El término “cadena de suministro” tiene hoy una importancia que va más allá de la operación del negocio. Clientes y consumidores alrededor del mundo exigen un compromiso que conlleva mayor eficiencia y calidad al ser partícipes de cualquier proceso de producción. Esto, acompañado -por supuesto- de un impacto positivo en el medio ambiente a partir de una estrategia de transformación y suministro sostenible.
Lo anterior tiene lugar en un contexto en el que distintos fenómenos (crisis financieras e inflación, pandemia, conflictos geopolíticos y sobreexplotación de recursos, entre otros) han expuesto el alto grado de vulnerabilidad de las cadenas de suministro. Esto sin mencionar la creciente amenaza que supone el cambio climático: desde heladas en Estados Unidos que generan graves crisis energéticas; sequías que interrumpen el transporte de la soya en Argentina (tercer exportador mundial); y tifones que detienen la producción de semiconductores en Taiwán; hasta inundaciones en China que alteran cadenas de suministro de distintos materiales generando el cierre de fábricas.[1]
De acuerdo con un estudio de McKinsey, se estima que -en promedio para todas las industrias- las disrupciones de la cadena de suministro ocurren cada 3.7 años, incluidos eventos severos con grandes consecuencias financieras.[2] Las pérdidas en las que las compañías pueden incurrir equivalen, en promedio, al 42% de sus ganancias anuales en el plazo de una década. [3]
Estos indicadores presentan un panorama complejo pero, a su vez, de muchas oportunidades. El contexto de los últimos años nos ha obligado a replantear la forma en la que operamos, a prever todo tipo de situaciones, a acelerar la adopción de las herramientas tecnológicas más novedosas y a reconfigurar las cadenas de suministro de forma tal que minimicen su impacto ambiental y social, convirtiéndose en verdaderas cadenas de valor.
¿A qué nos referimos con cadena de valor? Al sistema por el cual no sólo se asegura el suministro de un bien, sino también la capacidad de satisfacer las necesidades de todos los que participan en el proceso: desde productores hasta clientes y/o consumidores. En PepsiCo llevamos este concepto un poco más allá al plantearnos como objetivo construir una cadena de valor que tenga un impacto positivo para el planeta y las personas. Es decir, además de promover una economía circular, nos aseguramos de reabastecer los recursos naturales que compartimos con las comunidades en las que operamos (i.e. agua y energía, entre otros).
La importancia de esta cadena de valor positiva va más allá de PepsiCo y habla del compromiso de actuar, de evolucionar y de poner en marcha cambios que garanticen el cuidado del medio ambiente y de las personas. Pareciera ser una labor complicada pero, en realidad, esto es lo que nos permite garantizar la continuidad de nuestras operaciones y vincular la productividad con una estrategia de negocio resiliente y sostenible a largo plazo.
Cuatro componentes nos permiten hablar de una cadena de valor positiva:
Primero, impacto neto positivo en el uso del agua. La escasez de agua afecta a más de 40% de la población mundial, lo que significa que una de cada tres personas en el mundo no tiene acceso a agua potable.[4] Hoy no solo es posible hacer un uso eficiente de este recurso, sino también tener un impacto neto positivo al restablecer más agua de la que consumimos. En PepsiCo tenemos el compromiso de cuidar este recurso mediante prácticas de eficiencia y tecnología de purificación, así como programas de reabastecimiento en cuentas hídricas. ¿Te imaginas poder operar sin extraer agua de la red pública? En PepsiCo tenemos ya sistemas de agua circular en varios de nuestros mercados más importantes en América Latina: México, Brasil y Colombia.
Segundo, reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Hoy sabemos que los hogares de 200 millones de personas en el mundo -más de tres veces la población del Reino Unido- estarán por debajo del nivel del mar a finales de este siglo si los niveles siguen subiendo,[5] y que los efectos del calentamiento global podrían reducir 30% la producción agrícola mundial.[6] Para mitigar este panorama y sus consecuencias, nos toca actuar en todos los frentes: ya sea haciendo uso de electricidad renovable e invirtiendo en flotas de emisiones cero y/o ampliando la adopción de prácticas de agricultura regenerativa.
Tercero, adopción de empaques sostenibles (reciclables, biodegradables, compostables o reutilizables). América Latina presenta grandes áreas de oportunidad para poner en marcha y/o consolidar una economía circular en materia de plásticos. Un estudio reciente de Circulate Capital da cuenta de las oportunidades que hay para invertir en crecimiento, infraestructura y tecnología; al tiempo que tiene lugar el desarrollo de capacidades y la adopción de programas de reciclaje que sean parte de la economía formal.[7] Países como Brasil, Chile, Colombia y México cuentan ya con las condiciones necesarias para impulsar esta agenda.
Cuarto, una estrecha conexión con nuestro talento y consumidores, quienes están cada vez más interesados en el futuro de nuestro planeta. Ellos desempeñan un rol protagónico en el cambio positivo que estamos impulsando, en la transformación de estas cadenas de suministro.
Durante años, PepsiCo ha convertido sistemáticamente los retos en oportunidades. Hoy el construir una cadena de valor sostenible y resiliente es la mayor oportunidad que tenemos para generar un impacto tangible en el planeta y en nuestras comunidades. Esto es lo que nos mueve, lo que nos motiva a generar valor y una ventaja competitiva a largo plazo. Asegurar el futuro requiere tomar un rol de liderazgo en la transformación del sistema alimentario mundial y en PepsiCo sabemos que la escala de operación de nuestro negocio nos coloca en la mejor posición para llevarlo a cabo, junto con nuestros colaboradores y aliados.