Bloomberg — Luiz Inácio Lula da Silva volvió a tomar el timón de la mayor economía de América Latina el domingo, prometiendo traer de nuevo la inclusión económica y prosperidad que marcaron sus primeros dos períodos como presidente de Brasil.
No será sencillo: Brasil se ha polarizado durante los últimos 20 años y la confianza en el Partido de los Trabajadores se ha visto erosionada por escándalos de corrupción.
Además, el mundo se volvió más complicado para mercados emergentes, especialmente para aquellos con asuntos fiscales no resueltos.
La toma de posesión de Lula comenzó el domingo con un desfile a través de la explanada de ministerios y una primera parada en el Congreso.
Allí, el político de 77 años juró su cargo y pronunció su discurso inicial como presidente, afirmando que firmaba medidas que permitirían a las empresas estatales retomar su papel en el impulso del desarrollo económico.
“Los bancos públicos, en particular el BNDES, así como las empresas que lideran el crecimiento y la innovación, como Petrobras, tendrán un papel clave en este nuevo ciclo”, dijo Lula, prometiendo también gobernar con realismo fiscal y monetario. “La rueda de la economía volverá a girar y el consumo popular tendrá un papel central en ese proceso”.
La segunda parada de Lula fue en el Palacio de Planalto, su dirección oficial de trabajo, donde se celebró la tradicional ceremonia de traspaso de poderes sin la participación del expresidente Jair Bolsonaro, que abandonó la toma de posesión para viajar a EE UU. En su lugar, la banda verde y amarilla que tradicionalmente pasa de un líder a otro fue entregada a Lula por una mujer negra que trabaja como recolectora de basura, parte de un grupo más amplio que incluía a un líder indígena, un hombre con discapacidad física y un niño negro que simbolizaba a los brasileños más vulnerables.
Su segundo discurso adoptó un tono emotivo. Ante miles de seguidores congregados frente al palacio, Lula comenzó dando las gracias a quienes le apoyaron durante su estancia en la cárcel, pero afirmó que gobernará para todos e instó a la paz en una sociedad dividida políticamente. Se emocionó hasta las lágrimas al hablar de las profundas desigualdades del país.
La seguridad fue reforzada en Brasilia después de que algunos de los partidarios de Bolsonaro participaran en violentas protestas contra la ajustada victoria de Lula el 30 de octubre. En un hecho más preocupante, la policía desbarató el mes pasado un plan de un hombre identificado como partidario del líder conservador que pretendía hacer estallar un camión cisterna de combustible cerca del aeropuerto internacional de Brasilia. La explosión era una de más tácticas terroristas planeadas por un grupo de personas que pretendían sembrar el caos, lo que creían que obligaría a los militares a intervenir, impidiendo que Lula asumiera el cargo.
La pacificación de un país políticamente dividido, así como la mejora de las relaciones con los militares, el Congreso y la Corte Suprema, son algunas de las tareas más apremiantes de Lula. Ya ha empezado a abordarlas nombrando a miembros clave del gabinete a los que ha encomendado la misión de mejorar el diálogo con otras instituciones de gobierno.
Un mundo distinto
Su otro reto, posiblemente el más difícil, es cumplir varias promesas electorales que exigen más gasto social e inversión en un momento en que las finanzas públicas de Brasil son más frágiles, la inflación sigue por encima del objetivo y las tasas de interés son altas. Una posible recesión mundial no haría sino agravar los problemas de Brasil, mientras los principales bancos centrales siguen endureciendo su política monetaria en todo el mundo.
“El reto de Lula será iniciar el proceso de reequilibrio de las cuentas públicas -ya sea aumentando los ingresos o recortando los gastos- que permita el crecimiento económico y posibilite la ampliación de su base social tras unas elecciones tan conflictivas”, afirmó Júnia Gama, analista política senior de XP Inc.
Lula dejó ese trabajo en manos de Fernando Haddad, un economista de izquierda que, como ministro de Hacienda, aún tiene que presentar un marco fiscal creíble que permita al mismo tiempo a Lula aumentar el gasto y garantizar la sostenibilidad de la deuda a largo plazo. Una de sus primeras pruebas será aprobar un sustituto para el techo de gasto del país, la principal ancla fiscal de Brasil, que a estas alturas ha perdido casi toda su credibilidad ante los inversores, al tiempo que avanza en la revisión del complejo sistema tributario brasileño.
“Los primeros meses serán esenciales para ver la voluntad del Gobierno de afrontar agendas impopulares que son necesarias para que el país crezca de forma sostenible”, dijo Gama.
Pero Lula también ha cambiado. Después de ser encarcelado durante 580 días por cargos de corrupción que luego fueron desestimados por la Corte Suprema, el ex líder sindical regresó con una propuesta para unir fuerzas con partidos y líderes de izquierda distanciados, así como con políticos centristas para crear una coalición amplia y plural capaz de derrotar a Bolsonaro en las elecciones.
Aunque la coalición sirvió a su propósito, aún está por ver si el Partido de los Trabajadores compartirá realmente el poder con otros grupos, especialmente en las decisiones más cruciales del Gobierno.
La alianza política que va más allá de la ideología de izquierda del Partido de los Trabajadores de Lula puede darle cierta estabilidad política, dice Flavia Biroli, politóloga de la Universidad de Brasilia.
“No seremos un país como Perú, donde durante años no ha sido posible formar una coalición que permita la estabilidad política”, dijo.
Esas alianzas serán particularmente importantes para lidiar con los partidarios más radicales de Bolsonaro que ganaron escaños en el Congreso.
“Tenemos una extrema derecha activa y movilizada, que tiende a ser un elemento presente en las próximas elecciones”, dijo Flavia Biroli. “Esto no desaparecerá aunque Bolsonaro deje de tener protagonismo en la política brasileña”.
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