La fuerte apuesta de Bolivia por el litio es una jugada arriesgada

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Esperen a que el litio entre en acción. Esa línea es, en resumen, el discurso del gobierno de Luis Arce a los ciudadanos de Bolivia que, al mismo tiempo, revisan sus cuentas y hacen filas kilométricas con la ilusión de obtener unos dólares antes de que se rompa la balanza de pagos y, con ella, sus economías.

Las pretensiones respecto a este industria procedentes de La Paz no son totalmente descabelladas. En efecto, el país posee las más grandes reservas de litio del planeta, no así en recursos probados. Se trata de un mineral muy valioso para el paso a una economía sin emisiones de carbono, que al parecer necesitará numerosas baterías de iones de litio.

Durante décadas, los yacimientos de litio han permanecido inalterados en sus gigantescos salares (el Estado, con el monopolio del recurso) no tenía los recursos necesarios para su explotación. Sin embargo, el gobierno ha firmado un acuerdo con compañías de China valorado en US$1.000 millones, con el que pretende acelerar la producción y poner en marcha el desarrollo de la economía boliviana.

No obstante, y para evitar creerse el más reciente augurio gubernamental de prosperidad, el pueblo boliviano debería echar una mirada retrospectiva sobre su pasado más reciente. No existe país que contenga una advertencia más dura sobre los riesgos de confiar en las materias primas como medio para superar la pobreza.

Bolivia ya ha experimentado dos auges masivos impulsados por las materias primas en los últimos 60 años, impulsados por las exportaciones de estaño y gas: uno en las décadas de 1960 y 1970, otro alrededor de la primera década y media del nuevo milenio. No obstante, medido por el producto interno bruto per cápita, sigue siendo el país más pobre de América del Sur.

Uno escucha que la “maldición de los recursos” no es realmente tal. Hay países, Australia, Noruega, Chile, incluso Botswana, que se oponen a la propuesta general de que la abundancia de recursos naturales inevitablemente condena a los países a la pobreza. Bolivia se sienta del otro lado de este debate. Representa una prueba de concepto de que las dotaciones naturales pueden poner el desarrollo económico fuera de alcance. Las probabilidades de que haga un mejor trabajo al convertir su recompensa de litio en riquezas duraderas parecen bastante altas.

Los auges de Bolivia, por regla general, se han convertido en caída. Entre 1960 y 1977, su producto interno bruto per cápita aumentó un 72%, después de la inflación. Pero perdió dos tercios de las ganancias en los siguientes nueve años, aplastado por la deuda externa acumulada en la fase alcista y un fuerte aumento en las tasas de interés globales.

El PIB per cápita volvió a aumentar en más de la mitad entre 2002 y 2021. Pero la disminución de las reservas de gas, principalmente debido a la escasa inversión en exploración y desarrollo, y la disminución de las exportaciones a Brasil y Argentina sugieren que, una vez más, el auge pronto puede desembocar en una crisis.

En realidad, hay mucho que aplaudir sobre cómo Bolivia manejó su generosidad de gas natural, gastándolo en combatir la pobreza y mitigar la desigualdad. Entre 2002 y 2020, la proporción de bolivianos que viven con menos de US$2,15 al día se redujo de casi uno de cada cinco a poco más del 3%, una de las caídas más pronunciadas de América Latina.

“Se puede argumentar que en las dos primeras décadas de este siglo los dos países latinoamericanos que más cambiaron en términos sociales y económicos fueron Venezuela, para peor, y Bolivia, para mejor”, dijo Michael Shifter, expresidente del Diálogo Interamericano, ahora en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown. Desafortunadamente, su gestión económica no ha seguido el ritmo de su estrategia de redistribución.

Como señalaron los economistas Timothy Kehoe, Carlos Gustavo Machicado y José Peres-Cajias en un estudio de la economía boliviana, “las políticas gubernamentales desde 2006 recuerdan las políticas de la década de 1970 que condujeron a la crisis de la deuda”. Esa experiencia, escribieron, plantea nuevamente una pregunta incómoda: “¿Se dirige la economía boliviana hacia una crisis de balanza de pagos?”

Los auges alimentados por metales, minerales o hidrocarburos son casi siempre estrechos, limitados a las industrias vinculadas al recurso. “Hay poca evidencia de que los auges hayan dejado atrás la transformación anticipada de la productividad en las economías nacionales”, señaló Andrew Warner, economista del Fondo Monetario Internacional. Las políticas desplegadas por los exportadores de estos recursos en general han demostrado ser “insuficientes para estimular un desarrollo duradero fuera de los sectores intensivos en recursos”.

De alguna manera, el gobierno de La Paz ha olvidado la dolorosa historia reciente de cómo terminan estos auges.

Los economistas debaten la dinámica que subyace a la maldición de los recursos. La volatilidad de los precios complica la gestión macroeconómica en los países pobres que dependen de las materias primas, lo que fomenta políticas fiscales y monetarias procíclicas que acentúan los auges y las caídas. Además, las exportaciones de materias primas elevan el tipo de cambio, perjudicando al sector manufacturero. Las bondades de los recursos naturales a menudo generan corrupción y debilitan la gobernabilidad.

El caso de Bolivia subraya cómo los auges de las materias primas distorsionan la economía al promover políticas improductivas, permitiendo a los gobiernos perseguir sus sueños más descabellados y disimulando su costo económico. Específicamente, el auge del gas natural alentó al gobierno de Evo Morales a desempolvar el conjunto de herramientas de política de la década de 1970, con gran énfasis en la sustitución de importaciones y la nacionalización de industrias “estratégicas”. Tampoco funcionó en la década de 1970.

A partir de 2007, Bolivia dio un giro radical a dos décadas de política orientada al mercado, durante las cuales privatizó unas 100 empresas estatales. El gobierno de Morales nacionalizó las principales empresas de sectores estratégicos como el petróleo, la electricidad y las telecomunicaciones. Incursionó en otros emprendimientos, como una aerolínea estatal, Boliviana de Aviación.

Las riquezas del gas, se pensaba, no solo financiarían la redistribución a través del gasto social directo, los subsidios a la energía y similares. Financiarían una política industrial robusta para impulsar la economía boliviana y permitirle diversificarse a partir de su estrecha base de productos básicos.

Funcionó, por un tiempo. Los ingresos del gas lograron sostener el tipo de déficit presupuestario requerido por este tipo de estrategia económica. Pero después de que los ingresos del gas comenzaron a disminuir en 2014, la combinación de déficits presupuestarios sustanciales y un tipo de cambio fijo se volvió cada vez más difícil de sostener. “Al igual que en la década de 1970, las empresas públicas en su mayoría tienen déficits”, dijo Machicado. “Y están consumiendo muchas de las reservas de dólares de Bolivia”.

Las importaciones de diésel y gasolina han convertido a Bolivia en un importador neto de hidrocarburos. El país ahora tiene un déficit de cuenta corriente sustancial. Y la disminución de las reservas de dólares sugiere que si Bolivia no puede conseguir alguna nueva fuente de financiamiento externo, se verá afectada por una devaluación, tal como sucedió en 1978.

El país podría no ser tan vulnerable como lo era entonces. Las reservas de dólares pueden estar reduciéndose, pero el país todavía tiene algunas. Además, la deuda externa de Bolivia es mucho más manejable. Se enfrenta a pocos préstamos que vencen. “Podemos aguantar de 1 a 2 años”, sugirió Machicado. Quizás el litio se habrá activado para entonces.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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