Dolarizar la economía argentina: para este experto es la solución a un “callejón sin salida”

El economista y co-autor del libro Dolarización, Emilio Ocampo, cree que la Argentina ya está dolarizada de facto. “Ya pagamos los costos y no tenemos sus beneficios”

El rey dólar
02 de diciembre, 2022 | 05:00 AM

Buenos Aires — El peso está en caída libre. La pérdida del poder adquisitivo de la divisa argentina en los últimos años, ante la espiralización de la inflación, es notoria y eso llevó a la sociedad argentina a profundizar su desconfianza hacia su moneda. Eso se ve reflejado, cada vez con mayor nitidez, en que la demanda de pesos se mantiene en niveles deprimidos y en que el apetito por el dólar se recalienta ante cada episodio que eleva la incertidumbre.

En ese contexto, no sorprende que en estos últimos meses hayan resurgido propuestas para reemplazar al peso argentino por una moneda única con Brasil o que se haya vuelto a hablar de dolarizar la economía. El economista e historiador económico Emilio Ocampo, co-autor del libro Dolarización: una solución para la Argentina, es uno de los principales impulsores de esta última propuesta. Tanto es así, que incluso este año mantuvo diversas reuniones con dirigentes de la oposición, empresarios y banqueros para explicarles los beneficios de avanzar hacia una dolarización de la economía argentina.

En una entrevista con Bloomberg Línea, Ocampo reconoció esas reuniones, se refirió a los principales beneficios y explicó por qué la dolarización será cada vez más probable si es que la inflación sigue subiendo y supera el 10% mensual. Y subrayó que la economía argentina ya está de facto dolarizada, pero que “hoy pagamos todos los costos de la dolarización y no tenemos ninguno de sus beneficios”.

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Hace unos meses mantuvo reuniones con representantes de los principales bancos y empresas del país en las que les presentó los beneficios de dolarizar la economía. ¿Tuvo nuevos contactos?

La dolarización está en el centro del debate desde principios de año, en parte gracias a que Javier Milei la propuso como parte de su plataforma. A raíz de la propuesta que esbozamos con Nicolás Cachanosky en Dolarización: Una Solución para la Argentina, me han consultado tanto dirigentes políticos como empresarios que quieren entender de que se trata y cómo funcionaría.

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En estos últimos ocho meses hemos tenido contacto con varios políticos de la oposición y con sus asesores. Los economistas de Juntos por el Cambio en general se oponen a una dolarización, en algunos casos de manera enérgica. En el caso de Milei es parte de su plataforma, pero su propuesta es diferente a la que propusimos en nuestro libro.

Creo firmemente que la dolarización –como parte integral de un plan de reformas estructurales– es la mejor solución para salir de este callejón sin salida en el que se encuentra la Argentina. Me animan dos objetivos: 1) contribuir a que la probabilidad de que se implemente una dolarización aumente, 2) contribuir a que si es implementada esté bien diseñada. No todas las dolarizaciones son iguales. La de Panamá es distinta a la de Ecuador y ésta difiere de la de El Salvador. A prima facie parece algo muy simple –reemplazar la moneda local por el dólar– pero en la práctica la implementación es bastante complicada, especialmente en situaciones como las que hoy pasa la economía argentina. La clave está en el sistema bancario, ya que los depósitos representan casi 80% de la oferta monetaria. Y gran parte de estos depósitos están invertidos en Leliq.

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Más allá de lo que piensen algunos políticos y sus asesores económicos, la realidad es que si la tasa de inflación sigue aumentando y supera el 10% mensual el rango de opciones de política económica se va a reducir notablemente y una dolarización será cada vez más probable. La hiperinflación es una dolarización de facto extrema. Como decía Friedman, las crisis hacen viables políticas que antes eran consideradas inviables.

Hace unos meses, María Eugenia Vidal apuntó contra la posibilidad de dolarizar la economía argumentando que “el cálculo da $ 1.400 por dólar y significaría un empobrecimiento tremendo”.

Creo que Vidal está mal asesorada. No sé de dónde sacó ese tipo de cambio, pero, en mi opinión, está mal calculado. Es posible hacer una dolarización a valores algo superiores, aunque bastante cercanos, al contado con liquidación. Por otra parte, nosotros no estamos pensando en una dolarización mañana o el mes que viene. Solo la puede implementar un gobierno creíble, por lo cual me resulta difícil imaginar que ocurra antes del 10 de diciembre de 2023. Además, idealmente hay que corregir muchos desequilibrios antes de dolarizar.

También se equivoca Vidal con lo del “empobrecimiento tremendo”. En Ecuador, luego de 22 años de dolarización, el salario mínimo es de US$425 mientras que en la Argentina no supera US$200. Tanto la pobreza como la desigualdad han caído. La realidad es que en Ecuador los sectores de menores ingresos son los que más se han beneficiado de la dolarización. Hoy tienen una herramienta para ahorrar que antes sólo tenían los más ricos. Lamentablemente muchos de los que opinan sobre dolarización no se han tomado el trabajo de estudiar en detalle la experiencia de otros países. Vidal haría bien de visitar Ecuador para informarse mejor sobre el tema.

No hay que evaluar la conveniencia de una reforma de largo plazo como la dolarización en base a consideraciones coyunturales. Por ejemplo, en julio de 1989 no se habría podido lanzar el Plan de Convertibilidad. Solo fue posible hacerlo después de “resolver” el problema de los pasivos financieros del Banco Central. La cuestión que hay que plantearse es, si luego de una larga adicción al populismo y con el grado de anomia institucional imperante, la Argentina tiene chances realistas de alcanzar la estabilidad de precios con moneda propia. Si la respuesta es negativa entonces la primera cuestión a dilucidar es cuál es la mejor moneda que podemos adoptar. La realidad muestra que esa moneda es el dólar, no sólo porque es la moneda del mundo sino también la que ya han elegido los argentinos. Y la segunda cuestión es “cómo hacemos para dolarizar”. Hoy indudablemente el desafío es mayor que en enero de 1999 cuando la planteó Menem, pero no sería imposible para un gobierno creíble.

Otra de las ideas que resurgió en este tiempo es la de converger hacia una moneda común con Brasil. ¿Cuáles serían las ventajas de dolarizar la economía respecto de esta última posibilidad?

Me parece que no es una buena idea. En primer lugar, un esquema de convertibilidad con el real no sería creíble porque no es financieramente viable. Además, la experiencia traumática de 2002 demuestra que con un estado anómico un régimen de convertibilidad es muy vulnerable a la reversión. En tercer lugar, los argentinos no quieren reales sino dólares. Una convertibilidad con el real implicaría imponer por fuerza una moneda que la gente no quiere. En cuarto lugar, es imposible de implementar un esquema de convertibilidad con el real sin una solución no confiscatoria del problema de las Leliq. En quinto lugar, si nos vamos a atar a una moneda extranjera elijamos la mejor. No tiene sentido ir por el real brasileño. Basta ver su volatilidad en los últimos veinte años. Sexto, si el objetivo es tener una moneda común del Mercosur va a ser más hacerla desde una dolarización que con moneda propia o una convertibilidad con el real. Séptimo, con el real el sector público seguiría teniendo un fenomenal descalce cambiario ya que 60% de su deuda es en dólares o atada al dólar. Por último, agregaría que adoptar el real o una moneda regional tendría más sentido si el Mercosur fuera un área de libre comercio en vez de una unión aduanera súper protegida.

¿Cuáles cree usted que son las principales ventajas y desventajas de adoptar el dólar como moneda legal en el país?

La ventaja más obvia es que los argentinos contaríamos con una moneda estable para ahorrar y desarrollar cualquier actividad económica. Es imposible que la economía crezca de manera sostenida con inestabilidad monetaria. Nadie va a invertir si no puede estimar la rentabilidad esperada de su capital. En segundo lugar, implicaría reconocer que la economía argentina ya está de facto dolarizada. Hoy pagamos todos los costos de la dolarización (la política monetaria es poco efectiva) y no tenemos ninguno de sus beneficios. Con una moneda estable y un sistema bancario no capturado para financiar el déficit, la gente volverá a ahorrar y las empresas volverán a tener crédito a largo plazo. Además, se eliminaría el descalce cambiario del sector público, que es fuente permanente de inestabilidad macroeconómica.

La dolarización es la única solución que permite abrigar esperanzas de que vuelvan al país al menos una parte de los dólares que han emigrado a otras jurisdicciones. Otra ventaja es que la realidad reemplazará a la nominalidad, y no es un juego de palabras. Los empresarios se van a tener que enfocar más en cuestiones reales que en cuestiones financieras.

La principal desventaja de la dolarización –la inflexibilidad– también es una ventaja. Forzaría a los políticos a confrontar los problemas estructurales sin distraerse con soluciones parciales y transitorias que solo sirven para acelerar la decadencia.

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Respecto al statu quo no le veo ninguna desventaja a una dolarización. Los legisladores argentinos han demostrado que son incapaces de cumplir con su mandato constitucional de “proveer lo conducente… a la defensa del valor de la moneda” como establece el artículo 75. No tengo muchas esperanzas que esto cambien mientras se mantenga el sistema económico corporativo, prebendario y proteccionista.

Enfatizo un tema no menor: los problemas estructurales requieren reformas estructurales. Pero para poder llevar adelante esas reformas es necesario que el gobierno tenga el apoyo de una mayoría del electorado. Y eso se consigue con la estabilidad de precios. Las experiencias de 1985 y 1991 son bastante ilustrativas al respecto.

Finalmente, hay que desterrar la idea de quienes proponemos una dolarización proponemos magia o un atajo. Siempre insistimos que debe ser acompañada por otras reformas, cuya implementación, de hecho, facilita. Como cualquier otro plan de estabilización deberá incluir un ajuste fiscal y de precios relativos y un plan de reformas estructurales. Magia, o más bien locura, es creer que van a hacer lo mismo que han hecho en los últimos cincuenta años y van a obtener resultados distintos.

¿Cómo se implementaría esa dolarización y cuánto tiempo llevaría?

La coyuntura actual plantea muchos desafíos para una dolarización y para cualquier otra reforma monetaria. Uno de ellos es el de las Leliq, los pasivos financieros del BCRA. Sin una solución no confiscatoria a este problema no se puede hacer ni una dolarización, ni una convertibilidad, ni una nueva versión del plan Austral. La ventaja de la dolarización es que facilita la posibilidad de una solución que no genere pérdidas para los ahorristas. La dolarización no toma mucho tiempo. Como muestra la experiencia de Ecuador y El Salvador se hace de un día para otro. El canje físico de billetes y monedas puede tomar tiempo. En Ecuador tomó nueve meses retirar todos los sucres que había en circulación. En el sistema bancario la conversión a dólares es inmediata. Ecuador también demuestra que con una dolarización a valores de mercado la gente vuelve a depositar sus dólares en los bancos, incluso con tasas reales negativas de interés. Esto ocurre porque aunque haya inflación doméstica en dólares, el dólar preserva su poder adquisitivo a nivel internacional.

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Hay quienes afirman que dolarizar la economía es un camino sin retorno, pero usted plantea que eso no es así ya que hay experiencias que así lo demuestran. ¿Cree que Argentina puede dolarizar la economía como una suerte de solución temporal?

La dolarización no es algo nuevo. La mayor parte de los países de América Central tuvieron al dólar como moneda durante la primera mitad del siglo XX. Luego de la Segunda Guerra Mundial a instancias del gobierno norteamericano reintrodujeron una moneda propia. El caso de República Dominicana es muy ilustrativo. Desde 1905 hasta 1947 el dólar fue la moneda de curso legal. Ese año el Dictador Trujillo decidió reintroducir el peso dominicano y en los diez años siguientes la inflación doméstica estuvo en línea con la de Estados Unidos. El caso opuesto es el de Zimbabue, que revirtió la dolarización luego de 10 años, y demostró que lo que es una imposibilidad es que un gobierno fiscalmente irresponsable pueda imponer compulsivamente una moneda de mala calidad. En 2019 el gobierno revirtió la dolarización, pero los zimbabuanos siguen usando el dólar y Zimbabue hoy disputa con la Argentina el podio en el ranking mundial de inflación. Un gobierno fiscalmente responsable siempre puede volver a emitir moneda propia. Además, como dije antes, sería más fácil para la Argentina incorporarse a una moneda común del Mercosur desde el dólar que desde una moneda propia fuertemente depreciada.

¿Cree que algún otro programa de estabilización puede tener éxito en el contexto actual?

Argentina es un laboratorio de experimentación monetaria y macroeconómica sin parangón en el mundo. Hemos probado casi todo y hemos fracasado. No es que nuestros economistas no sepan cómo reducir la inflación. No es una cuestión de política económica sino de economía política. Nuestro sistema político tiene un incentivo a gastar excesivamente y de manera procíclica y no se atiene a ninguna restricción presupuestaria. Consecuentemente, el impuesto inflacionario termina siendo el mecanismo más conveniente para financiar los déficits. Creo que, si el próximo gobierno intenta estabilizar la economía con herramientas convencionales, a lo sumo podrá conseguir uno o dos años de efímera estabilidad que se van a terminar abruptamente. Los ciclos stop-go de reformas inconclusas y/o revertidas agregan incertidumbre y volatilidad y contribuyen a la decadencia.

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