Barberos de acera, una economía informal que crece en Venezuela desde la pandemia

Con una máquina de afeitar de pila, y una sombrilla improvisada, estos comerciantes ofrecen el servicio a un precio extremadamente económico o incluso a cambio de artículos de primera necesidad

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Caracas — Cuando la pandemia por covid-19 llegó a Venezuela hace tres años, el servicio de mototaxi que hacía José Antonio ya no tenía sentido. El trabajo era limitado en un país con traslados restringidos por prevención sanitaria, que aunque luego fueron flexibilizándose, dejó mutaciones en ciertos oficios.

A la economía venezolana que acumulaba una pérdida de más del 80% de su Producto Interno Bruto (PIB) en los últimos siete años, se le sumaba entonces un fuerte retroceso en términos de producción, a raíz de la paralización por la emergencia mundial que ya empezaba a impactar en la nación suramericana.

José Antonio, quien tras estudiar bachillerato y cursar algunos meses en la universidad, se enfocó en aprender teóricamente la profesión de barbero, se dijo a sí mismo que era el momento de ponerlo en práctica. Sin embargo, la imposibilidad que tenían los locales de abrir al público en cuarentena, ponía a prueba su alternativa para sobrevivir.

Decidió emprender bajo otros mecanismos e instalar un negocio improvisado en la acera de una de las avenidas más transcurridas en el centro de Caracas: la Fuerzas Armadas, dónde no solo encontró numerosos clientes sino también una elevada competencia.

En distancias de menos de 3 kilómetros opera cada uno de estos barberos. Están tan cercanos el uno del otro, que existe al menos uno por cuadra en esta calle de la capital, rodeada también de comerciantes informales y tiendas con ventas de diversos artículos. Han ido creciendo a la par de las necesidades del país, que a pesar de haber experimentado un leve repunte económico el año pasado, el retroceso a principios de 2023 ha supuesto un impacto en el poder adquisitivo, siendo comparado con los peores años de la crisis socio-económica.

El joven de 24 años ha intentado diferenciarse del resto, como pensarán también los otros involucrados en el mismo emprendimiento que dista de reducirse. Son cada vez más, y algunos han dedicado incluso esfuerzos adicionales para expandirse y crecer con la instalación de un establecimiento propio, pero también considerado “de calle”, que enfrentan así menos dificultades de mantener que un alquiler en un centro comercial.

En su lugar de trabajo conformado por una sombrilla, una peinadora con espejo, una silla y un par de banquetas más, se ha ganado a transeúntes y clientes fijos que ya había atendido en empleos anteriores y esporádicos durante su paso breve por el mismo oficio, y los que ahora puede recibir en el horario que él mismo disponga.

“A la hora que yo quiera venir, vengo. Y puedo trabajar hasta las 7 u 8 de la noche”, comentó José Antonio en una conversación con Bloomberg Línea, en la que además reveló que no todos los días pueden ser tan buenos o productivos como parece.

La afeitada con él, que tiene un costo de US$4 y es hecha con una máquina de pila, resulta una de las más económicas en la zona, según explica. A ese precio puede atender en un día bueno a 5 ó 6 personas, mientras que en un día regular o malo pueden ser apenas dos personas. Ello le daría una ganancia aproximada de US$50 a la semana, de no ser porque en algunos usuarios solo pueden pagar con trueques.

“Yo atiendo a cualquier persona. Recibo divisas, pago móvil y hasta tarjetas con puntos que me prestan los otros comerciantes. Y por lo que estamos pasando, hay quienes no tienen para pagar, entonces me pagan con harina, arroz, pasta”, agregó.

La mitad de sus ingresos además son destinados a la reposición de materiales y productos que utiliza, entre ellos talco y gelatina, así como el pago del alquiler por el espacio para guardar sus implementos y la comisión que debe cancelarle a los compañeros que le facilitan el punto de venta para las transacciones con tarjetas.

“Lo poco que me he ganado en la vida, me lo he ganado aquí. Hay más barberos, hay grandes cantidades, pero cada quién tiene sus gustos, su estilo, yo me he ganado a la gente. Es una manera de encontrar solución, yo aquí en la calle trabajo tranquilo, a diferencia de un local donde debo pagar mucho más”, sostuvo José Antonio en referencia a los servicios que debe costearse en un establecimiento, y los que evita con el “puesto” que desarrolló.

El negocio de barberías callejeras, a su juicio, no pretende acabar con las tiendas regulares que prestan el mismo servicio, aunque sí cree que continuarán en auge. “Si la situación empeora, puede seguir creciendo claro”, manifestó José Antonio, secundado por uno de sus clientes, que era atendido en el momento.