Opinión - Bloomberg

Túnez vuelve a ser una prueba para las democracias árabes

Kais Saied, presidente de Túnez, antes de una reunión con Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, sin foto, en Bruselas, Bélgica, el viernes 4 de junio de 2021.
Por Bobby Ghosh
19 de julio, 2022 | 06:44 AM
Tiempo de lectura: 3 minutos

Bloomberg Opinión — Es la última posibilidad para la democracia tunecina. Dentro de una semana, el país en el que floreció la Primavera Árabe de 2011 tendrá lo que puede ser la última oportunidad para evitar que su presidente instituya una nueva dictadura.

El 25 de julio, exactamente un año después de que Kais Saied destituyera al gobierno, suspendiera el parlamento y asumiera la autoridad absoluta, los tunecinos votarán en un referéndum sobre una nueva constitución que consolidaría el control total del país por parte del presidente. Como escribió Zaid al-Ali, el principal experto en constituciones del mundo árabe, en el Washington Post: “El borrador se parece mucho a la constitución de 1959, que estableció el marco para que Túnez fuera gobernado como una autocracia durante medio siglo, hasta la ruptura que llevó a los levantamientos de 2011.”

Es posible que el resultado del referéndum no ocupe los titulares internacionales que acompañaron a aquellas revueltas. Pero será seguido de cerca en otros países árabes, especialmente en Irak y Libia, donde los brotes democráticos se están marchitando a medida que los partidos políticos demuestran, al igual que en Túnez, ser incapaces de ofrecer un buen gobierno. La votación también se seguirá con interés en Argelia y Sudán, donde los levantamientos prodemocráticos de los últimos dos años se están diluyendo bajo la constante presión de élites atrincheradas.

Mientras que la pequeña nación mediterránea suscitó en su día aspiraciones en todo el mundo árabe al expulsar a su tirano, un voto a favor de la vuelta a un gobierno unipersonal representaría un duro golpe para los movimientos democráticos en todo Medio Oriente y el Norte de África.

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El presidente tunecino ha puesto sus dedos en la balanza para asegurarse de que las cosas salgan como él quiere. Ha interferido en la redacción de la propia Constitución: El jefe del comité designado para el trabajo dimitió en señal de protesta. Saied ha encarcelado a opositores, ha amordazado a los medios de comunicación y ha extendido su autoridad sobre el poder judicial. En mayo, nombró una nueva comisión electoral, uno de cuyos miembros ya ha dimitido.

Saied espera aprovechar la desesperación por la democracia en su país y la apatía en el extranjero. Llegó al poder justo cuando los tunecinos perdían la esperanza de que su gobierno disfuncional y su parlamento atascado fueran capaces de dejar atrás las mezquinas disputas políticas para abordar los problemas económicos más profundos. Muchos esperaban que el presidente, ajeno a cualquier facción política, fuera capaz de hacer precisamente eso.

La respuesta inicialmente positiva al golpe por parte de muchos tunecinos permitió a la comunidad internacional eximirse de cualquier responsabilidad de proteger las instituciones democráticas que Saied estaba socavando. Las Naciones Unidas se retorcieron las manos de forma ineficaz; Estados Unidos y las naciones europeas movieron un dedo de desaprobación, débilmente. Francia, que ejerce una influencia considerable sobre los asuntos tunecinos debido a su historia colonial y a sus vínculos comerciales, trató al autócrata con guantes de seda.

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Los tunecinos no tardaron en darse cuenta de que Saied estaba menos interesado en resolver sus problemas que en consolidar su poder. Sus esperanzas del pasado otoño boreal se convirtieron en hastío esta primavera, cuando pocos se molestaron en participar en una encuesta en línea que debía informar sobre la nueva constitución. La participación en las elecciones municipales de marzo fue incluso inferior a la de 2018, lo que socava la afirmación del presidente de que la democracia directa, centrada en las elecciones locales, es más adecuada para el país que el sistema parlamentario consagrado en la constitución actual.

Pero la comunidad internacional no han tomado una decisión concreta: El gobierno de Biden, por ejemplo, sólo ha expresado una leve preocupación por la apropiación sistemática de autoridad por parte de Saied durante el último año. Ni siquiera se ha amenazado con medidas más estrictas, como sanciones específicas contra el presidente y sus colaboradores.

Así que los tunecinos están solos contra un autócrata, igual que en 2011. Esta vez, puede que no necesiten salir a la calle, aunque ha habido protestas dispersas en los últimos días. El referéndum les da la oportunidad de derrotar a Saied en las urnas. Aunque cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas, los generales han cedido históricamente a la presión pública. Un rechazo generalizado de su constitución no dejará al presidente otra opción que devolver el poder al Parlamento.

Del desenlace depende mucho más que la democracia tunecina.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.