Actualmente se emite desde la sala 390 del Cannon House Office Building en Washington un drama de crimen real que ofrece variaciones sobre un tema: El ex presidente Donald Trump utilizó los poderes de su mandato y la fuerza bruta, para promover un golpe de Estado tras perder en 2020 las elecciones presidenciales.
En gran medida, la trama ha tenido que ver con la forma en que los distintos individuos o instituciones reaccionaron a las súplicas de Trump para cometer delitos. Durante el quinto día de testimonios bajo la supervisión de la comisión bipartidista del Congreso que investiga el ataque del 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos, la atención se centró especialmente en tres abogados del Departamento de Justicia que tomaron la decisión correcta cuando Trump sacó el látigo, y otro que no lo hizo.
Al tiempo que el expresidente Trump intentaba corromper a la principal agencia policial del país obligando a sus funcionarios a ayudar a fabricar pruebas de fraude electoral e iniciar una investigación sobre la falsa afirmación, el exfiscal general en funciones Jeffrey Rosen y dos de sus adjuntos, Richard Donoghue y Steven Engel, se resistieron. Esto desconcertó a Trump.
De acuerdo con el testimonio de Donoghue, “Simplemente digan que la elección fue fraudulenta y déjenme el resto a mí y a los congresistas republicanos”, fue la indicación de Trump a los abogados. Sin embargo, un abogado de menor nivel del Departamento de Justicia, Jeffrey Clark, estaba dispuesto a cumplir las órdenes de Trump (aparentemente a cambio de que éste lo nombrara fiscal general). ¿Qué hizo a Clark tan complaciente?
En palabras del representante Adam Kinzinger, miembro republicano de la comisión del 6 de enero, Clark estaba “dispuesto a ignorar los hechos” y a hacer todo lo que Trump “quisiera que hiciera, incluso derrocar unas elecciones democráticas libres y justas”. (Agentes federales allanaron la casa de Clark el miércoles y lo sacaron de la casa en pijama, por lo que podrían aparecer más pruebas que demostraran sus intenciones).
Pero el proceder de Clark tiene una lección aún mayor. Es una prueba del extraño magnetismo de Trump para los estafadores, y un aviso del tipo de corrupción que volverá a la Casa Blanca si no se le hace rendir cuentas por su intento de golpe de Estado y tiene la oportunidad de volver al Oficina Oval en 2024.
Por la mayor parte de sus 76 años, Trump ha atraído a operadores, aspirantes y personas aparentemente rectas que, una vez que ingresan en su círculo, se tornan insólitamente en cobardes. Sucedió en sus tiempos de aspirante a magnate inmobiliario y de los casinos, cuando era una celebridad de la telerrealidad y, con consecuencias mucho mayores y permanentes, cuando era presidente.
El antiguo abogado y ejecutor de Trump, Michael Cohen, es una persona que entiende bien a Trump como manipulador. Está familiarizado con los botones que Trump es capaz de apretar cuando así lo requiere. Llamé a Cohen para interrogarle sobre qué lecciones extrajo de la audiencia del jueves en el Congreso, y cómo es la vida de un codependiente de Trump.
“Yo creo que a todos los miembros que integran su círculo íntimo les falta fundamentalmente algo en sus vidas. En mi caso, había salido de una serie de problemas de salud cuando me pidieron que me uniera a la Organización Trump. Echaba de menos la emoción”, me dijo Cohen. “Hay una excitación al estar cerca de la celebridad de Donald Trump. Tiene una gran capacidad para hacer que quienes le rodean sientan que forman parte de ese momento, incluso cuando no es por algo bueno.”
“Es embriagador”, continuó. “En cuanto las cosas van mal con Trump, entonces van muy mal. Al final, los que eran su círculo íntimo acaban todos con la vida destrozada. ¿Y para qué, para quién?”.
Cohen cometió un error al sobornar a dos mujeres para que no contaran sus encuentros sexuales con Trump. Cumplió condena por violaciones de la financiación de la campaña relacionadas con los pagos y por fraude fiscal y bancario. Cohen dijo que se limitaba a hacer lo que le decían. Trump nunca fue acusado de haber cometido un delito por el dinero para callar.
“Trump no hace peticiones a la gente. Da órdenes”, dijo. “Negarse a la tarea según las indicaciones de Trump supondría un despido inmediato”. Desde luego, la Casa Blanca es un ámbito mucho más grande y poderoso que la Organización Trump, admitió. “No obstante, se trataba de una dinámica similar”.
Existe una larga lista de personas, pasadas y presentes, que han dado rienda suelta a su Donald interno una vez que el ex presidente les ha tocado el hombro. Varios de ellos ya estaban familiarizados con las técnicas oscuras: me refiero a Roy Cohn, Roger Stone y Steve Bannon. Y otros se volvieron renegados cuando Trump les enseñó el camino. Creo que Jeffrey Clark es uno de ellos. Las audiencias del 6 de enero han demostrado que otros muchos se sumaron a las filas de Clark cuando Trump estaba en la Casa Blanca.
Sea cual sea el resultado de las audiencias del 6 de enero, por lo menos dos cosas ya son evidentes. En primer lugar, hubo una línea clara entre los que sabían distinguir el bien del mal en la presidencia de Trump, y los que no. En segundo lugar, Trump hizo un hogar en la Casa Blanca para sus legiones de abogados, legisladores y lacayos dispuestos a estafar, o incluso a atentar contra la democracia. Era de esperar. En definitiva, Trump se ha pasado la vida reclutando a ese tipo de personas.
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Este artículo fue traducido por Miriam Salazar