Bloomberg Línea Ideas — En esta ocasión la sucesión presidencial trae una propuesta reformista con una economía aún convaleciente de la recesión mundial y en ascuas por su recuperación. Algo extraño en un país reticente al cambio y tendiente a procastinarlo. Una agenda ambiciosa que se propone atender tanto las adversas secuelas de la coyuntura y los anhelos de mayor bienestar, equidad, seguridad, internacionalización y transparencia. Un mandato por refrendar en medio de exigentes expectativas.
El repunte en el dólar y en las tasas de interés muestran que la mitigación y recuperación de la caída del 7% el PIB durante 2020 ya tocaron límites. El PIB estaría bordeando su nivel potencial y presionando la inflación, mientras que la pérdida en el grado de inversión y la devaluación, encarecen el financiamiento externo del déficit fiscal y de la cuenta corriente de la balanza de pagos internacionales. Allí se hacen evidentes las bondades de la banca central independiente y una tasa de cambio flexible, como también sus límites que impone la inserción de la economía en las cadenas internacionales de valor.
Por una parte y en contravía de la OECD, nuestras importaciones han rebotado por encima de las exportaciones y también la repatriación de utilidades por inversión extranjera. Un resultado difícil de comprender al cabo de tres décadas de globalización. Curiosamente dos exportaciones emblemáticas, una legal y otra ilegal: café y cocaína, en los 80 llegaron a representar más del 4% del PIB cada una, hoy están por el 1% y se mueven en contravía. En adelante se promovería el empleo, inversión y exportaciones a través de la agricultura y la industria, desandando tres décadas de apertura y retomando un camino que nos tomó una centuria.
Por otra parte, hasta el momento la economía podría haberse catalogado como un paraíso fiscal. No se penaliza la evasión, las exenciones fiscales son numerosísimas, además se celebran días sin IVA. Se pelea con México la tasa de recaudo más baja de la OECD y más de la mitad de la economía está por fuera de la base gravable. Pero el COVID 19 postró el recaudo, expandió el gasto, duplicando el déficit fiscal y requiriendo mayor deuda pública. Parece ineludible una reforma fiscal que remueva exenciones para reducir el déficit y pueda financiar gasto social que se avecina para mitigar los impactos de la inflación internacional y de las tasas de interés sobre la demanda.
De esta manera la estabilización macroeconómica vía déficit fiscal sería la piedra angular del cuatrenio de la administración Petro y la victoria temprana que le permitiría ganar tiempo y espacio para las demás reformas estructurales, las cuales serán muy complejas de implementar, como por ejemplo sería la sustitución económica de la ilegalidad. Así la audacia disruptiva en la política de desarrollo aprovecharía el manejo ortodoxo ante una crisis internacional. Pragmatismo tras la fiesta electoral y un auditorio exigente. Muy a la colombiana. Podría ser.