Opinión - Bloomberg

Plásticos biodegradables podrían acabar haciendo más daño que bien

Voluntarios llenan un carro con residuos plásticos para su clasificación en un centro de reciclaje de Rayong, Tailandia, el miércoles 14 de diciembre de 2022.
Por David Fickling
31 de enero, 2023 | 02:58 AM
Tiempo de lectura: 4 minutos

Bloomberg Opinión — Existen muchos caminos hacia el perdón para aquellos que se sienten culpables por el daño medioambiental que causan sus compras cotidianas. Mete tus botellas, latas y cartones de Amazon en la caja de reciclaje. Compra la infusión fría ecológica que se fabrica con energía 100% renovable. Minimiza el carbono de tu vuelo de vacaciones de esquí con compensaciones de la selva peruana.

Después están los plásticos biodegradables. Es difícil eliminar los polímeros de nuestra vida cuando los arándanos en caja son tan tentadoramente baratos y tan saludables, pero quizá podamos al menos mitigar los efectos si los compramos en una caja que se convierta en compost.

Las empresas químicas están prestando atención. La capacidad de producción de productos biodegradables y derivados de plantas se triplicará en los próximos cinco años hasta alcanzar los 6,3 millones de toneladas métricas, según European Bioplastics, una asociación del sector. Esto parece una gota de agua en el océano comparado con los 400 millones de toneladas anuales del mercado de los plásticos, pero podría crecer rápidamente. Project Drawdown, un grupo de reflexión sobre el clima, prevé entre 92 y 357 millones de toneladas de producción de bioplásticos para 2050.

Casi la mitad de los plásticos acaban utilizándose en envases

Si pensamos que el único problema que plantean los plásticos es la gestión de residuos, deberíamos acoger con satisfacción esta tendencia. Los plásticos biodegradables se descomponen en el medio ambiente en semanas o meses, en lugar de las décadas o siglos que pueden llegar a durar los convencionales. Sin embargo, con la previsión de que el consumo de polímeros se duplique de aquí a 2040, debería plantearse otra cuestión: las emisiones.

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Al igual que la gasolina, la vaselina y el asfalto, la mayoría de los plásticos del mundo son subproductos de la industria de refinado del petróleo, y representan alrededor del 8% del consumo total de petróleo. Es probable que esa proporción aumente drásticamente en las próximas décadas a medida que los vehículos eléctricos desplacen a los motores de combustión en el transporte por carretera, reduciendo la parte del barril de petróleo que se destina a combustible. Sin embargo, difieren de los combustibles fósiles en un aspecto crucial. El uso de una tonelada de queroseno para aviones arroja más de tres toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, ya que la combustión desintegra sus moléculas de hidrocarburos. En cambio, una tubería de plástico sólo es útil si permanece químicamente estable. Su carbono debe permanecer encerrado en su estructura química, o se debilitará y se romperá.

Los plásticos biodegradables cambian esa dinámica. Al descomponerse, devuelven su carbono al medio ambiente, sobre todo en forma de metano, uno de los gases de efecto invernadero más potentes. Como resultado, las emisiones del ciclo de vida pueden acabar siendo mayores que las de las alternativas convencionales. Un estudio estadounidense de 2020 sobre el ácido poliláctico, o PLA, derivado del almidón de maíz y utilizado habitualmente en envases alimentarios desechables, descubrió que sus emisiones totales eran mayores que las de los plásticos convencionales, excepto en los casos en los que permanecía inerte después de ser desechado.

La biodegradación puede hacer que las emisiones de los plásticos de origen vegetal superen a las de los combustibles fósiles

No todos los bioplásticos son iguales. Según el mismo estudio, el biopolietileno, un polímero de origen vegetal que no se descompone, puede absorber más carbono del que emite. Ese cálculo demuestra que la biodegradabilidad es sólo uno de una serie de factores buenos y malos relacionados con las distintas variedades de plásticos, y no un simple y absoluto positivo.

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El mayor riesgo es que permitamos que el brillo virtuoso de los polímeros compostables nos ciegue ante sus potenciales inconvenientes. Aunque la mayoría de los plásticos biodegradables se fabrican a partir de biomasa, como almidones y residuos de cultivos, también pueden fabricarse a partir de combustibles fósiles. Se trata de la peor de las situaciones, en la que las emisiones liberadas en los vertederos ni siquiera se compensan con el carbono absorbido de la atmósfera por las plantas utilizadas como materia prima. También puede ser el segmento del mercado de los bioplásticos que más crezca en los próximos años. El PBAT (una alternativa de origen fósil al polietileno utilizado en envoltorios de plástico, bolsas y botellas) parece estar ganando la carrera en China, con un estudio encargado por el gobierno que prevé que la producción alcanzará los 7 millones de toneladas métricas en 2025, frente al millón de toneladas de PLA.

 Casi nueve décimas partes de la contaminación mundial por plásticos marinos procede de sólo una docena de países en desarrollo

Una de las ventajas de las montañas de residuos creadas por nuestro voraz apetito por los plásticos es que se trata de un problema muy visible. Eso significa que estamos motivados para abordarlo. Si la docena de países en desarrollo que generan casi nueve décimas partes del plástico marino del mundo pudieran elevar su gestión de residuos a los niveles de las economías desarrolladas, los océanos estarían drásticamente más limpios. Mejorar las tasas de reciclado en todo el mundo desde los niveles actuales de menos del 10% a los de más del 40% habituales para los envases en Europa ayudaría aún más.

Las emisiones procedentes de la degradación del plástico (un proceso invisible que tiene lugar en las profundidades del subsuelo y que no produce imágenes emotivas de desechos flotantes, tortugas enredadas o vertederos desbordados) pueden ser mucho más insidiosas. Los bioplásticos “no son soluciones permanentes porque siguen reafirmando la mentalidad de la economía lineal de “tomar-hacer-desperdiciar””, afirma Alice Zhu, investigadora sobre contaminación plástica de la Universidad de Toronto.

Para las empresas, el aura verde que desprenden los bioplásticos es una ventaja, pues ayuda a reconciliar a los ocupados consumidores con los polímeros que utilizamos a diario. En términos medioambientales, ése es precisamente el problema: corren el riesgo de absolvernos de la necesidad de llevar a cabo la labor básica de reducir, reutilizar y reciclar. En última instancia, ésa es la única forma en que podremos hacer frente a nuestra adicción a los plásticos.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.