Bloomberg Opinión — El retiro de Roger Federer del tenis esta semana se produce justo después de la noticia de la semana pasada de que Serena Williams había jugado su último partido. Desde entonces, los elogios han sonado desde todos los rincones, lamentando la pérdida de los dos mejores tenistas de la historia.
Pero, ¿lo fueron? En todo tipo de deportes se oye constantemente decir que éste o aquél es el más grande que ha jugado jamás. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados a lo largo de los años para comparar a los deportistas de distintas generaciones, nunca lo sabemos con certeza. La posibilidad de discutir sin parar es parte de lo que hace atractivos a los deportes profesionales, y también debería enseñarnos humildad en otros ámbitos, donde el resultado de la discusión importa más.
Actualmente tendemos a apelar a la analítica avanzada para que nos ayude a resolver las disputas deportivas. Pero la respuesta siempre depende de la pregunta que hagamos.
Empecemos por el tenis. En los últimos años, Serena no ha tenido rivales. Federer, en cambio, lleva mucho tiempo en una constante competencia con Novak Djokovic y Rafael Nadal.
Quizá la mejor manera de comparar a los jugadores que compiten entre sí en un deporte individual sea la clasificación Elo, una medida predictiva muy precisa tomada del ajedrez. Pero la respuesta sigue dependiendo de la pregunta que hagamos. Por ejemplo, si hacemos un seguimiento Elo entre los jugadores masculinos a lo largo del tiempo, Nadal estuvo casi siempre por delante de Djokovic y Federer. ¿Eso lo hace el mejor?
Tal vez no. También podemos utilizar el Elo para averiguar qué jugador fue el mejor en sus mejores años. Según esta medida, sabemos que Djokovic tuvo el mejor puntaje de Elo de cualquier jugador en el último medio siglo tras su victoria en el Abierto de Australia de 2016. ¿Es entonces el mejor?
De nuevo, puede que no. El uso de las puntuaciones Elo máximas resulta alterar el pulcro triunvirato, ya que descubrimos que en sus mejores años, Bjorn Borg y John McEnroe fueron más fuertes que el pico de Nadal o el máximo de Federer. De hecho, Borg podría tener un derecho particular a la corona más grande de la historia, habiendo ganado casi el 90% de los Grand Slams en los que participó y prevaleciendo en el 71,3% de sus partidos contra jugadores que entonces estaban clasificados entre los 10 primeros. En ambas cifras encabeza la lista.
El tenis femenino es igualmente complicado. En 2015, fivethirtyeight.com causó furor cuando publicó un artículo en el que se argumentaba que Williams era solo la cuarta mejor jugadora de la historia medida por el Elo máximo, por detrás de Steffi Graf, Martina Navratilova y Monica Seles.
Por otro lado, los mismos datos nos dicen que ninguna jugadora femenina lo ha hecho tan bien en la treintena. Además, las clasificaciones Elo demuestran el notable dominio de Serena sobre las jugadoras actuales. Durante dos décadas, su puntuación Elo nunca bajó de 2300, y durante la mayor parte de ese tiempo estuvo cerca o por encima de 2400. En el momento de escribir este artículo, la jugadora mejor clasificada en el tenis femenino, Iga Swiatek, tiene una puntuación de 2201 y un máximo de 2264. Sin Serena, sólo una jugadora que sigue en activo ha alcanzado los 2300, y eso fue hace casi una década. Como decía el mismo artículo de fivethirtyeight.com, “el nivel por debajo de Williams ha estado en caída libre”. Si la medida de la verdadera grandeza es que nunca volveremos a ver a alguien como ella, probablemente Serena se lleve la palma.
Así que, de nuevo, la respuesta que obtengamos depende en gran medida de la pregunta que hagamos.
La mayoría de nosotros confiamos en la prueba del ojo. La grandeza que cuenta es la que hemos visto. Lo que tienen en común Williams, Federer, Djokovic y Nadal (aparte de todos esos grandes títulos) es que sus logros ocurrieron hace relativamente poco. El sesgo de la memoria tiende a hacernos a todos conservadores cuando nos enfrentamos a la evidencia de nuestros propios ojos. Tendemos a elegir como medida “correcta” la que apoya nuestros prejuicios.
Consideremos el clásico ensayo del periodista deportivo Leonard Koppett de los años 60 “El gran debate: ¿Mays o Mantle?” En aquella época, los aficionados al béisbol de todo el mundo discutían sobre si Willie Mays o Mickey Mantle era el mejor jugador del juego. Koppett se extiende durante un tiempo sobre las estadísticas que parecen dar ventaja a Mickey. Pero termina con esta frase tan citada: “A Willie, en cambio, lo puedo resumir de forma muy sencilla: es el mejor jugador de béisbol que he visto”.
Después de haber visto a todos los grandes de esa época, de esta época y de las épocas intermedias, tiendo a estar de acuerdo. Pero quizá me equivoque. La mayoría de nosotros tendemos a ser conservadores en nuestros juicios “oculares” (quizá un término mejor sea el de protección) y supongo que por eso me irrita cada vez que miro, por ejemplo, el OPS de carrera (promedio de bases más slugging) y veo a Mantle entre los 15 primeros, mientras que Mays, mi héroe y el de Koppett, está muy abajo en la lista, por debajo incluso de Dan Brouthers, un jugador del que apostaría que ni un aficionado al béisbol entre mil ha oído hablar.
Del mismo modo, aunque crecí en una época en la que los entendidos siempre decían que Bob Gibson era el mejor lanzador que habían visto nunca, según algunos de los análisis populares actuales, apenas se cuela entre los 25 primeros; según otros, ni siquiera está entre los 50 primeros. Aquellos que consideran a Gibson uno de los mejores de todos los tiempos no están necesariamente equivocados; sólo estamos desfasados.
Retomando el tenis, considero a Serena la mejor jugadora que he visto nunca, pero acepto que otros puedan ver las cosas de otra manera. Lo que sí me preocupa es que me gustan los datos que demuestran que tengo razón. Y ahí es donde las discusiones sobre el deporte tienen una lección que enseñarnos sobre la política, la moral y muchas otras cosas. Si no podemos estar seguros cuando tenemos datos concretos, ¿cómo podemos estarlo cuando no los tenemos? Posiblemente todos estaríamos mejor si aceptáramos más frecuentemente que aquellos con los que no estamos de acuerdo pueden tener razón.
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