Bloomberg — Un grupo de investigadores del Instituto Australiano de Ciencias Marinas ha observado este año un crecimiento récord de coral a lo largo de dos tercios de la extensión de la Gran Barrera de Coral. Se trata del mayor crecimiento en 36 años de seguimiento oficial, y es una gran noticia.
Sin embargo, es un problema que el crecimiento haya sido necesario en primer lugar. Sin la repetida decoloración del coral provocada por el calor (cuatro episodios en siete años) los arrecifes no habrían necesitado recuperarse. El calor puede ahuyentar las algas que prosperan en los corales y les dan su color (de ahí lo de “blanqueo”) o matar directamente al coral si las temperaturas son lo suficientemente altas.
Si bien la recuperación es un buen noticia, el mismo informe anual sobre las condiciones de los arrecifes advierte que “es cada vez más preocupante su capacidad para mantener este estado”. Un estudio publicado la semana pasada en la revista PLos Biology profundiza sobre la cuestión: Si se tienen en cuenta al mismo tiempo las múltiples amenazas que pesan sobre los arrecifes (olas de calor, tormentas, acidificación, escorrentía de la contaminación), la mitad de los corales del mundo se enfrentan a un peligro real en 2035.
Los científicos climáticos advirtieron este año que la decoloración de los corales ha “inducido un ‘dolor de arrecifes’ mensurable entre los investigadores y también entre los turistas, que visitan cada vez más la Gran Barrera de Coral como una forma de “turismo de última oportunidad”.
La Gran Barrera de Coral es, en realidad, una red de 3.000 arrecifes más pequeños paralelos a la costa de Queensland. Se calcula que el turismo relacionado con los arrecifes da empleo a unas 64.000 personas y aporta US$4.400 millones al año (6.400 millones de dólares australianos). Los arrecifes australianos albergan 600 tipos de coral y 12.000 especies animales.
“La mayoría de los modelos climáticos predicen que la Gran Barrera de Coral empezará a sufrir episodios de blanqueamiento básicamente todos los años a partir de 2040 o 2050″, afirma Derek Manzello, que dirige el programa de vigilancia de los arrecifes de coral de la Administración Nacional Atmosférica y Oceánica de EE.UU., que se basa en imágenes de satélite para controlar la salud de los arrecifes en tiempo real. “Por eso nos preocupa mucho que nos estemos acercando” a esas fechas.
Imogen Zethoven, directora de Blue Ocean Advisory, ha regresado continuamente al lugar a lo largo de su carrera, no sólo por su belleza sino también por los problemas. “Es un poco como un país”, dice. “Conjuga tantos problemas diferentes: medioambientales, económicos, sociales. Y es increíblemente complejo. Es probablemente del tamaño de Italia o Japón. [La gente no entiende lo grande que es hasta que lo dices”.
La conservación del arrecife es desde hace tiempo un motivo de orgullo nacional para Australia, que ha destinado más de US$2.000 millones a la ciencia y a los esfuerzos por frenar los daños, reduciendo las escorrentías agrícolas que provocan las infestaciones de estrellas de mar “corona de espinas”, que matan el coral, y desarrollando la costa de forma que se evite dañar los arrecifes, entre otros medios. El país ha limitado algunas técnicas de pesca industrial.
Sin embargo, la forma más segura de que Australia salve sus arrecifes es eliminar cuanto antes la emisión de gases que atrapan el calor y liderar a todas las demás naciones para que hagan lo mismo. El actual gobierno, dirigido por el Primer Ministro de centro-izquierda Anthony Albanese, rompió decisivamente con las políticas de su predecesor, Scott Morrison, que minimizó o desestimó los riesgos climáticos. Las industrias mineras y del carbón del país se han opuesto durante mucho tiempo a una política climática agresiva. Esto puede cambiar, ya que Albanese impulsa la promulgación de leyes para sanear la industria australiana y reducir las emisiones.
Décadas de calor acelerado han tenido un efecto acumulativo en la Gran Barrera de Coral. Un potente fenómeno de El Niño en 1998 alimentó la mortandad de corales de ese año y llevó a proyectar que un acontecimiento tan extremo probablemente “se convertiría en algo habitual dentro de 20 años”. Los últimos ocho años han sido los más calurosos registrados.
Los océanos absorben el calor como una esponja de cocina lo hace con el agua, y los corales mueren cuando la temperatura del agua supera su máximo normal en aproximadamente un grado Celsius (1,8° Fahrenheit). 20 años después del episodio de 1998, la Gran Barrera de Coral entró en una nueva era de daños inducidos por el calor. Un blanqueamiento en 2016 afectó al 90% del arrecife, eliminó la mitad de la región norte y redujo la cobertura de coral en un 30% en general. Al año siguiente hubo más blanqueamiento, luego en 2020 y de nuevo este año.
Es un fenómeno global. Decenas de investigadores están recopilando un estudio sobre el blanqueamiento del coral entre 2014 y 2017. Estiman, en un borrador previo a la revisión por pares, que la mitad de los arrecifes de coral del mundo sufrieron un grave blanqueamiento y un 15% de mortandad significativa. “El daño generalizado del calentamiento global a los arrecifes de coral se está acelerando”, escriben.
Este año trajo un calor de nivel de blanqueo, pero no mató el coral como lo hizo en 2016. Y, en un inquietante presagio para el futuro, se produjo durante una fase de La Niña, o enfriamiento, en el Pacífico, algo que probablemente nunca podría haber sucedido sin temperaturas 1,2°C más altas que en la época preindustrial. Australia se ha calentado al menos 0,2ºC más rápido que el resto del mundo.
Los esfuerzos por regenerar los corales y restaurar los arrecifes son relativamente nuevos y se limitan a plazos cortos en zonas pequeñas.
“No oigo a nadie decir que podríamos restaurar el Amazonas cultivando árboles en invernaderos”, dice Terry Hughes, profesor de la Universidad James Cook de Queensland. “La barrera de coral tiene el tamaño de 70 millones de campos de fútbol, y en todo el mundo en los últimos 50 años quizá hayamos restaurado -y hay problemas en torno a cuál es la definición de restauración- quizá dos campos de fútbol en todo el mundo”.
La oscura tendencia a largo plazo de la Gran Barrera de Coral “no significa que no se pueda subir a un barco e ir a ver un hermoso arrecife”, dice Zethoven. “Pero cuando se observan las proyecciones científicas, y se mira hacia dónde se dirige el mundo con sus políticas y sus promesas, y el rendimiento real, no genera mucha esperanza”.
Descubrir un camino prometedor requiere algo más que esperanza. Requiere formación. La Gran Barrera de Coral “nunca se comportará funcionalmente como lo hacía hace 30 años, al menos no en nuestra vida”, afirma Hughes. “Nunca ha habido un momento más importante para ser biólogo marino”.
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