Cómo ayudar a las ciudades a prepararse para el calor extremo

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Bloomberg Opinión — A falta de unas semanas para terminar, el verano boreal de 2022 ya ha superado algunos hitos alarmantes.

Mientras la India se sofocaba antes del monzón, las temperaturas en partes de Nueva Delhi superaron los 49 grados Celsius. En Estados Unidos, millones de personas sufrieron una combinación casi sin precedentes de calor y alta humedad durante todo el mes de julio, mientras que en la Europa afectada por los incendios forestales, incluso Gran Bretaña emitió su primera alerta “roja”, con Londres superando los 40 grados. A nivel mundial, los meses de junio y julio de este año se encuentran entre los más cálidos jamás registrados.

Por desgracia, es probable que estas tendencias empeoren, gracias en parte al calentamiento global. En India y Pakistán, según un estudio, el calor extremo es 30 veces más probable debido al cambio climático. Los días de verano en Gran Bretaña podrían superar los 40 grados una vez cada tres años y medio en 2100 -en lugar de una vez cada 100 o 300 años- si no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero.

En parte debido a una política deficiente, los centros urbanos en expansión del mundo -donde el asfalto negro y el hormigón absorben el calor, y la contaminación del aire sofoca- serán probablemente los más afectados por esta crisis. Las ciudades europeas ya experimentan el doble de días de olas de calor que sus alrededores rurales. Incluso en las zonas templadas del mundo, las áreas urbanas están experimentando un clima que amenaza los medios de vida; cuando no mata, el “estrés térmico urbano” hace que sea dramáticamente más difícil trabajar.

Si no se toman medidas radicales para cambiar nuestras vidas y ciudades, las amenazas para la salud y la productividad económica no harán más que aumentar. Entonces, ¿cómo puede el mundo prepararse para los veranos más calurosos que se avecinan?

El paso más importante es seguir luchando contra el calentamiento global, por ejemplo reduciendo las emisiones, impulsando la inversión en energía verde y tecnologías relacionadas, imponiendo precios más altos al carbono y financiando la investigación de posibles tecnologías innovadoras, como la captura de carbono y la fusión nuclear.

Además, es fundamental medir mejor el problema. Eso significa tener en cuenta no sólo la temperatura, sino también los factores agravantes como la humedad, que puede reducir la tolerancia humana al clima sofocante al dificultar la transpiración y el enfriamiento. También significa comprender las condiciones locales con mayor detalle, como la medida en que el calor disminuye por la noche, la forma en que los patrones climáticos varían con el tiempo y cómo el aumento de las temperaturas está afectando a entornos urbanos específicos. Sevilla (España), en colaboración con el Centro de Resiliencia de la Fundación Adrienne Arsht-Rockefeller, ya está utilizando estos métodos para clasificar las olas de calor, vinculando medidas específicas a cada una de ellas, y les está poniendo nombres, como a los huracanes, para subrayar los peligros.

Las medidas para ayudar a los pobres también deberían ser una prioridad. Los menos pudientes, que tienen más probabilidades de trabajar al aire libre y menos de tener casas con aire acondicionado, suelen ser los que más sufren el calor extremo. Las soluciones pueden ser sencillas: En Freetown (Sierra Leona), el pionero jefe de calor de la ciudad ha introducido persianas para resguardar a las mujeres en los mercados al aire libre, y está planeando añadir jardines urbanos y centros de refrigeración. Medellín (Colombia) ha utilizado corredores verdes para reducir con éxito el efecto “isla de calor”, en el que el entorno construido absorbe la energía del sol e intensifica el calor local.

Este tipo de pensamiento será esencial cuando las zonas urbanas de todo el mundo intenten adaptarse. Las ciudades tendrán que plantar más árboles y hacer un mejor uso de las vías fluviales; construir infraestructuras más resistentes para evitar el hundimiento de los raíles y el derretimiento de las pistas; imponer edificios más ecológicos y un mejor aislamiento; y requerir aparatos de aire acondicionado y ventiladores más eficientes. Deberían adoptar tecnologías de redes inteligentes para ayudar a reducir las pérdidas de energía, integrar la energía limpia y gestionar los picos de demanda. Sobre todo, deberían experimentar con nuevas ideas para hacer más soportable la vida urbana en los calurosos veranos que se avecinan.

Muchas de estas medidas están en marcha. Esperemos que el calor abrasador de este verano no haga sino subrayar la urgencia de actuar.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.