Bloomberg — Recientemente, en Venecia, una familia turista extendió un mantel sobre un sitio histórico para tener un almuerzo casero en medio de un ambiente renacentista. Era una alternativa económica a gastar en restaurantes locales, pero a las autoridades la razón no les interesó en lo más mínimo.
“Han sido multados con severidad”, dijo Simone Venturini, concejal de la ciudad de Venecia, quien lidera una iniciativa para cambiar la industria turística de la ciudad hacia la calidad y no la cantidad.
La represión al picnic es parte de un esfuerzo más amplio para sacar a los turistas que obstruyen las calles y sobrecargan la infraestructura de la ciudad, pero que ofrecen poco a la economía.
La ciudad ha determinado que cuando más de 30.000 a 40.000 personas se toman selfies en el Puente de Rialto, atraviesan la Plaza de San Marcos y pasan el Palacio Ducal, hacen más daño que bien.
Para desincentivar a los que menos gastan, la ciudad planea cobrar a los excursionistas una tarifa de entre 3 y 10 euros (alrededor de US$3,20 a US$10,60) para acceder a la ciudad a partir de enero. Si bien las autoridades aún están determinando los detalles finales, entre ellos cómo cobrar y aplicar las tarifas, el objetivo abarca lugares clave a lo largo del Gran Canal, al igual que islas periféricas como Lido, Murano y Torcello.
También hay oposición a nivel local. Algunos comerciantes temen que las restricciones de entrada envíen una señal equivocada y no estén alineadas con las raíces comerciales de Venecia.
“El objetivo de las medidas no es cobrar sino proteger a Venecia”, dijo Venturini. La ciudad “con sus fragilidades no es apta para el turismo de ‘comida rápida’”.
A medida que el mundo emerge de dos años de restricciones por la pandemia, el esplendor de los canales de Venecia y el encanto de sus sinuosas callejuelas vuelven a tener una gran demanda, al punto que se registraron 120.000 visitantes durante el fin de semana de Pascua. Pero las autoridades de la ciudad y muchos dueños de negocios ansían garantizar que el regreso sea sostenible.
Algunos respaldan el plan de tarifas de entrada, pero dicen que la ciudad debe dejar en claro que el dinero se usa para un propósito específico, como la preservación o la mitigación ambiental.
El rechazo a los visitantes tiene similitudes con los esfuerzos de Ámsterdam para eliminar los viajes relacionados con el sexo y las drogas, a medida que los principales destinos europeos reconocen que no todos los visitantes son bienvenidos.
Los riesgos del turismo no regulado son aún más graves para Venecia. Las inundaciones, conocidas como “acqua alta”, se han vuelto más frecuentes. La peor oleada en más de 50 años que causó daños estimados en 1.000 millones de euros en 2019. Para proteger la ciudad, el Gobierno de Italia aprobó medidas el año pasado para prohibir los grandes cruceros en la laguna de Venecia.
La presión para tomar medidas será aún más evidente este verano boreal, cuando los consumidores gasten los ahorros de la pandemia en viajes. Se proyecta que la cantidad de visitantes a las 100 ciudades históricas más importantes de Italia, incluidas Venecia, Roma y Florencia, aumentará aproximadamente un 25% a 27,4 millones de personas, según la asociación comercial Assoturismo Confesercenti.
Para Venturini, controlar comportamientos como las familias que hacen picnics es parte de un mensaje: visitar Venecia es una calle de doble sentido, y como mínimo se exige respeto por el patrimonio único de la ciudad.