Ciudad de Panamá — En Panamá el grito de “luces, cámara, acción” continúa seduciendo a un grupo de realizadores que aun entre brumas buscan encender la pantalla grande con producciones locales apoyadas en atractivos e interesantes libretos y escenas que, entre bebidas y palomitas de maíz, atraigan la vista de los cinéfilos.
Aunque el carrete de la producción cinematográfica todavía mantiene vestigios de virginidad, ya no son cuatro gatos los que tratan de desenrollarlo, filmando dos o tres películas al año, pues actualmente la producción anual está entre nueve a 14 producciones fílmicas, aunque de trascendencia efímera.
En un mercado de apenas 4.4 millones de habitantes, donde la primera sala de cine se inauguró en 1905 y hoy día está dominada por multinacionales como Cinemark y Cinépolis, operan más de 40 casas productoras de diferentes géneros audiovisuales.
“En verdad somos como bastantitos para el poco volumen de trabajo que hay en lo audiovisual en Panamá”, confiesa Alberto Serra, uno de los cineastas nacionales de mayor reconocimiento en los últimos años.
En el país predomina la producción de publicidad y las que hacen las televisoras, después viene el cine.
Serra, quien acaba de estrenar la película de terror “El sacrificio”, la segunda de este género que se filma completamente en el país y que se basa en leyendas de horror latinoamericano, señala que la industria local audiovisual tiene varios frentes, el cual describe como el de los freelance, el de otras empresas pequeñas independientes, el de las productoras de publicidad y finalmente el de las televisoras, donde hay otro grupo de productores.
“Somos un país de una industria fílmica muy, pero muy pequeña o casi inexistente, con poca o casi nada infraestructura, por lo que para hacer cine digamos que todavía hay muchas cosas por concretar”, apuntó.
Para el cineasta, el gran reto por superar detrás de cada producción es que la gente siempre relaciona cine con Hollywood, “y la verdad es que Hollywood y nosotros somos dos mundos totalmente opuestos”.
A manera de ejemplo, indicó que para hacer una película de época es difícil conseguir hasta el vestuario, por lo que hay que ir “pedacito a pedacito” entre las productoras para tratar de ubicar lo necesario, aunque existe un solo lugar que tiene algunas cosas, “pero las alquila carísimo”.
Lo mismo pasa con los alquileres de equipos, “por lo que si quieres armarte de todo para hacer una película tienes prácticamente que ir pescando” por todos lados, lo que resta profesionalismo, ya que se cae en la informalidad.
Por ello, Serra afirma que cada vez que va a hacer una película es como si estuviera abriendo una trocha nueva, “porque nadie entiende lo que nosotros hacemos, siempre hay que explicar y muy rara vez te topas con gente que entiende lo que hacemos”.
Pero la escena cambia si se trata de producciones extranjeras, sobre todo europeas o estadounidenses, pues encuentran los precios un poco más accesibles, a pesar de que Panamá es una nación más cara que el resto de Latinoamérica.
Para la producción panameña no existen mecenas que contribuyan al desarrollo de la industria cinematográfica, comentó otro cineasta que por ser funcionario público pidió el anonimato, quien coincidió con Serra al señalar que hoy día solo se cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura, que maneja un fondo anual para el cine, mientras que el Ministerio de Comercio e Industrias apoya con algunas cuestiones de logística.
Explicó que el país ofrece muchos atractivos naturales para hacer cine, pero que si la actividad audiovisual no se toma más en serio, cada vez serán menos los que se arriesguen a producir películas que trasciendan fronteras.
En tanto, mientras que la cinematografía panameña espera que se escuche con mayor resonancia el grito de “cámaras, luces, acción”, Serra, formado en la República Checa, aporta con “El sacrificio” una visión, “una probada de nuevas narrativas del género del terror en el cine, dejando un camino libre para nuevas producciones…”, según reseña en un medio local la crítica de cine Irene Acosta.