flexible a la rigidez de una semana de cuatro días. En Australia, que se enfrenta a una aguda escasez de mano de obra, la proporción de ofertas de empleo que citan una semana de cuatro días está aumentando drásticamente, pero sigue representando una fracción del total de puestos de trabajo.

Christy Hoffman, secretaria general de UNI Global Union, que representa a 20 millones de trabajadores en 150 países, señaló en una sesión sobre la semana de cuatro días en Davos que “flexibilidad es lo que todo el mundo quiere. Algunas personas preferirían tener una semana laboral de cinco días y luego tener seis semanas libres”.

Y Rob Sadow, de Scoop, una herramienta de programación de horarios de oficina, que publica un índice de ofertas de trabajo flexibles, me dijo: “La mayoría de la gente empezó a llevarse el trabajo a casa de todas formas en cuanto el correo electrónico llegó al teléfono. Creo que dentro de unos años nos centraremos mucho menos en cuándo trabaja exactamente un empleado, y más en los resultados que ese empleado genera para la empresa”.

Eso espero. Mientras tanto, advierto contra la teoría milagrosa del trabajo basado en una semana de cuatro días o en cualquier otro modelo fijo. La panacea es algo mucho más matizado.

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